FOTO FRANCISCO BEDESCHI
Las eventualidades no avisan. Suceden y ponen a prueba toda una serie de conductas, procedimientos, ansiedades y expectativas (individuales y colectivas) respecto a cómo enfrentar la novedad y cómo evaluar sus consecuencias. La erupción del cordón Caulle/Puyehue el año pasado , más allá de las probables imprevisiones, modificó sustancialmente el andar de una región y, en este caso, específicamente de Bariloche. La sorpresa, a la distancia, tuvo que necesariamente durar poco. Había que ponerse a pensar y a trabajar respecto a lo que se venía, a lo inesperado. Pocos habían sufrido una experiencia semejante, aunque la situación planteada por el volcán Chaitén, en 2008, no quedaba demasiado lejos. Pero ahora había sido más cerca. Las fotos y el diario hablaban de nosotros. Los problemas eran nuestros, todos ellos, al igual que las molestias, las iras, los pequeños desastres cotidianos y las angustias, las de entrecasa y las públicas. La ciudad tardó quizá demasiado tiempo en asimilar el cimbronazo, pese a que no tenía demasiadas alternativas. Debía aceptar la situación y enfrentarla. Mal o bien ese extrañó 4 de junio ha quedado atrás. No es necesario, ahora, adjudicar especiales responsabilidades ni esgrimir adjetivos de los peores. Será necesario aprender de los errores y recordar los brazos solidarios y anónimos que pusieron manos a la obra para reconstruir de las cenizas (y nunca una imagen estuvo más alejada de la pretensión metafórica) a una idea que responde al nombre de Bariloche y que, como otras, está en constante devenir y nunca es igual a sí misma. Es el momento de aguardar y disfrutar de un buen invierno.•