El enólogo sin fronteras que eligió la Patagonia | HANS VINDING-DIERS | BODEGA NOEMIA

 

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POR ANABELLA ALCUÁZ (WSET – Diploma)

“El encanto de un gran vino, o de cualquier vino, no tiene tampoco que ser perfecto: es el momento. Es un microcosmos, una experiencia dentro de la experiencia de ser”.

El mundo del vino me trae placeres increíbles y me siento muy afortunada por ello. El sábado 16 de mayo almorzamos en la Bodega Noemia, situada en Valle Azul de Río Negro, Patagonia, con el gerente de la bodega, Oscar Ferrari, y con Hans Vinding-Diers, el afamado enólogo danés que elabora los vinos de Bodega Noemia y de Bodega Chacra.
Hace pocas semanas los vinos patagónicos fueron catados por el crítico de vinos internacional James Suckling y muchos de ellos obtuvieron excelentes puntajes y comentarios. En su informe, que circula por el mundo especializado del vino, el reconocido crítico pone la mirada sobrla Patagonia como región vitivinícola y el enorme potencial de calidad y desarrollo que su experimentado paladar detectó.
Los vinos que elabora Hans Vinding-Diers en la Bodega Noemia recibieron los siguientes puntajes:

  • Noemia 2013: 98 puntos
  • Noemia 2012: 96 puntos
  • J. Alberto 2014: 94 puntos
  • J. Alberto 2013: 92 puntos
  • A Lisa 2014: 91 puntos
  • A Lisa 2013: 90 puntos

De todas partes del mundo lo felicitaban por estos puntajes increíbles. Me sumo con enorme alegría y felicito a Hans y a la condesa Noemi Cinzano quien, junto a Hans, tuvo la visión de que en un recóndito rincón de la Patagonia se podían lograr grandes vinos. Ambos son figuras muy conocidas en el mundo internacional del vino. Fueron visionarios, apostaron fuerte y lograron darle a la Patagonia vitícola una visibilidad inédita. Aunque mi intención con esta entrevista es ir más allá de los excelentes puntajes logrados. Quisiera mostrarles la persona detrás de ese logro.
De nacionalidad danesa, Hans Vinding- Diers nació en el distrito de Stellenbosch en Sudáfrica. Se crió en Bordeaux, Francia, donde su familia poseía Chateau de Landiras en Graves. Tiene estirpe de bodeguero desde la cuna. Su padre, Peter Vinding- Diers, es un enólogo muy respetado; su madre, Susie, una inglesa muy culta. Tuve la dicha de conocer a ambos durante una enriquecedora visita a su casa y bodega Montecarrubo, en Sicilia.
Hans, es un vikingo aventurero que jaqueó el devenir de las cuatro estaciones.  Se dedicó a sumar otoños y primaveras incursionando como hacedor de vinos en innumerables países. Tiene en su haber más de 48 vinificaciones en tierras distantes como Australia, Chile, Francia, España, Portugal, Sudáfrica, Hungría, Argentina, Uruguay.  Generoso y respetuoso de la tierra, da paso a un costado como enólogo. “Cuando llega la uva a las piletas, veo como hago para no arruinarla”, dice: su meta es hacer vinos con la máxima expresión de los viñedos, vinos con “verdadera identidad y pureza”.

La sobremesa nos regaló esta charla, en la que los vinos de la Bodega Noemia fueron partícipes y cómplices de las sinceras palabras de su creador.

¿Cuál es el mayor legado que te dejaron tus padres?
Crecí en Bordeaux, Francia. Tanto mi hermano menor como yo fuimos siempre invitados e incluidos en todas las fiestas y cenas desde muy niños. Recuerdo a un personaje, Martin Benford MW, gerente y director de Chateau Loudenne, en Haut Medoc.  Era un inglés solitario, un anfitrión respetado. Él sabía que música poner, cómo recibir a los invitados, qué vinos servir, y la comidas… Sin palabras. El odiaba a los niños: mi hermano y yo éramos los únicos invitados. Nos daban Chateau Margaux o Chateau Loudenne y nos íbamos a dormir muy tranquilos. Eso nos puso en el mundo cultural del vino. Mi madre, inglesa, siempre fue una gran cocinera. Comimos siempre como dioses. Mi padre, muy generoso. Y hasta había una cuota de rebelión aceptada. Si estoy hoy en el mundo del vino, es gracias a ellos.

