TEXTOS MZ
FOTOS ERIC SCHROEDER
Pablo Velasco Suárez es porteño, de Barrio Norte, más precisamente de la esquina de Santa Fe y Junín. Vive en San Martín de los Andes desde hace 24 años: llegó cuando aún adeudaba una materia para recibirse de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires, retornó a la Capital y, de alguna manera, completó la lista de requisitos que le faltaban para regresar a la Patagonia: aprobó su último examen y se casó. Todo en 1986. La arquitectura, mezcla de arte y oficio, no deja de ser una suma de complejidades cuyos resultados deben estar al servicio de la gente y del lugar, argumenta. Los materiales. Las búsquedas. Las identidades de la identidad. Bustillo. Las reflexiones de un arquitecto que huyó del posmodernismo citadino para encontrarse con la naturaleza que todavía lo rodea.
Pablo Velasco Suárez. Amable, campechano, sentado en una mesa cualquiera, redonda (pero sin el rey Arturo), dice mientras bebe un vaso de jugo de naranja presumiblemente exprimido. Juguetea con el encendedor. Se decide: enciende un Marlboro Box ritual, respetuosamente. La voluta, esta vez, es azul. Se siente cómodo. Habla. Cuenta. Narra. Todavía no hay preguntas.
“Llegué muy joven, con muchas ilusiones. Había elegido cambiar de vida, lo que de alguna manera, a priori, relegaba a la arquitectura a un segundo plano. Creía que venir al sur significaba resignar calidad profesional. Por lo menos ese era mí imaginario. Después la realidad me demostró todo lo contrario. Fue al revés: me encontré, desde San Martín de los Andes, realizando trabajos para distintos puntos del país, lo cual fue una sorpresa respecto a lo que pensaba originalmente. Profesionalmente me fue muy bien trabajando desde aquí. Y laburando conceptualmente desde lo que significaba la búsqueda de una identidad: si pensás en una persona que abandona Buenos Aires a los 25 años buscando un lugar distinto, obviamente estábamos buscando una identidad y esa identidad se hacía muy fuerte en lugares muy concretos como Bariloche, como Villa La Angostura, como San Martín de los Andes. Desde ese instante, temporal y geográfico, venimos haciendo arquitectura. Siempre tuvimos en claro que estábamos tratando de rescatar una identidad que los del lugar tal vez no entendían, lo que era una cosa bastante interesante, sobre todo en San Martín, que era más chico que Bariloche, aunque se trataba de un período por el que Bariloche ya había pasado: a nosotros nos enamoró lo de ellos, lo de San Martín, lo de Bariloche, lo de Angostura. Por eso el tema de la identidad siempre fue muy concreto desde que llegamos”.
¿Cómo empezaste concretamente a trabajar a partir de esta concepción?
– En esos momentos tres vertientes nutrían nuestra arquitectura: obviamente la arquitectura de Alejandro Bustillo y de Parques Nacionales, que era muy fuerte y muy espacial; la arquitectura anterior a Bustillo, muy parecida a la arquitectura del sur de Chile, heredera de las tradiciones alemanas, y lo que se podía denominar “arquitectura moderna”, que pasaba por los trabajos de Charles Moore, por los trabajos que se hacían en los Estados Unidos con madera y con balloon frame, que eran más jugados y diferentes. Siempre tratábamos de movernos generando imágenes que nos otorgasen identidad desde estas tres variantes.
¿Estos marcos teóricos se modificaron con el tiempo?
– De alguna manera nosotros veníamos huyendo de la posmodernidad. Lo que había comenzado a suceder en Buenos Aires es que lo que en algún momento había sido el orgullo de la casa del patio y de la arquitectura porteña, y las búsquedas del movimiento moderno habían caído en una suerte de posmodernidad. Comenzaba lo que se conoce como “arquitectura de countries” y existía una especie de vacío muy grande de arquitectura y de identidad en la ciudad. Los arquitectos que llegamos a la Patagonia en esa época somos producto de la huída de esta posmodernidad. Buscábamos algo más fuerte, más potente. Y lo encontramos, definitivamente. No tengo ninguna duda. Lo hicimos y lo hicimos muy bien en su momento porque la gente entendió que desde este lugar estábamos respetando el paisaje, la madera, la piedra, las tradiciones de la gente, la mano de obra, los oficios, las cosas concretas. Eso comenzó a transformarse en un lenguaje y un producto al que pudimos llevar, incluso, mucho más allá de las fronteras de la Patagonia. Y nos venían a buscar desde lejos precisamente para eso, para que le redescubramos su identidad a sus lugares. En ese momento fue profundo el rescate que hicimos del lugar, de entenderlo, de detectarlo, de respetar su tradición. Además, el marco de la naturaleza que nos rodea es muy fuerte: al introducir ideas, conceptos y obras arquitectónicas, de alguna manera, es imposible que no te transformes en ambientalista o ecológico en el mejor de los sentidos. De la observación del entorno de la naturaleza surge un profundo temor y respeto: el mejor arquitecto es Dios, lo que yo puedo hacer es acompañar todo esto. Tengo poco que inventar y mucho que respetar.
