TEXTO MOIRA TAYLOR
FOTOS FRANCISCO BEDESCHI
María Estela Trannack, Marie para todos, tiene 91 años y sus ojos hablan de una vida plena. Antigua propietaria de la Estancia Los Helechos, en el lago Huechulaufquen, e hija de Arturo Trannack, uno de los hombres que, de muchas maneras, imaginó la ciudad de Zapala. Marie es una leyenda viviente de la vida rural de la zona. Con una personalidad fuerte que se percibe en cada gesto y en cada palabra, su relato viaja en el tiempo sabio y seguro: es la voz protagónica de aquel que cuenta la historia en primera persona. Una tarde de té entre dos descendientes de pioneros. Las generaciones nos separan y nos unen.
Marie es una mujer con actitud, ávida de contar, decir y enseñar. Una mujer que entre palabras y risas nos deja ver lo que fue esta Patagonia, lo que fue este territorio repleto de grandeza en su naturaleza y en sus pioneros.
Nos recibe en una pequeña casa de ladrillos a las afueras de San Martín de los Andes. En las paredes se agolpan un sin fin de adornos, recuerdos de porcelana y pinturas que nos remiten a una historia que las paredes no alcanzan a contar. El living comedor es de las dimensiones justas, cada silla y sillón tiene su tapiz o matra tejida. El color reina en cada rincón.
Marie se reparte entre el jardín (su ocupación y pasión desde hace ya muchos años) y mis preguntas, contando y entremezclando el castellano con el inglés. Por momentos se esfuerza por encontrar las palabras justas en uno u otro idioma y su pronunciación tiene ese tono familiar que me remite a mi abuela. Marie es mi tía abuela política y los lazos familiares se cuelan en nuestra charla a cada momento. “Tu bisabuelo era muy amigo de Dady, siempre lo ayudaba y Santiago (Don Santiago Taylor) siempre andaba ayudando a otros. Se iba desde la Estancia Chapelco hasta el pueblo de San Martín de los Andes en el carro, lo cargaba de provisiones y en el camino de regreso se la pasaba repartiendo cosas a los vecinos que más lo necesitaban. Al llegar a la estancia, según me contaba papá, su señora Nora Etta, se enojaba mucho. Pero así era en ese entonces, nos cuidábamos entre todos los pocos que éramos.”
Así la charla se va dando y un tono familiar la recorre. Nos perdemos en el tiempo, viajando a un pasado en el que la Patagonia era ese destino inexplorado y abonado de sueños de progreso de familias como la de Marie Trannack.
De Inglaterra a Zapala “1890 y pico”
El abuelo de Marie se llamaba Ricardo Hosking y era hijo de un empresario muy adinerado de Inglaterra. Al morir su padre Ricardo, que para aquel entonces terminaba su carrera de medicina, comenzó a evaluar las propiedades y oportunidades con las que contaba: una tierra en África, una flota de barcos en Japón y las propiedades en Inglaterra. Al poco tiempo decide vender las tierras en África y dos de los tres barcos de su flota. Con ese dinero adquiere en un remate en Londres 22.870 hectáreas en el Territorio Nacional del Neuquén y otras 10.000 en el Territorio Nacional de Río Negro (que vendería muy pronto).
En ese momento comienza la travesía y la vida en un territorio en el que la historia la forjaban las huellas de las carretas y los criollos cansados. Los abuelos de Marie, Ricardo Hosking y Marie Hanriettte, tuvieron seis hijos: Ricardo Tomás, Estela Maud, Arturo Enrique, Lois Inés, Hubert D ´Horsey y Claudio Vicente. Toda la familia realizó la travesía en el barco y llegaron a las costas de Quilmes en 1893, donde se establecieron por casi 2 años a la espera de construir las carretas que los llevarían hasta sus tierras. En su equipaje acarreaban no sólo ganado y animales de raza sino también un abanico de instrumentos musicales que casi los convertía en una orquesta infantil, cuenta Marie con orgullo, moviendo los dedos e imaginando el piano nuevamente entre sus manos. “La abuela era una gran pianista en Londres y no sólo toco en reconocidos teatros sino también para los curiosos indios de la zona que disfrutaban de su música cuando pasaban por la estancia”, recuerda.
Luego de más de 6 años, en 1899 la familia Trannak llega a Zapala, radicándose definitivamente. El abuelo Hosking y sus hijos (tanto los hombres como las mujeres, que eran excelentes jinetes y cazadores) se dedicaron desde entonces al trabajo de campo, la cría de ganado y de yegí¼arizos.
Al morir Marie Hanriettte y Ricardo Hosking en 1906, la familia tuvo que reorganizarse. Para el año 1912 Arturo y Tomás le compran a sus hermanas Estella Maud y Lois Inés la parte del campo que les correspondía, marchándose ambas nuevamente a Inglaterra. Por su parte Claudio Vincent les vendió su parte para asentarse en Buenos Aires. Quedan entonces a cargo de las estancias Ricardo Tomás, Hugo Arturo Enrique y Hubert Audrey D ´Horsey Trannack. Tomás y Arturo trabajaron de forma conjunta en una misma estancia y Hubert lo hizo de forma independiente.