¿Cómo fueron tus comienzos como hacedor de vinos?
Cuando tenía 15 años quería hacer teatro, era muy rebelde,  l’enfant terrible de la familia. Mis padres me enviaron  a Hunter Valley, New South Wales,  Australia, a hacer vinos con Murray Tyrrell, una leyenda del vino.  Aprendí mucho de él: fue como hacer un “servicio militar vitivinícola”. Su especialidad es elaborar semillón, la misma variedad de uva blanca que elaboraba mi padre en Graves, Bordeaux.
Una linda novia australiana me ayudó a ver la realidad de la vida. Ahí empezó mi interés por el mundo del vino. Crecer en Bordeaux es complejo: allí hay mucho esnobismo. Australia era todo lo contrario: la gente era trabajadora, era un medio duro. Me hicieron un gran favor al transformarme de un chico caprichoso en un hombre. Después de 2 años volví a trabajar al Chateau de mi padre en Graves. Allí estaba mi primo, Peter Sisseck, también ayudando con la cosecha y elaboración de los vinos del Chateau. Éramos jóvenes con muchas ganas de crecer. Desde ese año siempre regresé al Chateau para ayudar a hacer los vinos. El resto del año trabajaba en distintos países. Desde los 18 años hasta ahora. A los 45 hice 2 cosechas al año. Aproximadamente fueron 48 cosechas.  Mirando hacia atrás a mi edad, siento que hice mucho.

¿En qué radica la magia de la Patagonia como región vitivinícola?
En el Alto Valle de Río Negro, donde está la Bodega Noemia, la magia pasa por la pureza, la luminosidad más que el calor y abundante agua en forma de río que baja de los Andes. Mirando hacia el pasado para entender el presente, encuentro muchas variables parecidas a Bordeaux: una tierra de gravas y arena, aluvional, por ejemplo. No es casualidad que haya elegido este lugar para hacer Bodega Noemia. Otra de las razones por las cuales la Patagonia me atrae es el hecho de que puedo pasar el resto del año en otros lugares del mundo sin preocuparme por mis viñas porque no hay enfermedades. Es un lujo total.

¿Cuál es tu idea de un vino perfecto?
No, no existe. Lo más cerca es como el amor. Cuando uno se enamora de otra persona, más que una reacción racional es una reacción emocional. En mi opinión los grandes vinos son vinos que te transportan a otro lugar, fuera de tu condición mental en ese momento. El encanto de un gran vino, o de cualquier vino, no tiene tampoco que ser perfecto: es el momento. Es un microcosmos, una experiencia dentro de la experiencia de ser.

Un personaje del mundo del vino que quieras mencionar.
Mi primo Peter Sisseck. Peter me dio la oportunidad de convencerme de que uno puede hacer grandes cosas a partir de la nada en lugares que no son regiones vitícolas clásicas, como lo es Bordeaux, o Italia. Y Peter creó el Pingus en Ribera del Duero, España. Él pudo sacar un vino que rivalizaba con Vega Sicilia, que está allí al lado, en 15 años. Tiene un espíritu vikingo. La historia de los vikingos empieza en el subconsciente, con mis padres.  Mi primo es más moderno, contemporáneo. Puedo reflejarme mejor en él; me inspiró mucho, además de la educación que recibimos de mi padre, que es un poco como él. En lugares distintos estamos probando extraer el máximo potencial de cada lugar donde elaboramos vino.

¿Y del Malbec qué pensás?
Me encanta, por supuesto.

¿En la Argentina?
Sí. Incluso hace poco probé un vino de Cahors que estaba muy bueno. Claro que con otro estilo. En la Argentina tenemos la fruta del sol. En Cahors no. Recientemente un querido amigo, Jesse Katz, vino a hacer una cosecha en Nemia y ahora ganó el premio del mejor Malbec de California. Así que hay potencial para el Malbec también allí.

¿Pensás que en la Argentina hay otra cepa que puede llegar a destacarse?
El Cabernet, que tuvo su época de esplendor, pero fue desplazado por el Malbec. Ahora hay un regreso en forma de Cabernet Franc. He probado excelentes Cabernet Franc de Gualtallary. También tuve la oportunidad de sorprenderme con un Cabernet Franc que elaboré para la Bodega Canale. Yo no soy un fanático de la Cabernet Franc, sobre todo el de Francia. Acá es chocolate, en Gualtallary no es sólo chocolate: es mineral. Estuve hace unos días catando en Mendoza y vi resultados muy interesantes. Hay que seguir en ese camino.

¿Hacia dónde va el mundo del vino hoy?
Pienso que el mundo del vino está cambiando. Antes el foco estaba puesto en varietales como el Merlot o el Chardonnay y ahora se está buscando qué varietal va bien en cada lugar en particular. En mi opinión, los críticos de vino que más se van a destacar son aquellos que estén interesados en visitar la viña, captar el espíritu del lugar, la personalidad del microcosmos y transmitirlo al consumidor. Esto es muy bueno porque hace que haya menos misterio y más accesibilidad. Estamos en un mundo de ofrecer placer a la gente como la gastronomía, la música, el arte. Hay que trasmitir un mensaje de sueños a la gente.

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