Pero la arquitectura no siempre es idéntica a sí misma…
-…En los inicios, las arquitecturas de Bariloche, San Martín de los Andes y Villa La Angostura se diferenciaron bastante. En Bariloche había más historia y todo estaba más armado. La impronta de Parques Nacionales y las tradiciones de su inmigración generaron una arquitectura más pesada, en general con pendientes de techos más bajas y volúmenes más concretos, más recios. Además este era “el lugar” de Bustillo, definitivamente. Villa La Angostura, desde lo que proponía Bustillo originalmente, salió con una variantes más jugada, con muchos más techos, con maderas gordas y redondas, paredes de piedra bocha, lucarnas en planta baja, detalles que desde Bariloche o San Martín aparecen raros. Se trata de una muy buena arquitectura, con su identidad particular. En San Martín, finalmente, nosotros terminamos armando una identidad mucho más chilena. La arquitectura chilena tiene una ventaja, y es que es muy urbana, entonces es mucho más liviana, con otras pendientes de techos. Se generaban tres cosas con una identidad distinta, pero las tres (Bariloche, San Martín y Villa La Angostura), partían de un detalle que sigue siendo clave y concreto, que es el respeto por el lugar y por los materiales: la piedra y la madera. Y las formas en las que logramos que esos materiales sean expresivos.
Pero se trataba de lo que sucedía allá en 1986. De allí en más, en algún momento nos enfrentamos con una crisis de identidad. ¿Estamos haciendo Disneylandia o estamos trabajando sobre nuestra identidad y con nuestra identidad? Y esto fue lo que provocó que en los últimos años empezáramos a discutir, a debatir, a proponer modelos e ideas nuevas, a organizar bienales de arquitectura en San Martín, por ejemplo, junto a Francisco “Pancho” Amoroso, Ángel Barceló y una gran cantidad de arquitectos más jóvenes con ganas de experimentar, en las que nos propusimos pensar y repensar nuestro trabajo, nuestras ideas, con el propósito de plantearnos qué era lo que sucedía. En algún momento llegó un arquitecto colombiano, Felipe Uribe, un tipo extraordinario, muy capaz, talentoso, que nos dijo: “Muchachos, ustedes no tienen un problema de identidad. Lo que tienen es un exceso de identidad”. Y argumentó que, hiciéramos lo que hiciéramos, en ciudades como San Martín o Bariloche, ambas rodeadas por un entorno fenomenal, a la identidad había que buscarla en la montaña, en el lago y en la historia. Sugirió también que nos preocupásemos menos al respecto.
¿Cambió la búsqueda a partir del transcurso del tiempo?
– En los últimos tiempos, se produjeron búsquedas de modelos e ideas nuevas con resultados no siempre felices. Se ha producido un fenómeno de cierta exageración y los arquitectos, de alguna manera, no terminamos de valorizar lo que estábamos haciendo. Entonces se genera, por ejemplo, una búsqueda desesperada de techos planos para la cual no encuentro el motivo. Es como si, en esa búsqueda, se atravesara todo límite y de, repente, nos pasáramos del otro lado.
¿Es posible que esa exageración se deba, entre otros factores, a la “demasiada identidad”, como decía el arquitecto Uribe?
– Se trata de un proceso lógico. Cuando empezamos profundizando una imagen y una idea, tratamos de generar modelos, intuitivamente, con el concepto de modelo griego, buscábamos universales sobre los que trabajar. Pero la búsqueda implicó la utilización de recursos formales y, a lo mejor, hubo excesos de recursos formales que nada tenían que ver con lo que estábamos buscando. Y creo que esto fue lo que generó la crisis, excesos de lucarnas, de techos sin sentido: el vaciado de una idea por repetición de formas. En realidad la discusión siempre es interesante y se pone más interesante aún con los intercambios. Las crisis, si aceptamos continuar con el vocablo y el razonamiento, además, implican procesos creativos, de pensamiento, de razonamiento extremo, de cambio. Tampoco creo que haya un problema: es típico del hombre tratar de entender qué somos y quiénes somos. Particularmente, voy a pasar toda mi vida tratando de entender quién soy o tratando de ser quién soy. La arquitectura y los diferentes sitios no están ajenos a este tipo de cuestionamiento o, si querés, de angustias existenciales, filosóficas. Los lugares, las comunidades y la arquitectura van a pasar buena parte de sus existencias tratando de averiguar honestamente quiénes son y quién les corresponde ser. Buscar la identidad desde este lado está buenísimo. Si la buscamos desde un recurso formal, lo vaciamos de contenido. Creo que lo que pasó, en algún momento, es esto: que lo que fue una búsqueda virtuosa de la identidad, terminó en un recurso formal. La contrapartida es que comenzó una búsqueda en la que el tiempo dirá qué es lo que logramos y para dónde nos hemos dirigido. La búsqueda es honesta, es sana, pero a veces nos trae imágenes que no son de aquí y no sabemos claramente porqué aparecen. Pero la idea sigue siendo la misma que cuando empezamos. Partamos de una base: entiendo a la arquitectura como una profesión de servicio. Es una profesión muy compleja pero primero es una profesión de servicio.
