POR MOIRA TAYLOR
FOTOS: ISAIAS MICIU
Como traídas por las primeras nevadas, las palabras van encontrando la forma de un notable relato. Américo Astete cuenta su historia y la de otro puñado de pioneros y entusiastas del esquí de San Martín de los Andes. Su voz permite encontrar el origen y la identidad los primeros esquiadores de Chapelco.
Américo Astete es de sonrisa franca y está siempre atento a regalar algún chiste que dispare la risa de los presentes. Su relato nos lleva a un San Martín de los Andes en el que apenas había algunas casas y los pobladores se conocían entre todos. Con sus 89 años y aún esquiando, la pasión por este deporte aparece a cada instante. Nos acomodamos en los sillones y casi sin preguntar, él comienza a contar.
“En aquel entonces no teníamos la menor idea de lo que era un par de esquíes: nevaba y había que moverse igual, nada más que con mayor dificultad. No fue hasta que llegaron a vivir unos carpinteros suizos que vimos los primeros esquíes. Ellos los utilizaban para caminar y trasladarse de un lugar a otro. Ahí fue donde surgió nuestra curiosidad y las ganas de aprender a usarlos. Nos entusiasmamos rápidamente. Así comenzamos a intentar esquiar frente al cementerio, donde hay bajadas pronunciadas que permitían deslizarse. En aquel momento no había tantos radales, ni tampoco construcciones, por lo que se generaba una pequeña pista de 50 o 100 metros. Y así íbamos, a probar esquiar con lo poquito que sabíamos. Recuerdo a un tal Peregrini, de Bariloche, de una familia tradicional de allí. Trabajaba en Parques Nacionales y sabía esquiar. Cuando bajaba lo mirábamos intentando aprender de sus movimientos. Yo tenía 20 años. Entonces esto debe haber sucedido hace unos 70 años. Fui chico alguna vez”, dice con mirada cómplice.
Con la aparición de personajes como Peregrini y más adelante un gendarme llamado Maure, don Astete descubre los primeros nombres que le dan origen al esquí de esta comunidad. “Los esquíes los traían de otros lados, principalmente Bariloche. Más adelante se animó don Manolo (de quien toma su nombre el actual Rancho Manolo, en Chapelco) Todos los esquíes eran de madera. Yo, en un momento, alcancé a ir a Bariloche y me compré los esquíes de un famoso esquiador”, cuenta Américo aún orgulloso de aquel viejo par de “lápices” de renombre.
Las excursiones comenzaron a ser cada vez más seguidas y comprometidas. Ese pequeño grupo que comenzara lentamente contagiaba el ímpetu y la perseverancia en esta disciplina. “Cerrábamos el negocio al medio día y nos íbamos a esquiar. Después nos fuimos alejando porque se iba la nieve de ahí y nos íbamos al Curruhinca donde estaba el camping de parques. Ahí había una pista. Luego nos fuimos a lo de Ograidy, por la subida al lago Lolog. Esos eran los tres primeros lugares donde se esquiaba”, recuerda Astete. Mientras tanto apareció en el pueblo una figura que sería determinante en el desarrollo del centro de esquí Chapelco: don Federico Gref, geólogo y alpinista. Esquiador desde siempre, Gref fue un conocedor de toda la cordillera y un motor para el esquí local. Originario de Alemania, este pionero dejó su huella en Chapelco y en la comunidad de la zona. “Habiendo recorrido tanto, Gref ubicó que la zona del Cordón Chapelco, en el que hoy está el centro de esquí, era un lugar muy apto para un centro invernal. Pero había que limpiarla, sacarle las lengas que quedaban dispersas en la altura y todas las que estaban en el ascenso. Había que cruzar todo el bosque para llegar hasta ahí y era difícil no sólo llegar sino también bajar: fácilmente terminábamos por estrellarnos contra los árboles”, dice Américo entre risas.
Corría la década del 40 y este grupo de apasionados del esquí siguió adelante. Algunos venían desde las estancias, lejos del pueblo. