POR ÁNGELES SMART
“No soy como Goethe. No me atraen los tormentos. En cambio, soy adicta a lo agradable y me dejo llevar por las dichas”. Las palabras son de Lydia Zubizarreta. El bosque, los ríos, los inviernos y los atardeceres forman parte de su mirada. Y el tiempo no le alcanza.
“No soy como Goethe. No me atraen los tormentos. En cambio, soy adicta a lo agradable y me dejo llevar por las dichas. Se ve claramente que soy una persona básicamente feliz. Ser feliz no es un rasgo distintivo. Es, sí, una circunstancia y una conciencia”, con estas palabras empieza, directo y sin vueltas, un texto que escribió hace poco Lydia Zubizarreta. Mucha sinceridad y contundencia. Nada de la tan conocida postura artística que varias veces creyó cifrar el talento en una buena combinación de la dosis justa entre sufrimiento, culpa, incomprensión y enfermedad. Nada de eso por estos pagos. Más bien lo contrario: apego a las realidades y gratificaciones cotidianas, a la relación con la naturaleza, a los misterios de la subjetividad.
Después de muchos años de venir a la Patagonia durante cortos períodos en el transcurso del año, finalmente un día, junto con Jorge, su marido, se instaló en Quila Quina. Ya cuando tenía 4 años iba a la casa de sus padres en Puerto Pañuelo y, siempre que pudo, vino en las distintas estaciones para vivir los cambios y los colores de estos horizontes. Pero ahora y desde el 2004 está inmersa, todas las horas, todos los días y todo el año en la belleza del paisaje y en la cotidianeidad de la naturaleza. Y así, como al decir de Borges, “Averroes, cuyos antepasados procedían de los desiertos árabes, agradecía la constancia del agua”, Lydia Zubizarreta sabe del privilegio de elegir el propio hábitat.De ahí sus temas, sus motivos, sus constantes acuarelas y óleos -en el último tiempo también collages- de los bosques, los lagos, los ríos, los árboles y las flores de su vida. Y el tiempo no le alcanza. “Los lirios tienen un color y una forma que no me canso de admirar y tratar de interpretar. El otoño y la primavera, sus luces, sus tonos: otro desafío para la sensibilidad. La desnudez del invierno y sus austeros tonos, o el regalo de los blancos (y negros) cuando llega la nieve. Tenemos, en casa, una buena quinta con árboles frutales: manzanos, cerezos, ciruelos. Florecen casi al mismo tiempo y yo me desespero por pintar todo. Las floraciones son efímeras, únicas. Siento como un mandato tomar los apuntes de esa belleza antes de que pase. Después empiezan los guindos, siempre un desafío captar algo tan delicado, no hay tiempo que perder” relata y nos recuerda a un chico que ante el kiosko y la impaciencia de la madre y la vendedora, no sabe con cuál de las golosinas quedarse.Tal vez por eso sus acuarelas tienen ese toque de urgencia sosegada, de juveniles líneas dispares, que en su movimiento nos evocan tanto lo frágil como lo permanente, la quietud como la fuga. Una tensión esencial entre el detalle y el conjunto, lo fragmentado y la totalidad. Tanto en “Primavera en la quinta” (acuarela, 26 x 43 cm.), como en “Cerezo en flor” (acuarela, 24 x 52 cm., y en “Lacar en primavera” (acuarela, 35 x 35 cm.), todas realizadas en la primavera del año pasado, el 2011, las líneas y los colores importan mucho, pero no lo son todo. El equilibrio compositivo y la perspectiva de las distintas masas componen las obras y profundizan las transparencias.
Aunque la acuarela es la técnica que le “viene sola”, su instinto creador se dirige también hacia otras expresiones: “Si bien en mis acuarelas puedo trasmitir lo más espontáneo, el goce y mi sensibilidad, también son estudios que sirven de base para mis óleos. En éstos trabajo más la composición, son paisajes producto de una abstracción. Creo que en los óleos hay más de mi interior, son más intimistas”. También nos cuenta que lo suyo es sumamente subjetivo y que con sólo ver la línea de una rama ya quiere dibujarla; que está siempre investigando de dónde y porqué le sale este diálogo afectivo con la naturaleza, pero se encuentra que la respuesta es siempre evasiva, un misterio…
Por ahora sigue pintando, leyendo (su otra gran pasión) y preparando su próxima muestra para la temporada enero – febrero del 2013, en el Museo de Arte “Colección Georg” de San Martín de los Andes. El Museo, que abrió sus puertas en marzo del 2011 y es un proyecto arquitectónico desarrollado a modo de escultura ambientada por el arquitecto Rubén Sidoni para albergar la obra de la familia artística Miciu-Nicolaevici, también tiene, en su colección permanente, obra de Lydia Zubizarreta.
Así que acá está, viviendo y pintando. Ella, que desde la primaria quiso destacarse en pintura, porque admiraba a su compañera china Fu An Chan, quien no sólo tenía una herencia cultural increíble, sino también el don para la línea y el dibujo. Ella, que sin proceder de una familia de artistas, se hizo un camino buscando maestros y mentores: Pablo Edelstein, Vicente Puig, Miguel Dávila y Fermín Fèvre. Ella, que en lugar de focalizar en los sufrimientos y las desdichas (¿quién no las conoce mínimamente?) toma conciencia de que es feliz y por eso lo es. Feliz por pintar, por vivir en Quila Quina, por querer y cuidar a sus compañeros de ruta.Feliz, principalmente, porque eligió la Primavera como metonimia de la vida.
Lydia Zubizarreta, Bs. As.- 1943
Exposiciones Individuales más recientes:
• 2005 Museo Eduardo Sívori, BuenosAires
• 2006 y 2007 Sala Municipal de Exposiciones, San Martín de los Andes.
• 2008 Galería El Puente, BuenosAires
• 2009 Museo Maguncia, La Boca, BuenosAires
• 2010 Sala Municipal de Exposiciones, San Martín de los Andes.
www.lydiazubizarreta.com.ar
www.facebook.com/LydiaZubizarreta
Algunas apreciaciones de su obra:
“Estas obras… son creaciones que han pasado a competir con las de la naturaleza. Lo percibido pasa a ser lo real. Una auténtica libertad creadora se ha despertado en la artista, liberada del modelo exterior, abierta más hacia sus intuiciones y percepciones. El color constituye la forma que, al perder la rigurosidad compositiva dada por la línea, se abre a favor del sentimiento”. (Fermín Fèvre, 2000).
“He pasado una hora de silencio y de contemplación de la naturaleza, cuando tomo los óleos es para bucear en ese recuerdo y recuperar ese momento de silencio”, Lydia confiesa.Esta reflexión personal sobre cómo encara su pintura ostenta un agradecimiento por “todos los prodigios que han llegado hasta mí” y remite a un concepto medieval en cuanto a que pintar un paisaje se trata más de un acto de oración que de un acto de percepción”. (Laura Feinsilber, 2005).