WAKEFIELD, el paria del universo

Wakefield es pura literatura, pura creación. Lo imaginó en 1835 el escritor Nathaniel Hawthorne (1804-1864), bien conocido y con justa fama a partir de La pimpinela escarlata (1850) o La casa de los siete tejados (1851) Pero se le ocurrió darle vida a lo anómalo, a lo extraño, a lo que es difícil de encontrar. Wakefield es un tipo común, como todos, como nadie. Vive, en el siglo XIX, en algún lugar de Londres. No tiene demasiados problemas y está casado; su mujer lo despide o lo recibe cada vez que sale para el trabajo, cada vez que se pierde o escapa de la multitud. Un día como tantos se preparó para partir y le anunció a su esposa que no estaría por una semana. Era una mañana de octubre y Hawthorne (que encuentra la excusa literaria perfecta al argumentar que la historia no se le ocurrió a él sino que la leyó en los diarios) lo describe como un marido “constante” y como un “intelectual”, aunque pasivo, ya que se abandonaba a “largas y ociosas especulaciones que carecían de propósito”. “La imaginación, en el sentido correcto del vocablo, no figuraba entre las dotes de Wakefield”, anota. Ese día tenía puesto un sobretodo algo viejo, un sombrero, botas altas, un paraguas en una mano y un pequeño maletín en la otra. Le repite a su mujer que no lo espere esa noche. Se va y alquila una habitación a metros de su casa. Nadie, pese a las cercanías, volverá a saber de él. Ve a su mujer, observa su hogar, pero tarda veinte años en regresar. Lo declaran muerto y hasta se instituye su herencia. Estaba muerto, absoluta, “legal” e indudablemente muerto. Pero una noche de invierno, dos décadas más tarde, volvió a pisar los mismos escalones, subió y se quedó, como si nada hubiese sucedido junto a su estupefacta esposa, que en ese mismísimo instante dejó de ser viuda. Dice Jorge Luis Borges en un texto que se llama, precisamente, Nathaniel Hawtorne, (Otras Inquisiciones, 1952):
“…Wakefield, en el atardecer de un día de octubre, se despide de su mujer. Le ha dicho ”no hay que olvidar que estamos a principios del siglo XIX ” que va a tomar la diligencia y que regresará, a más tardar, dentro de unos días(…) Wakefield ”esto me parece admirable ” no sabe aún lo que ocurrirá, fatalmente. Sale, con la resolución más o menos firme de inquietar o asombrar a su mujer, faltando una semana entera de casa. (…) Wakefield, al cabo de unos cuantos rodeos, llega al alojamiento que tenía listo. Se acomoda junto a la chimenea y sonríe; está a la vuelta de su casa y ha arribado al término de su viaje (…) Cambia de hábitos; al cabo de algún tiempo ha establecido una nueva rutina. Lo aqueja la sospecha de que su ausencia no ha trastornado bastante a la señora Wakefield. Decide no volver hasta haberle dado un buen susto. Un día el boticario entra en la casa, otro día el médico. Wakefield se aflige, pero teme que su brusca reaparición pueda agravar el mal. Poseído, deja correr el tiempo; antes pensaba: “Volveré en tantos días”, ahora, “en tantas semanas”. Y así pasan diez años (…) Una tarde, una tarde igual a otras tardes, a las miles de tardes anteriores, Wakefield mira su casa. Por los cristales ve que en el primer piso han encendido el fuego; en el moldeado cielo raso las llamas lanzan grotescamente la sombra de la señora Wakefield. Rompe a llover; Wakefield siente una racha de frío. Le parece ridículo mojarse cuando ahí tiene su casa, su hogar. Sube pesadamente la escalera y abre la puerta. En su rostro juega, espectral, la taimada sonrisa que conocemos. Wakefield ha vuelto, al fin. Hawthorne no nos refiere su destino ulterior, pero nos deja adivinar que ya estaba, en cierto modo, muerto. Copio las palabras finales: “En el desorden aparente de nuestro ¿misterioso mundo, cada hombre está ajustado a un sistema con tan exquisito rigor ”y los sistemas entre sí, y todos a todo ” que el individuo que se desvía un solo momento, corre el terrible albur de perder para siempre su lugar. Corre el albur de ser, como Wakefield, el Paria del Universo”.
Wakefield, el que pactó con su silencio y con su locura personal e íntima por un tiempo determinado. Lo fabuloso es que ninguno, ni Wakefield ni Hawthorne, explicaron qué sucedió después. Y luego todo fue literatura. –

Nathaniel Hawthorne
El estadounidense Nathaniel Hawthorne nació el 4 de julio de 1804 en Salem, Massachussets, y murió, enfermo, en 1864 en Plymouth, New Hampshire. Publicó Twice-Told Tales en 1837 y dos años más tarde se casó con la artista Sophia Peabody. Vivieron en Conrad, Massachusetts, cerca de dos ilustres vecinos: Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau. La letra escarlata es (1850) y La casa de los siete tejados (1851) son sus obras más conocidas.

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