LIBROS RECOMENDADOS #39

POR MARTÍN ZUBIETA

HHhH. LAURENT BINET Seix Barral, Buenos Aires, 2012.
Laurent Binet nació en París en 1972. Hasta ahora no había escrito nada. HHhH es su primer trabajo de ficción y recrea el atentado que terminó con la vida del abyecto nazi Reinhard Heydrich, la “bestia rubia”, el “carnicero de Praga”, uno de los ideólogos de la Solución Final. No es una novela pero es literatura. No es una investigación académica pero es un libro que no desdeña la Historia. No es un ensayo propiamente dicho. Tampoco un trabajo periodístico ni una miscelánea escrita en primera persona. Pero es muy bueno. Inclasificable, mucho más que la “suma de las partes”.  Y allí están las vidas del checo Jan Kubiš y el eslovaco Jozef Gabčík. El texto reescribe lo que la cronología y los hechos conocen como Operación Antropoide, es decir la pequeña epopeya de dos paracaidistas que saltaron sobre Praga para imaginar el sabotaje imposible. Y el 27 de mayo de 1942 Heydrich viajaba sin escolta en su aterrorizante Mercedez Benz descapotable. Sólo él y su chofer. En la curva de Holešovice, Kubiš y Gabčík atacaron por sorpresa. El título del libro tiene su explicación (histórica y semántica): las “cuatro haches” (tres en mayúscula y una en minúscula) en alemán quieren decir Himmlers Hirn heiss Heydrich, lo que traducido a cualquier idioma -y al castellano en particular- ofrece la certeza de la comprensión: “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”. “Mi historia se ha acabado y mi libro debería hacerlo también, pero descubro que es imposible terminar un historia semejante”, reflexiona Binet a medida que avanza.

El otro nombre de Laura. BENJAMIN BLACK (John Banville) Alfaguara, Montevideo, Uruguay, 2008.
En la metódica y conservadora Dublin de los años cincuenta, el cadáver de una joven mujer aparece flotando cerca de la costa, en la orilla de Dalkey Island. Y el hallazgo supone trabajo para el forense, el doctor Garret Quirke. La llamada de un viejo conocido del pasado, el viudo de la reciente muerta, lo sorprende: le pide, sin especificar razones significativas, que no realice la autopsia. Esa es toda la sospecha que necesita el desordenado y curioso Quirke para comenzar a formular preguntas distraídas. La mujer, aparentemente, se suicidó. Pero la idea parece no convencer a nadie, mucho menos a Quirke (“sufro una curiosidad incurable”, dirá por ahí) Es indispensable volver a remarcar que Benjamín Black es el pseudónimo del escritor irlandés John Banville y el traje de la novela negra le queda cómodo y elegante a Mr. Black, circunstancia que enaltece al género (y a Banville por transitarlo). Más allá del relato, de las ideas, de las formas y de las metáforas, es necesario advertir que el propósito del argumento no es moral ni ético ni implica “hacer justicia” en el sentido estricto del término. Supone pensar, indagar, buscar la verdad, como un viejo filósofo. El propósito es literario, estético: supone contar una  buena historia. El desarrollo excluye el vértigo. Sin embargo no es lenta. Delicada y sombría novela de Benjamín Black, que además, como su hermano gemelo John Banville, escribe demasiado bien. “El aire no olía a nada. Era como una casa en la que aún no se hubiera vivido”.

Los barcos se pierden en tierra. ARTURO PÉREZ-REVERTE Alfaguara, Buenos Aires, 2012.
El título no admite ni siquiera la más mínima sospecha: el libro tiene una directa relación con el mar, lo mismo que su autor, que supo frecuentar el periodismo como corresponsal de guerra y también la novela de aventuras a partir de textos (a estas alturas clásicos) como El Club Dumas, La carta esférica, El capitán Alatriste o La Reina del Sur, entre muchos otros. Para Arturo Pérez-Reverte, quien nació frente al Mediterráneo, el camino de la crónica o el relato forman parte de su biografía y de su hacer: este volumen se inscribe en esa tradición (otros artículos ya han sido recopilados en títulos como Patente de corso o Con ánimo de ofender), con una salvedad: todos hacen referencia al mar, a los océanos, a su historia, a sus personajes (Paco el Piloto, por ejemplo), los barcos memorables reales o imaginarios (el Pequod, el Bounty, el Marlborough, el María Teresa, el Viscaya, el María Cecilia, el Sophie, el Bahía Buen Suceso,  el Galatea), a las grandes batallas (Trafalgar), a las infinitas y vehementes discusiones que el autor mantiene, aún, con los marinos, los novelistas y los historiadores ingleses (siempre en un marco de una educada, culta y bienvenida bravuconería…) No faltan  -no podían faltar- los grandes libros. Entre ellos Moby Dick y el Capitán Ahab.  O el capitán Jack Aubrey y el capitán Blood. Tampoco Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Patrick O´Brian o Cecil Scott Forester. Incluso aparece en el horizonte, lejana y atemorizante, la Jolly Roger, la bandera negra de los piratas.

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