VOLVER AL FUTURO :: Camino al Bicentenario

BITACORA01

POR MARTíN ZUBIETA
La Argentina pronto celebrará, a toda pompa y boato, el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Es imposible saber con exactitud qué se dirá y en qué tono, aunque es probable imaginarlo. Sin embargo el pasado, implacable, ofrece algunas certezas respecto a lo que sucedió cuando nuestro país festejó el Centenario, en 1910. La Argentina, pese a toda la sucesión de “no obstantes”, continúa manteniendo su lugar en el mapa.

Cuando el calendario llegó a 1910, la Argentina se percató de que algo debía festejar. Corrían tiempos de relativas vacas gordas, de fraudes electorales casi constantes (todavía no se había sancionado la Ley Sáenz Peña), de inaugurales pasiones futboleras de la mano de Alumni y Racing Club, los dos grandes equipos del amateurismo. Boca Juniors jugaba en segunda división. Eran épocas en las que a Buenos Aires se la conocía con el nombre de la “París de Sudamérica”, nada menos. La joven República se preparaba para celebrar el Centenario de la Revolución de Mayo. La Argentina era una fiesta, hubiese escrito Ernest Hemingway si se hubiese tomado el trabajo de nacer antes y en otra parte. Pero Hemingway, por lo que parece, estaba completamente decidido a ser él y no otro.

La gente, de acuerdo a las crónicas, no hablaba de otra cosa, aunque entre tanta guirnalda, tanto papel picado y tanto mantel con puntillas, se acercaba el cometa Halley a la Tierra, con el secreto propósito de arruinar la fiesta de la nueva nación que se incorporaba lentamente al concierto mundial desde la orilla Oeste del gran Río de la Plata, el mismo que confundió a Juan Díaz de Solís “que lo creyó un inmenso mar marrón-, marino que, casualmente, era compatriota de la infanta María Isabel Francisca de Asís de Borbón, hija de Isabel II y princesa de Asturias, además tía del rey de España Alfonso XIII. La dama había llegado al puerto de Buenos Aires para atorgarle una especie de bendición real al aniversario de la Revolución que, paradójicamente, había comenzado a separar los destinos argentinos de los ibéricos, acercándolos resbaladizamente a los británicos, que hicieron todo lo posible para que los días de Mayo sucediesen alguna vez. El Himno Nacional Argentino, en su ya casi desconocida versión completa, decía: “Nace a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación / coronada su sien de laureles / y a sus plantas rendido un león“. El león, naturalmente, era España. Y la estrofa, prolijamente, fue de alguna manera declarada definitivamente en “desuso” cuando la Infanta pasó por aquí a saludar.

Los diarios de entonces, pero sobre todo revistas como Caras y Caretas y PBT, se encargaron de retratarla tal cual era, pequeña y un tanto esférica, habitualmente vestida de negro del cuello hasta los pies, con un sombrero de plumas oscuras en la cabeza. Una foto de Caras y Caretas, tomada vaya a saber por quién en una de las estancias de la familia Pereyra Iraola (muchos apellidos de la oligarquía criolla de entonces oficiaron de “cortesanos oficiales”, para utilizar palabras elegantes, acordes con los anfitriones), la muestra al lado de un imponente toro campeón Hereford. A renglón seguido, la revista ofrecía a sus lectores una información sin la cual no se podía sobrevivir en la Argentina de aquellos años, acosada por tonterías como las protestas anarquistas o las amenazas de huelgas constantes: la corpulenta señora había llegado acompañada por su dama de compañía “la duquesa de Nájera– y por su propio personal doméstico, batallón compuesto por un mayordomo, dos doncellas, un peinador, un jefe de cuarto, un jefe de mesa, su chef privado, cuatro cocineros auxiliares, su propio equipo de camareros y un portero mayor. Pero la infanta Isabel, seguramente aturdida por las muchedumbres y el protocolo, se confundió (o no, quién sabe), según relata un número de Caras y Caretas posterior al magno acontecimiento. Acaso agobiada por el exceso de voulez vous se refirió a su comité de bienvenida como “mi real servidumbre”. El problema era que ese gentil contingente estaba compuesto, entre otras esforzadas damas, por Elisa Uriburu de Castells, María Teresa Quintana de Pearson, Dora De Bary de Cazón, Carmen Marcó del Pont de Rodríguez Larreta, Rosa Ocampo de Elía, Susana Torres de Castex y María Baudrix, lo que se dice una verdadera selección de estrellas de la alta aristocracia porteña, que se refrescó un rato en su propia bilis. La realeza era la realeza y se trataba de quedar bien. Violín en bolsa y a otra cosa.

