CHARLES DARWIN, POSTALES DE LA EVOLUCIÓN :: Segunda parte

PAISAJE DOMINADO POR LOS CALDENES PLAYA DESEMBOCADURA DEL RíO SALINAS DEL RíO NEGRO LOMADA - "EL DIVISADERO DE ROSAS" PLACA CONMEMORATIVA CARMEN DE PATAGONES

POR SERGIO SEPIURKA
FOTOS FRANCISCO BEDESCHI

Charles Darwin, durante su viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle entre 1831 y 1836, bajo el mando del capitán Robert Fitzroy, recorrió distintos lugares de la Patagonia y del sur de Buenos Aires. Entre otros sitios estuvo en Fortín Mercedes, junto al Río Colorado, donde se entrevisto con el brigadier general don Juan Manuel de Rosas. También en Carmen de Patagones.
AIRE, nuevamente tras sus pasos.

En Pehuén-Co, la playa de los megaterios

El balneario Pehuén-Co, ubicado al norte de Bahía Blanca, además de unas espléndidas playas y de su entorno tan agradable, ofrece al visitante la posibilidad de encontrarse con una excepcional concentración de huellas de animales prehistóricos, impresas en el suelo desde hace 12.000 años. Junto a Francisco Bedeschi recorrimos con asombro estas playas de la mano experta de la paleontóloga y geóloga Teresa Manera de Bianco y de su esposo Roberto, quienes nos guiaron hasta “descubrir” unas huellas de Macrauchenia que aparecieron como por arte de magia luego del embate de las olas y de un poco de trabajo para descubrirlas, entenderlas y, obviamente, fotografiarlas.

Cuando era niña, Teresa pasaba sus vacaciones en el balneario y cuenta que allí, a los 11 años, descubrió su vocación el día que su madre “naturalista aficionada- le mostró un trozo de caparazón de gliptodonte, una suerte de armadillo gigante. Fascinada por esta criatura prehistórica, decidió que un día la estudiaría como científica. Y vaya si lo hizo.

En 1986 descubrió el yacimiento que, desde entonces y junto a un grupo de científicos, técnicos y estudiantes, se ha dedicado a preservar, una tarea que mereció el premio Rólex 2004. En el Museo Carlos Darwin de Punta Alta y en el Centro de Interpretación de Pehuén-Co, llevan a cabo acciones de educación ambiental y rescate y preservación de esas huellas.

Se trata de un yacimiento de tres kilómetros de longitud en la costa atlántica que hace 120 siglos era una laguna interior en la que abundaban pájaros y mamíferos. Después de permanecer miles de años cubierto de sedimentos, el sitio está amenazado ahora por la elevación del mar y por los daños provocados por los vehículos de los turistas en la playa.

Es que “hace 12.000 años, Pehuén Co se encontraba a una gran distancia del mar” nos explica Teresa quien prosigue:”la zona era anegada frecuentemente por las crecidas de un río que la cubría de un fino sedimento. Con el tiempo, el nivel de las aguas bajó y el limo quedó al descubierto. El pantano atraía a numerosas especies: megaterios, gliptodontes o armadillos gigantes, camélidos y pájaros. En el período cálido que siguió, los sedimentos se secaron y comenzó la fosilización de los rastros. Este ciclo se repitió una y otra vez. En los últimos 10.000 años, el nivel del mar ha subido 100 metros, y hoy las olas barren las huellas fosilizadas amenazando su conservación”.

Dado que la fragilidad de gran parte de las huellas impide su remoción, la tarea que llevan adelante Teresa y su equipo consiste en su conservación mediante moldes de látex (los de yeso no son apropiados para trabajar en grandes superficies y los de siliconas son más caros) que, dentro de algunos años, serán los únicos testimonios de estas pisadas. Son huellas que maravillan por su belleza y alarman por su fragilidad. Así como en Punta Alta Darwin descubrió restos de los gigantes del cuaternario, y en la barranca de Monte Hermoso vio la ceniza volcánica y especuló con los cataclismos que cambiaron la vida del planeta, a pocos metros de allí yacen todavía “casi intactas- las huellas que esos animales dejaron. Y que, como el propio Darwin observara para el caso de los fósiles durante su visita a la zona de 1832-33, suelen ser vistas después de las tormentas que erosionan los arenales de la costa.

