CANADÁ

POR MARTíN ZUBIETA

Pequeño e irrelevante recorrido por el universo de una etimología específica.

Las bibliotecas muchas veces procuran pequeñas sorpresas de entrecasa, sobre todo si están desordenadas o a merced de todos los olvidos cotidianos. Al lado de una vieja edición en tapa dura del Leviatan de Thomas Hobbes (lindísima, del Fondo de Cultura Económica) una revista apareció como si nadie nunca la hubiera leído. Se trataba de un ejemplar, en inglés, de la Canadian Geographic, número correspondiente a los meses de diciembre de 1989/enero de 1990 y un artículo sobresalía por sobre los demás: se titulaba “Canada, a native name from the land”, firmado por Alan Rayburn, en el que el autor recorre distintas hipótesis académicas que intentan resolver la historia y la etimología del nombre del país. Muchas de las opciones son decididamente atrayentes.
Canadá, en principio, es un enorme país ubicado en América del Norte que se constituyó a partir de las colonizaciones británica y francesa (es una nación bilingí¼e en la que tanto el inglés y el francés son idiomas oficiales), conformado por diez provincias (Ontario, Quebec, Manitoba, British Columbia, Saskatchewan, Alberta, Nova Scotia, Prince Edward Island, New Brunswick y Terranova-Labrador), además de tres territorios nacionales (Northwest Territories, Yukon y Nunavut ). Se lo considera uno de los países más desarrollados del mundo y su bandera es particular, además de bella: The Maple Leaf o L Unifolié es roja con un cuadrado blanco en el centro, dentro del cual hay una hoja de arce de once puntas.
Más allá de cualquier precisión (se podrían escribir cuadernos enteros sobre Canadá), el origen del vocablo tiene una historia que vale la pena un paréntesis, máxime si se tiene en cuenta que, por ejemplo, otras naciones americanas arrastran certezas notables: Argentina deriva del latín “argentum” (“plata”), Colombia no es otra cosa que un postrero homenaje a Don Cristóbal, Bolivia a Simón Bolivar, o que los Estados Unidos de Norte América son eso, estados unidos de América del Norte. Países como Uruguay (“río de los pájaros”) o Paraguay (“río de los payaguas” en guaraní) ofrecen algunas dificultades adicionales. Pero no demasiadas.
El texto de Rayburn cuenta que, “extraoficialmente”, los primeros europeos habrían llegado al actual Canadá alrededor del año 1000 D.C y que, entre la fecha del descubrimiento “oficial” de América y 1528, algunos exploradores y aventureros como los italianos Juan Caboto (por Inglaterra) y Giovanni da Verrazano (en nombre de Francia) llegaron hasta las costas de Labrador o Terranova. Puede suponerse que ninguno de los dos sabía el nombre del lugar en que se hallaba. En 1535/36 el francés Jacques Cartier viajaba por el río San Lorenzo y su bahía. Culto y curioso, investigó que la palabra iroquesa “kanata” denominaba algo parecido a una ciudad o una aldea. De la misma manera, los indios mohawks empleaban la palabra “nekanta”, los onondagas “ganataje” y los senecas “iennekanandaa”. Rayburn menciona también la posibilidad de un origen español para el término, ya que los navegantes ibéricos habrían anotado “acá nada” sobre un precario mapa (frustrados, acaso, al no encontrar algo que implicara una rápida y eficaz rapiña), dato que parece haber hallado un presbítero francés, Louis Henepin, quien anotó la similitud entre “acá nada” y “Canadá”: dedujo que habían sido los nativos quienes habían escuchado la palabra de los españoles y que habían sido ellos los que se la hicieron conocer a Cartier. El historiador Charlevoix, añade la nota, otorgó crédito a esta versión en 1744 y la misma postura adoptó el investigador estadounidense Marshall Elliott, quien desechaba absolutamente un origen “canadiense” para la palabra “Canadá”. En 1861, incluso, un filólogo inglés de apellido Davies arriesgó la teoría de una raíz oriental para el vocablo, al que comparó con las palabras hindúes “canara” o “karnata”.
Durante mucho tiempo “Canadá” se utilizó como sinónimo de “New France” y hasta comienzos del Siglo XVIII existían, en las denominaciones cartográficas, un Alto Canadá y un Bajo Canadá. En 1841 el Acta de Unión amalgamó ambos distritos, dividiéndolos en Este y Oeste, pero cuando la unión política y económica entre los territorios occidentales y orientales era evidente (hacia 1860), la necesidad de adoptar una denominación definitiva también lo fue. Canadá era una de las posibilidades, pero no la única: “Trasatlántica”, “Ursalia”, “Canadensia”, “Aquilonia”, “Hochelaga”, “Borealia” o “Efisga” (England, France, Ireland, Scotland, Germany, Aboriginal) eran las otras. Para brindar un poco de tranquilidad a los espíritus impacientes, The Dictionary of Canadianism -en su edición del año 1967-, indicaba que la etimología de la palabra no estaba “claramente establecida”. ¿Lo estará actualmente? Poco importa. El sonido (y la historia) que se esconde en palabras como su propio nombre, Saskatchewan o Manitoba, por ejemplo, invitan a no quedarse quieto. Después de todo Canadá es la tierra donde nació Leonard Cohen. Con eso alcanza. –

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