¿Cuál es el sentido o el significado de la palabra servicio, en este caso?
– De servicio al cliente y al usuario concreto. Y al servicio del lugar, por supuesto. No es mi casa y tengo que respetar en lo posible los deseos y necesidades de una persona o grupo, que es quien me encarga la tarea, para lo cual pondré sobre la mesa todo mi saber y mi oficio. La idea y su concreción deben funcionar bien, pero aparte tiene que estar al servicio de un lugar. Si construyo una casa frente al lago, tiene que estar al servicio de ese lugar. Si se trata de una casa o un edificio en un pueblo o en una calle determinada, tiene que respetar y mejorar a ambas. Para mí, este es el punto de partida: la creatividad, porque la arquitectura jamás deja de ser creativa, está al “servicio de”. Cuando la creatividad es el motor y no tiene en cuenta el concepto de servicio, enfrentamos algunos problemas que vemos todos los días con sólo caminar por la calle.
Ser arquitecto supone ejercer y tener una profesión maravillosa que necesita, a la hora de proponer algo, una buena dosis de creatividad. También, y no es menor, mucho oficio para resolver correctamente aquello que se propone y una disposición de servicio tanto a la persona que nos encomienda el trabajo como al lugar concreto en que esa obra quedará, finalmente, construida.
Es desde aquí desde donde esa búsqueda debe continuar, desde el lugar, desde saber qué pasa con los árboles, con el terreno, con el lago, con las vistas, con la gente. Desde esta mirada, el lugar sigue teniendo una fuerte identidad y la arquitectura naturalmente la tiene que acompañar, naturalmente la va a acompañar, más allá de que nos vayamos equivocando en el camino.
La identidad es muy fuerte. Y creo que es lo que decía el arquitecto Uribe cuando nos encontramos en la bienal: que la identidad está en el lugar y es tan fuerte que hagamos lo que hagamos, no la vamos a poder pasar por arriba, no la vamos a poder ignorar. Había en él, tal vez, una crítica velada a lo que el entendía como pintoresquismo, pero en realidad desde ahí tenemos que trabajar y me parece que está bien que así sea. La Patagonia en general sigue siendo un lugar muy potente y al mismo tiempo, es un extenso territorio en el que aún queda mucho por hacer, máxime cuando el mundo está lleno de lugares en los que no hay nada que hacer. Tenemos mucho que proponer y que hacer, no sólo en la Patagonia: en la Argentina.
¿Qué hace un arquitecto cuando se enfrenta a una solicitud con la que filosóficamente no está de acuerdo, más allá de cualquier consideración económica previa?
– Más allá de todo, diría, todas las cosas y las situaciones tienen un límite. Y hay cosas, obviamente, con las cuales no se transa. Otras, merecen algún tipo de discusión. Este, en definitiva, es un trabajo, casualmente mí trabajo, y vivo de esto. Se trata de un servicio y en realidad, estar al servicio de alguien supone que lo que más importa es el pensamiento del otro y no tanto mis propias especulaciones. Por lo tanto tengo que dejarme un poco de lado para respetar al tipo que viene a contratarme. Pero hay un límite, claramente. Y el límite no siempre es el mismo. A los que llevamos mucho tiempo trabajando, en general, ya nos vienen a buscar sabiendo perfectamente quiénes somos y qué es lo que hacemos. Las situaciones conflictivas, en este sentido, se te presentan al comienzo de la carrera. Es raro que venga alguien a proponernos algo completamente extemporáneo porque ya nos conocen y conocen respecto a nuestro trabajo. Recurren a nosotros por lo que ya hemos hecho.
Se trata de un problema ético y lógico al cual no escapa ninguna de las profesiones de este mundo: estoy al servicio del otro y de una idea, ¿pero dónde está el límite? ¿Cuánto transo conmigo mismo? Esta es la gran pregunta. En las cuestiones profundas, filosóficas, no hay opción: no transás.
¿Qué pasa con la impronta de Bustillo en la zona? ¿Es ineludible? ¿Qué sucede con esas concepciones, todas bien enmarcadas en un determinado contexto histórico?