Fortín Mercedes. Con Rosas, junto al río Colorado.

Al río Colorado (límite norte de la Patagonia), Darwin llegó en agosto de 1833 cabalgando desde El Carmen con la guía experimentada de James Harris y sus gauchos baqueanos. En tanto que Francisco y yo desandamos el camino en sentido inverso de Norte a Sur. Nos resultó interesante y divertido ir leyendo en el trayecto las descripciones de Darwin sobre su viaje a caballo y su famoso encuentro con el brigadier Juan Manuel de Rosas, a orillas del río Colorado, en el Fortín Mercedes, en plena campaña al desierto.

Darwin necesitaba contar con protección para seguir viaje al norte atravesando la provincia de Buenos Aires, y allí pudo entrevistarse con la persona que entonces detentaba y ejercía poderes supremos. El encuentro con Rosas, que en ese momento estaba a cargo de una violenta campaña contra los indios, produjo en el joven Darwin una impresión intensa. “El general Rosas manifestó el deseo de verme, circunstancia que me proporcionó ocasión para que yo me felicitara andando el tiempo…es un hombre de extraordinario carácter…adoptando el traje de los gauchos, ha sido como ha adquirido el general Rosas una popularidad ilimitada en el país y como consecuencia un poder despótico.”

Fortín Mercedes se convirtió, medio siglo después del encuentro de Rosas con Darwin, en el asentamiento de una importante misión salesiana que, aún hoy, impresiona por las dimensiones de sus instalaciones que incluyen una importante iglesia, un inmenso Colegio y un Museo Regional que rescata la rica historia de este sitio. En su biblioteca, de la mano de Norma Ferretti, descubrimos viejas ediciones patagónicas y, en las salas del Museo, todo el fervor de los misioneros que llegaron a la Patagonia tras los sueños de Don Bosco.

Junto al Museo, se alza una reproducción a escala del viejo Fortín, montada sobre una elevación desde la cual nos asomarnos al río y nos transportamos 185 años atrás, al sentirnos un poco en escena ante este relato de Darwin:
“El campamento del general Rosas se encuentra muy cerca del río. Es un cuadro formado de carretas, de artillería, de chozas de paja, etc….Casi todos los hombres son de raza mestiza…Llevo encima una Carta de Recomendación ¦Vamos a aposentarnos al rancho, o choza, de un anciano español que había servido a las órdenes de Napoleón en la expedición a Rusia…Permanecemos dos días en el Colorado…Mi principal entretenimiento consisten en observar a las familias indias que acuden a comprar diversos artículos al rancho que nos sirve de morada. Se suponía que el general Rosas tenía alrededor de seiscientos aliados indios…Puede decirse realmente que algunas jóvenes, o chinas, son bellas…Nada más interesante que algunos de esos grupos familiares. A menudo una madre con una o dos hijas venían a nuestro rancho montadas en el mismo caballo. Montan como lo hombres, pero con las rodillas más altas. Esta costumbre proviene quizá de que durante lo viajes van montadas en los caballos que conducen los bagajes. Las mujeres deben cargarlos y descargarlos, montar las tiendas para pasar la noche; en una palabra, son verdaderas esclavas, como las mujeres de todos los salvajes, que deben hacerse tan útiles como posibles sea. Los hombres se baten, cazan, cuidan los caballos y fabrican los artículos de talabartería para éstos. Una de sus principales ocupaciones consiste en golpear dos piedras una contra otra hasta que queden redondeadas, a fin de utilizarlas para construir boleadoras. Con ayuda de esta importante arma, el indio se apodera de la caza y hasta de su caballo, que va errante en libertad por la llanura. Cuando se bate, trata lo primero de derribar el caballo de su adversario con sus boleadoras y de matarle con su chuzo mientras está sujeto por la silla. Si las boleadoras no se afianzan o sino al cuello o al cuerpo de un animal, a menudo están perdidas; de aquí que, como son precisos dos días para redondear las piedras que las forman, su fabricación es, en cierto modo, un trabajo continuo.”
Una tarea artesanal casi extinguida que pudimos conocer y apreciar de la mano de quien fue nuestro guía en Carmen de Patagones, el folclorista y amigo Ángel Hecheleitner. El armó varias dos juegos espléndidos con los que poco después, ya en Bariloche, Francisco Bedeschi pudo cumplir un viejo sueño suyo: fotografiar una escena de caza con boleadoras.