El Halley ignoró a la Argentina (a propósito…), pasó cerca y se retiró nuevamente al cosmos en el que todavía está describiendo lejanas elipses perfectas, aunque muchos compatriotas, sea por miedo al cometa, sea por un terror totalmente justificado respecto al futuro de la Patria, no pudieron evitar cometer suicidios, todos absolutamente comprensibles. Mientras diarios como La Nación o La Prensa se dedicaban a informar de toda clase de acontecimientos pero siempre vinculándolos de alguna manera con la situación política, Caras y Caretas se encargó de publicar, incluso con un impresionante despliegue fotográfico, toda la cuestión social y si se quiere frívola del asunto. También, y como una muestra de que los tiempos han cambiado pero no tanto, los avisos de la revista reflejan que todo se llamaba “Centenario”, desde los cigarrillos hasta las exposiciones de arte, pasando por las colonias femeninas y los jabones de tocador para toda la familia.

Pese a su prestigio y su seriedad La Nación, aprovechando que su fundador, el ex presidente de la Nación Bartolomé Mitre había muerto unos años antes (en 1906), dejó de ser por un rato “una tribuna de doctrina” y se metió de lleno en un terreno aparentemente ajeno. En medio de la fiesta, nada parecía ser un tema menor. El 19 de mayo un anónimo cronista se ocupó de la moda femenina en las mismísimas páginas del diario de Don Bartolo: “El deporte del patín, entre las niñas de nuestra aristocracia, está de moda. Basta para darnos cuenta de lo que aseveramos visitar el ring de la calle Florida los días de moda u otras salas de esta naturaleza. Ahora bien: sería conveniente que las señoritas patinadoras modificaran los elegantes sombreros cuando practican este sport, a fin de evitar inconvenientes que ocasionan al compañero con el pinche y el peligro que es para ellas mismas ese adminículo si por desgracia, como ocurrió días pasados en el Pabellón de las Rosas, tienen la mala suerte de caerse e incrustárselo en el cuero cabelludo. Las europeas “espíritus prácticos- teniendo en cuenta el peligro del pinche, utilizan gorritos de piel“.
Pero el diario de los Mitre conocía a la perfección sus deberes para con la Patria. Así, cuando el “Día D” se aproximaba y los últimos detalles aún no estaban solucionados, el diario no se escapó de sus fueros naturales y volvió a poner las cosas en su lugar. A comienzos de enero de 1910 publicó “recién el 23 se va a decidir sobre agasajos y alojamientos, y estamos a cuatro meses de la celebración. Una vez más la improvisación“.
La Prensa, el matutino de los Gainza Paz, se preocupaba por cómo luciría Buenos Aires el día de la fiesta y embestía con munición gruesa por temas cercanos a la corrupción: el 5 de abril tituló en página tres: “La comisión del Centenario ha dado dos cheques sin fondos“. Cómo su histórico colega, también le preocupaban las demoras burocráticas: “Faltan diez días para los comienzos de los festejos y el programa está todavía en veremos“, sentenció.