– Bustillo responde a una época bien determinada y a un producto de arquitectura también muy determinado. Se trata de un arquitecto realmente excepcional y de un ecléctico por formación. El tipo hace los lobos marinos de Mar del Plata con un castillo francés y viene a Bariloche y se despacha con el Llao Llao. Contemporáneo de sus días, esa era su filosofía. Lo que es maravilloso es que nos redescubrió cuando vino a la zona y tuvo la sensibilidad de leer los materiales. Y también la dignidad de hacer todo de una manera que también es muy argentina, muy nuestra. La arquitectura chilena de esta zona, por ejemplo, que es sorprendente y tiene unos arquitectos modernos sorprendentes, era una arquitectura de lo posible, muy liviana, casi efímera. Y los arquitectos argentinos, por formación, necesitábamos más. En la Argentina la piedra es piedra y la madera, madera. Bustillo, en este sentido, fue extraordinario: colocaba unos troncos de 50 centímetros de ancho y unas piedras colosales y nos dio la dimensión de los materiales, una circunstancia que en no demasiados lugares se puede apreciar tan crudamente. Bustillo también es descomunal en otro sentido: por el respeto y el conocimiento que tenía del lugar al emplazar sus obras. Para los persas, el arquitecto era un sacerdote porque era divino colocar la arquitectura, ubicarla. Más allá lo divino, más allá de lo sacerdotal, la capacidad de ubicar bien una obra arquitectónica en un lugar concreto, es una virtud decididamente sensible. Tanto el Llao Llao como el Centro Cívico, obra del arquitecto Ernesto De Estrada, son ejemplos claves. De Bustillo, particularmente, tomo dos cosas muy fuertes, independientemente de su eclecticismo y de lo que hizo con el Banco Nación en Plaza de Mayo o con el Casino de Mar del Plata: redescubrió los materiales para nosotros. Nosotros estamos acostumbrados, pero se trata de una verificación que no es tan común ni tan normal. No es que lo que hacía Bustillo no existiese en otras partes del mundo. Sucede que él le dio un contenido tan fuertemente regional y le dio una impronta de “arquitectura para siempre” que ningún arquitecto que llegue a esta zona se puede escapar de este pasado. Esto no significa que se va a poner a diseñar y construir casas como lo hacía Bustillo, pero no va a dejar de considerar a la madera como madera y a la piedra como piedra. Era un artista, un genio y un creador. Dentro de su formación, supo leer que lo que el lugar necesitaba era la madera, la piedra y la implementación correcta en el lugar correcto. Tuvo sensibilidad, además, para entender correctamente el sitio en el cual le tocaba construir: aquí se integró al pasaje, mientras que con el casino de Mar del Plata su trabajo adquirió otra clase de monumentalismo. Desde este punto de vista, se trata de una persona indiscutible. Ahora, que alguien se ponga a construir casas estilo Bustillo en pleno Siglo XXI es otra cosa y otra discusión. La tecnología cambió todo, incluso las formas y las imágenes: Bustillo no contaba con vidrios dobles de tres metros de largo y tenía que pensar en ventanas chicas para que no se escapara el calor.
El proceso ahora es volver a valorizarlo.
La Patagonia tiene una muy buena calidad de arquitectura por muchos motivos. El primero, externo a los arquitectos, es el lugar, que es impresionante: no puede no generarte un poco de miedo, de duda, poner una casa frente al lago Nahuel Huapi. De arranque, se genera un respeto por el lugar que es inevitable. Y después la arquitectura se formó con tipos que eran un poco rebeldes porque trataban de cambiar su modelo de vida: muchos somos el producto de una discusión al posmodernismo que implicó abandonar Buenos Aires para buscar otra cosa. Creo que los arquitectos jóvenes siguen llegando y entienden este mensaje. Estamos volviendo a valorizar, volviendo a trabajar con imágenes nuevas pero sobre la base de lo que teníamos, lo que se aprecia muy claramente en esta zona de la Patagonia: la búsqueda continúa, pero sigue existiendo un profundo y notable respeto por el lugar y por los materiales. La búsqueda estética y artística personal nunca debe primar por sobre el lugar o sobre la gente. Pero si se anula la idea de arte, de creatividad, destruimos la arquitectura, que no podrá generar un producto que valga la pena desarrollar. De alguna manera la arquitectura también genera cambios que van más allá de ella. La arquitectura es un producto social y, como cualquier manifestación artística, es producto y es generadora. No es el resultado, está en el inicio. Que sea una disciplina al servicio de la gente y del entorno no significa que tengamos que matar lo que de arte tiene. Desde el punto de vista artístico, genera: en la discusión uno intenta advertir los cambios que la sociedad propone. –