El Carmen, la Patagonia colonial

El fuerte de El Carmen fue fundado por la corona española en 1779, tres años después de la creación del Virreinato del Río de la Plata. Luego de la publicación en Europa de la obra La Patagonia del jesuita británico Falkner, España percibió la vulnerabilidad de sus posesiones en esta porción de América del Sur y decidió fortalecer su presencia.

Se fundaron cuatro poblaciones como parte de esa estrategia: el Carmen (Río Negro), San José (Chubut), Deseado y Floridablanca (Santa Cruz), aunque solamente la primera logró consolidarse y constituyó durante más de un siglo el asentamiento austral más relevante, desde donde Argentina proyectó luego su presencia al resto de la Patagonia.

Como observaría Darwin, la estrategia de las autoridades coloniales primero, y de las criollas luego de 1810, se orientó a afirmar el rol de centro comercial del asentamiento y fue más defensiva que ofensiva respecto de los indios. De hecho, la fundación del fuerte surgió de un acuerdo con el cacique Pincheira, uno de los principales de la zona.

Se fue conformando así una mezcla de corrientes migratorias españolas, entre las cuales se destacan las de León, Asturias y Galicia. La comarca de la Maragatería (extremo NO de León), fue la que realizó el mayor aporte migratorio a tal punto que al conjunto de los pobladores del Fuerte del Carmen se los denominó (y aún se los denomina) maragatos.

El paisaje natural de la Maragatería es una suave rampa que se eleva hacia el macizo de León. Esa posición geográfica explica las principales actividades de su pueblo, que fueron arrieros y mercaderes. La comarca apenas permitía una agricultura y ganadería extensivas: cultivo de centeno y cría de ovinos y mulares y sus pobladores vivían muy pobremente.

Darwin recorrió la margen norte del caudaloso río Negro, conoció las cuevas maragatas que podemos visitar aún hoy y visitó algunas de las salinas existentes en la zona, un recurso muy importante para su tiempo. Nos resultó fascinante recorrer ese mismo entorno que el pueblo y las autoridades de Carmen de Patagones siguen conservando y poniendo en valor.

Seis años antes del arribo del Beagle al río Negro, un intento invasor del Brasil fue resistido con éxito por la población de El Carmen, en un hecho destacado de la historia naval argentina (Revista AIRE nº26). Los invasores lograron llegar a las inmediaciones del Fuerte, pero fueron batidos durante el combate del 7 de marzo de 1827 en el cerro de la Caballada.

No es difícil comprender el interés brasileño por El Carmen: el puerto patagónico era una base ideal para los buques corsarios; podían almacenar mercancías, reparar sus barcos, curar los heridos, rebautizar y re tripular sus naves. En 1826, ingresaron al puerto 13 presas, entre ellos el corsario Fourmantin con un barco negrero con 374 africanos.
La guerra, que antes parecía lejana, alteró el ambiente, porque sus protagonistas traían en la piel la pólvora de los combates y en sus voces de tantos idiomas, crónicas de coraje descabellado. Sus hazañas se contaban a viva voz en las tabernas de la ribera, desbordadas de parroquianos que continuaban sus borracheras en las calles para escándalo del vecindario.

Mientras caminábamos con Bedeschi fotografiando la ribera, a poco de salir del Museo Histórico, reparé que Darwin había dejado El Carmen el 10 de agosto de 1833, apenas dos semanas antes del nacimiento de Luis Piedrabuena, ese navegante entrañable que “cuando no comerciaba con los indios, salvaba náufragos o plantaba banderas celestes y blancas”.

Luisito se lanzó a los 9 años por el río Negro hasta su desembocadura en el mar argentino al que entregó su vida. Su padre tenía un almacén, junto al muelle viejo donde hoy se encuentra una pequeña plaza. Mientras aguardábamos el bote para cruzar a Viedma, en el silencio de esa cálida tarde de julio, no pude sino maravillarme al descubrir que entre las voces extrañas que se escuchaban hace 175 años en el lugar, seguramente se cruzaron las de Darwin y su padre, bajo la atenta mirada de una madre que esperaba a otro gran viajero. –

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