Pequeña crónica de una obra maestra :: JUAN MANUEL FANGIO

Nürburgring, Alemania (1957)

Juan Manuel Fangio no tenía nada que demostrar. Había hecho todo lo que se podía hacer. Y en poco tiempo. Llegó a Europa a finales de la década del cuarenta para competir en Fórmula 1 y ya en 1951 (tenía 40 años) había logrado el primero de sus cinco títulos mundiales con un Alfa Romeo. Luego vendrían otros cuatro: 1954 (Maserati/ Mercedes Benz), 1955 (Mercedes), 1956 (Ferrari) y 1957, nuevamente con Maserati (es el único piloto en toda la historia de la F1 que logró salir campeón con cuatro marcas distintas). El último torneo tuvo un final extraordinario.
Los que saben mucho de automovilismo (el inglés Stirling Moss, por ejemplo, uno de sus más grandes rivales, un caballero además, y uno de los “campeones sin corona”) dijo siempre que el “Chueco” de Balcarce había sido el mejor de todos, incluso mejor que Michael Schumacher, el único que lo supera en cantidad de campeonatos (siete). Otros, y muy justamente, afirman que en el podio de la suprema excelencia sólo hay espacio para dos: Fangio y el extraordinario Ayrton Senna.
Nürburgring, Alemania, 4 de agosto de 1957. Fangio sabe que si gana puede obtener un nuevo campeonato. Pero allí está el viejo circuito de Nürburgring-Nordschleife, con sus 22,8 kilómetros de extensión y con sus ¡182! curvas. Un verdadero infierno peligroso. Ganar allí significaba ser parte de una rara estirpe. Alberto Ascari, Fangio, Moss, Jackie Stewart y Carlos Alberto Reutemann (tardó 41:14 para completar los 14 giros estipulados en 1975, a bordo del bellísimo Brabham BT 44) son parte de esa pequeña aristocracia. Hoy existe un nuevo trazado, más simple: el original se dejó de utilizar luego del accidente que casi le cuesta la vida a Niki Lauda en 1976.
Además de Nürburgring están las Ferrari de Mike Hawthorn, Peter Collins y Luiggi Musso y el Vanwall de Stirling Moss. Fangio debe correr también contra ellos. Como en la actualidad, también entonces había rivalidades de marcas y tecnologías. Maserati utilizaba neumáticos Pirelli y Ferrari, Englebert, que eran más resistentes y, de alguna manera, obligaban a Fangio a detenerse en boxes a cambiarlos (en 1957 la manera de hacerlo era más artesanal que hoy…) Fangio había hecho el mejor tiempo de clasificación y largaba primero. Con su equipo habían practicado la operación: si se escapaba en punta, lograba diferencias, entraba a boxes y el recambio tardaba alrededor de treinta segundos, podía volver en el primer lugar. Cuando ingresó en la vuelta trece, los estéticos bólidos de Maranello habían quedado 29 segundos detrás. Fangio se había transformado en un demonio. Pero algo salió mal: los mecánicos tardaron 1:20 y al salir nuevamente a pista, los autos rojos de Hawthorn y Collins viajaban 50 segundos por delante…
Entonces Fangio empezó a volar, literalmente, sobre el asfalto, a “cortar” curvas, a doblar sin hacer rebajes, a rebanarle más de 10 segundos por vuelta a las Ferrari que marchaban en punta. El Maserati se había mimetizado con la velocidad de la luz. Fangio manejaba como los dioses, como todos los dioses, como nadie lo ha hecho jamás (las crónicas sugieren que sólo Ayrton Senna, a bordo del modesto Toleman, en Mónaco 1984 y bajo la lluvia logró hacer algo similar) Faltaban dos giros y ya no había ventaja: las Ferrari estaban allí nomás. En la penúltima vuelta superó a Collíns y en la última, como una exhalación, a Hawthorn. Carrerón. Uno de los mejores de todos los tiempos. Fangio lograba su quinto título mundial y Nürburgring ´57 se transformaba en su última victoria. No podía ser de otra manera. Tenía que terminar así
Alfredo Parga, notable periodista argentino especialista en automovilismo, solía escribir como un poeta, como el maestro que era. Anotó alguna vez: “¿Qué cosa no se ha escrito de aquella proeza del argentino? ¿Cuántas veces ha sido recreado lo de tratar de sacar medio minuto de ventaja para poder echar nafta y colocar nuevas ruedas traseras y seguir adelante? ¿Qué documenta la leyenda sobre los nervios de los mecánicos italianos, que curtidos en la demanda de sacar y reponer, ésta vez perdían el control, conmovidos hasta sus entretelas cuando sentían el paso de la Ferrari de Collins, primero, y la de Hawthorn, enseguida, como dos truenos que estallaban en el viejo Nürburgring… Cuando Fangio completaba su primera pasada de la segunda parte, le llegaba un doble aviso: 51s (como distancia a recuperar) y le indicaban que Collins estaba al frente. Fangio, doblando como un poseído, tenía tiempo para interrogarse: “¿Y Hawthorn? ¿Quedaría una sola Ferrari por delante?”. Empezaba a mejorar el tiempo de cada vuelta. Un record tras otro. Una danza infernal que limaba de a dos, de a tres segundos… De pronto, muy lejos, adelante, aparecían dos puntos rojos (“¡Ah! ¡Estaban las dos, entonces!”). No importaba. Primero alcanzaba y dejaba atrás a Collins. Después, el argentino le metía la 250F por la izquierda y por adentro, al puntero. Hawthorn hacía saltar a su Ferrari, como enloquecida, a un costado. (“Aquel viejo diablo me hubiera aplastado si yo no me corría”, contaría conmovido, mientras 200.000 personas, de pie, aplaudían a un piloto argentino inigualable)”.
Juan Manuel Fangio (1911-1995) dejó de correr en Fórmula 1 en Francia ´58. No habrá ninguno igual. Es improbable también que suceda otra vez una carrera semejante a Nürburgring ´57. El viejo circuito también se retiró con Fangio.■

 

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