LA SONRISA DE ANGÉLICA.
Andrea Camilleri, Salamandra, Buenos Aires 2013.
Todo está como el lector supone que debe estar. La ciudad es la de habitual, Vigàta, con sus personajes y escenarios sicilianos tan frecuentes en todas las novelas de Andrea Camilleri. Catarella no deja de anotar mal todos los apellidos que escucha y Fazio también ha reeditado sus virtudes: metódico, ordenado, cerebral. Salvo Montalbano, de 58 años, quizá se parezca al que suele ser. Pero es sólo una percepción. Está mejor que nunca. Se trata de su vigésima primera “aventura literaria” editada en castellano. Sigue viviendo frente al mar, fuma como siempre, toma wiskhy como siempre y almuerza en la trattoría de Enzo, también como siempre. Sigue de novio con Livia, que vive en Génova. Pero esta vez sucede algo bien fuera de lo común: a partir de una serie de robos a casas residenciales y de veraneo, anónimos mediante que anuncian lo que vendrá a manera de desafío intelectual, Montalbano se enamora de la hermosísima Angélica Cosulich, mucho más joven que él. Fazio lo sabe. Ambos lo saben. En silencio. Y Angélica, previsible y encantadoramente, no es ajena a la historia que se cuenta. Como si se tratase de un problema de tiempos y cronologías, Camilleri hizo que la Angélica de Vigàta se parezca a la del Orlando Furioso, texto escrito por Ludovico Ariosto en 1532, y que el comisario leyera en sus días de la secundaria en una edición ilustrada por Gustave Doré. Allí, en el medio, están esas glosas. Y Montalbano, extraordinario.
A MIS MEJORES AMIGOS NO LOS HE VISTO NUNCA.
Raymond Chandler, Debolsillo, Buenos Aires, 2014.
Basado en una biografía de Raymond Chandler (1888-1959) publicada en 1976 por Frank McShane, Tom Hiney ordena y amplia la copiosa correspondencia personal de Chandler, adosándole un par de ensayos que sobrevivieron desperdigados por archivos y bibliotecas. Entre ellos uno en el que realiza comentarios (mucho menos extenso que su conocidísimo El simple arte de matar) respeto a la novela policial. Más allá de las subjetividades, se trata de un volumen que recorre la vida de un hombre que comenzó su carrera literaria a los 45 años y al que se le debe la figura del detective por excelencia, Philip Marlowe, y algunas novelas inolvidables como El sueño eterno (1939), Adiós, muñeca, (1940) o El largo adiós (1953). Chandler era un hombre que escribía constantemente, lo que se advierte en su correspondencia, que no es azarosa ni está escrita de cualquier manera: son las cartas de un hombre, de un escritor, que tenía un enorme respeto por la palabra, lo que además lo transformó en un notable y riguroso polemista. De hecho los temas incluyen cuestiones literarias, la Segunda Guerra Mundial, la muerte de su esposa Cissy (17 años mayor que él) o su relación con el alcohol. De acuerdo al Washington Post, sus cartas también son “compulsivamente legibles”. Párrafo aparte para la traducción de César Aira y Juan Manuel Ibeas: impecable. El texto está cuidado y carece, afortunadamente, de todo tipo de “españolismo”.
LA RUBIA DE OJOS NEGROS.
Benjamin Black (John Banville), Alfaguara, Buenos Aires, 2014
Los Ángeles, comienzos de la década del ´50, hace ya mucho tiempo (de hecho, Raymond Chandler murió en 1959) Página 128:
“- De acuerdo. Mi nombre es Marlowe, eso es verdad. Soy detective.
– Seguro, y yo soy Caperucita Roja.
– Tome –saqué una tarjeta de la cartera y se la tendí. Ella la leyó con el ceño fruncido-. Me han contratado para que investigue la muerte de su hermano.”
A partir de un acuerdo entre los herederos de Chandler y “Benjamín Black”, todos resolvieron relanzar al detective Philip Marlowe, que técnicamente jamás murió. Pero “Benjamin Black” es el seudónimo que el irlandés John Banville utiliza para escribir policiales negros. Ahora, además, es la nueva voz, la contemporánea versión de Chandler. Un talento con tres rostros, con tres identidades. Se trata de la década del ´50. Pero nada sucede en Dublin. “Cahuenga” y “Hollywod” delatan a la ciudad de Los Ángeles. No están el doctor Quirque ni su reencontrada hija Phoebe. Tampoco el melancólico y silencioso inspector Hacket. Se trata de Philip Marlowe, una extraordinaria excusa para regresar a las fuentes. Como no podía ser de otra manera, una rubia espectacular, Clare Cavendish, quiere saber qué fue de la vida de un antiguo amante. Y le sobran los dólares. Banville/Black logran una delicada y sutil reminiscencia de El largo adiós (1953), acaso la mejor novela del tándem Chandler/Marlowe.