FOTOS MARTíN CROSTA
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La naturaleza no admite reparos. Tampoco solicita demasiados permisos. La reciente erupción volcánica del Puyehue-Cordón Caulle, puso a Bariloche, Villa La Angostura y a grandes distritos de la Patagonia, ante una situación crítica, frente a una situación de verdadera emergencia. Junio no será el mismo. Pero el Día de la Bandera la gente de Bariloche se propuso hacer algo por la ciudad, por el otro, por los otros: la idea (que se repitió al domingo siguiente en zonas un tanto más alejadas de la “postal” que todo el mundo conoce), denominada “Bariloche mi casa” implicó que muchísimas personas saliesen a las calles con palas, carretillas, baldes y rastrillos, aunque la principal herramienta fue la de sentirse parte de un todo. El trabajo solidario y mancomunado logró que la zona céntrica quedara un tanto más parecida a sí misma. Nada que objetar. Los adjetivos frente a la adversidad no pueden ser sino elogiosos. Una ciudad (Bariloche, por mencionar una al azar…) debe ser empática consigo misma y con sus habitantes, más allá de la normalidad o de las contingencias que la enfrentan a situaciones difíciles de manejar. Es indispensable que así sea. Una iniciativa como “Bariloche mi casa” tiene que ser necesariamente aplaudida, fomentada y destacada. No cabe duda. Y debería ser siempre así. No hace falta la erupción de un volcán para que los barilochenses hagamos por nosotros lo que ni siquiera, por demasiado obvio, hace falta señalar. Bariloche -acaso varias ciudades en una- requiere de un espíritu de colaboración permanente aún en los momentos más tranquilos, e independientemente, además, de si la ayuda se requiere a metros del Centro Cívico o en un barrio del Alto. Ojalá.