“En 1924 uncle Tom muere de peritonitis. En aquel entonces no había médicos en la zona y con lo único que contábamos era con un farmacéutico. Si bien intentaron salvarlo, Tom murió esa misma noche, y por eso Dady quedo a cargo de toda la sociedad”. El tío Tom era una persona muy refinada recuerda Marie: “Estaba siempre muy bien vestido, se ensuciaba poco, tenía unos guantes blancos que siempre me llamaban la atención. Venía a la estancia para contar el ganado pero no era de estar entre los corrales como papá. Yo de chiquita me enojaba y decía que me parecía injusto, pero mamá (María Mercedes Bascour, de origen chileno) siempre muy diplomática, me explicaba que así eran las cosas y que los hermanos mayores tenían otras responsabilidades. Me llevó su tiempo entenderlo pero el día que se nos fue, lamenté mucho su muerte. Cuando eras chica y alguien moría te enterabas tiempo después, casi porque no lo veías más, no porque te informaran mucho del tema.”
De tíos, abuelos y anécdotas
Otro de sus tíos, uncle Bertie, hermano de Arturo era, según cuenta Marie, un hombre bueno pero muy sordo y extremadamente tranquilo, costaba comunicarse con él. “No le gustaba hacer mucho, él se relajaba en la entrada de su casa y simplemente retozaba allí mientras que el resto trabajaba”. Su parte de la estancia la llamo “La Corona”- dice Marie entre risas irónicas- y años mas tarde se la vendió a Arturo para comprarse una chacra en Plottier, donde pasó el resto de sus días sentado bajo la sombra de algún frutal”, continúa Marie, ahora con su sonrisa dibujada por completo.
“Mi padre siguió en Zapala. Ese fue su lugar en el mundo”. Después compró Los Helechos en la zona de Huechulafquen (que luego administró Marie) y mucho después, La Gotera, en Aluminé. Pero según los distintos relatos, Arturo era un hombre de Zapala, ahí estaba su sueño y el de su familia, que mucho tiempo atrás había llegado a esas tierras a forjarse un futuro. Arturo Trannack murió ahí a los 92 años, en “El Manzano”.
Arturo Trannack, vaqueano del ferrocarril
Arturo Trannack fue un “hombre de hacer”, indica Marie, preparando la primera taza de té de una seguidilla de cinco o seis a lo largo de la tarde. En una época fue vaqueano de los ingenieros que estaban construyendo el ferrocarril. Él era quien llevaba el dinero que mandaban de Inglaterra, justamente a los ingenieros que paraban en Lonquimay. Viajaba todos los meses con libras esterlinas para pagar al personal. Siempre lo hacía de noche y con un solo caballo, para evitar asaltos. “Tenía un caballo muy bueno que conocía el camino y era como una compañía para papá. Una noche el caballo, mientras él dormía, lo despertó lamiéndole la mano y a Dady le resultó extraño pero siguió durmiendo. Por la mañana el caballo, su amigo inseparable, había muerto. Hizo todo el camino de regreso a pie. Una noche, buscando refugio, pernoctó en un puesto, donde hoy está Los Helechos. Cuando lo vio, se enamoró. Supo que pertenecía a dos ingleses que lo querían vender y así fue como lo compró en 1916”, rememora Marie.
Durante esos viajes hacia Lonquimay, Arturo Trannack no sólo se enamoró de las tierras. También encontró a Mercedes Bascur, hija de los dueños de la hostería en la que se hospedaba cada vez que paraba en Chile. Se casaron en 1915 y tuvieron cuatro hijos: Verónica (que murió pocos años después de su nacimiento), Ricardo, María Estela (Marie, quien relata esta historia) y Lois.
Sus hijos continuarían el sueño de las estancias y el desarrollo de la región que su padre tanto les inculcó. Según recuerda Marie “Dady nos llevaba a todos lados. Si él tenía que plantar árboles, nos enseñaba como hacerlo. Colocábamos el lazo como medida para separar un árbol de otro. Si había que separar las ovejas para la esquila lo hacíamos desde temprano. Realmente aprendíamos todos los días”. Además de poseer muy buenos caballos el padre de Marie fue propietario del primer auto que llegó a la zona. Un FN belga modelo 1912, todo de bronce. “El auto era enorme y la verdad es que no sabíamos mucho cómo manejarlo. Papá decía que era duro de boca, porque no doblaba con rapidez”.