De todas maneras, no quedaban dudas. No había lugar para lágrimas ni para tristezas. Un siglo no era poca cosa después de todo. Ante un indulto que el presidente de la Nación José Figueroa Alcorta (había asumido como titular del Poder Ejecutivo tras la muerte de Manuel Quintana en 1906, de quien era vicepresidente) dispuso para los presos comunes, La Nación no dejó dudas y explicó que “…hasta los presos de las cárceles y los indultados por el ánimo celebratorio del presidente recibirán ropas nuevas, donadas por un grupo de generosos jóvenes distinguidos de nuestra sociedad, quienes en un gesto de desprendimiento que los honra habrán de donar sus prendas en desuso. Prendas que en caso de encontrase demasiado rotas a juicio de las autoridades, pueden servir para limpiar las máquinas del establecimiento, según han declarado los donantes“.

Otro de los diarios históricos de la Argentina, La Razón, como si las discusiones criollas fuesen siempre las mismas con festejos o sin ellos, se transformaba en “abogado del diablo” y editorializaba, el 23 de mayo, que hubiese sido conveniente que las empresas extranjeras “que existen en Buenos Aires y que gracias a los argentinos han forjado su prosperidad, dieran a su personal un aguinaldo con el cual pudieran festejar dignamente el Centenario“. Un par de líneas más adelante agregaba: “Pobres maestras. No solamente no se les ha dado un regalo o un premio con motivo del Centenario, sino que ni siquiera se les ha pagado el mes con anticipación. Si se quiere levantar el espíritu nacional es preciso levantar al maestro. Y nadie se acordó de ellas...”. La Argentina, casi de manera inconcebible, no tiene “nuevos” problemas. En todo caso tiene otros, además.

El 25 fue apoteótico. Se escuchaban los “Viva la Patria” en todas las esquinas. El número 607 de Caras y Caretas, el del Centenario, salió a la calle con una tapa tan bella como sugerente: la imagen de una República (como siempre una mujer envuelta en tules y gasas) con la mirada perdida en el horizonte, con una paleta de pintor en una mano y el pincel en la otra. La alegoría contiene otra alegoría: la República Argentina proyecta su futuro. A la izquierda, rollos, que se deducen como la historia escrita, como el pasado glorioso. Debajo, una inscripción, casi una petición de principios: “Caras y Caretas se asocia con la publicación de este número a la fecha que hoy solemniza a toda la República“.

George Clemenceau, un reconocido político francés especialmente invitado para la ocasión, visitó varias redacciones, entre ellas las de La Nación y La Prensa, pero no se olvidó de conocer las revistas desde adentro. Anotó: “Caras y Caretas y PBT reemplazan la palabra escrita por la imagen, según la fórmula que acaba de hacer su aparición en Francia”. Touche, monsieur. Esa misma jornada La Razón sacó a la calle una edición especial de cincuenta páginas. “Se levanta de la faz de la tierra“, tituló. De alguna manera el diario de los Cortejarena se transformó en un “epígono” imposible y anticipado del extraordinario Osvaldo Soriano, que años después denominaría una de sus novelas, precisamente, A sus plantas rendido un león. Entre ambos, como escondido, otra vez el Himno Nacional en versión completa, el país común a través del tiempo. El escritor H.G Wells fantaseó con aquello de que, en la eternidad, el pasado y el futuro se mueven a su antojo. La metáfora es tan buena que merece ser cierta. Pero la literatura no tiene porque ser susceptible a comprobaciones de laboratorio. Wells tiene razón de cualquier manera, sobre todo porque se le ocurrió una idea memorable. Ojalá no sea demasiado tarde: feliz Bicentenario país, pese a todo. Cuando la Revolución de Mayo cumpla 300 años, serán otros los escribas, los lectores y los protagonistas. Pero esa idea compleja, encantadora, conjetural e indefinible a la que se suele llamar Argentina estará todavía entre los que, aún en el porvenir, seguiremos siendo nosotros. –

Pequeña bibliografía consultada

– Nueva Historia Argentina (Tomo V, bajo la dirección de Mirta Zaida Lobato, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2000)
– El Centenario (Horacio Salas, Planeta, Buenos Aires, 1996)
– Vida cotidiana en Buenos Aires, Tomo II, Andrés Carretero, Planeta, Buenos Aires, 2000)

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