Kenneth Reynolds
La vida de Marie no ha sido sólo un sinfín de pintorescos relatos. Además de haber pasado las duras pruebas de ser mujer de decisión en un ambiente de hombres, se casó con Kenneth Reynolds, un administrador y encargado de una de las estancias vecinas en Zapala, matrimonio que estuvo signado por la desgracia, ya que Marie quedó viuda a los 24 años. Marie asegura que Kenneth era un hombre muy bueno que respetaba su independencia y comprendía que ella se había criado en el campo y que era tan capaz como cualquier otro para llevar una estancia adelante.
Una de las tantas veces que recorrían la estancia con Kenneth, se quedaron sin comida y decidieron comer unas galletas con berro que recogieron por algún arroyo cercano. Marie optó por no comer. Lamentablemente su marido ingirió algunas hojas que en pocas horas le cobraron la vida. Marie lo subió al caballo, lo llevó hasta la casa y luego intentó trasladarlo a Buenos Aires. Pero Kenneth murió antes. Igualmente Marie decidió sepultarlo en la Capital Federal, en el cementerio familiar.
Charles “Charly” Samuel Richards
“Un mediodía me encontraba en la estancia El Manzano en Zapala. La familia ya se había ido para Los Helechos y yo subía las últimas provisiones al Rastrojero que teníamos en aquel entonces. En ese momento vi que se acercaba un auto muy lujoso por el camino. Era negro y brillaba. Se bajaron dos muchachos y me dijeron que estaban buscando a Dick, mi hermano. Rápidamente les contesté que Dick estaba en Los Helechos y que yo estaba muy apurada para atenderlos. Ellos igualmente se presentaron y al instante recordé que ese tal Charly era el mejor amigo de mi hermano y el culpable de que en los viajes al colegio en el tren, siempre me dejaran sin desayunar porque Dick se iba con Charly a Bahía Blanca. Muy enojada le dije: Vos sos el que me dejó sin desayunos… I Hate you! Ellos por supuesto, y como era común en Charly, no podían parar de reír.
Sin mucha posibilidad para decidir se sumaron a mi marcha hacia el sur. Charly llevaba el auto repleto de cosas para el primer bebe de su hermana Eveline Taylor, mi abuela, que vivía en San Martín de los Andes, por lo que fue una marcha muy lenta. Al llegar a Junín nos despedimos, pero horas más tarde nos sorprendieron llegando a la estancia. Desde entonces no nos separamos”, relata Marie.
Marie cuenta que la vida con Charly fue muy linda: “Él era muy alegre y compañero, pero también muy responsable con su trabajo. Era piloto de Aerolíneas Argentinas y antes había volado durante la Segunda Guerra Mundial al comando de los aviones más veloces, los que daban piruetas en el aire y llevaban una única bomba así eran bien livianos. Esos fueron los aviones que ganaron la guerra. Era un piloto de otros tiempos. La gente en Aerolíneas aún lo recuerda”, asegura.
Marie tuvo dos hijas con Charly, María Mercedes (“Marisita”) y Estela Anne. Vivieron en Los Helechos la mayor parte de su vida. Mientras Marie se repartía en viajes entre las estancias de la familia, ya que desde la muerte de su hermano mayor Dick en 1959, ella quedó a cargo de las propiedades. Cuenta que en un principio costó que los peones se acostumbraran a que una mujer impartiera las órdenes. Llevó su tiempo y una actitud muy firme, según dice. “Yo llegaba a la estancia y veía que no habían hecho lo que debían y se los repetía una sola vez. Me iba, me quedaba pescando por algún rincón del río y cuando volvía y los pescaba en la matera otra vez, ahí nomás les armaba el bolso. Así se entendió y es el día de hoy que me encuentro en la Rural o en la calle con el personal que formó parte de las estancias y me abrazan y nos queremos mucho. Pero no fue fácil ser mujer, madre, esposa y estanciera en esa época”, asevera, entrelazando los dedos y queriendo recordar detalles que se escapan en un encuentro que lentamente encuentra el atardecer.
“La Patagonia es todo para mí: es lo que soy”
Una historia que se cuenta desde pequeñas anécdotas. Un tejido que se entrelaza formando un relato, una vida. La de una mujer que escribe su nombre y, entre líneas, es posible leer la palabra “Patagonia”. Marie Trannack es uno de los pocos relatos vivientes de la historia de la Patagonia. Es un regalo invalorable su predisposición y sus ganas de contar, de decir, esto que fue y es, en algún recodo de la historia, nuestra tierra. Un relato que habla de la fundación de esta región. Que cuenta sobre las bases del esfuerzo y la visión de quienes construyeron su vida y la de sus familias con una idea de desarrollo de país. Una historia que nos invita a volver sobre esos pasos y refundar en ese recorrido el amor por esta tierra. –
NOTA DEL AUTOR
Se trata de fragmentos de una charla. Marie Trannack es una cita obligada de algún otro número de nuestra revista. Sus historias no se agotan en estas líneas y nos regalan muchas anécdotas más.-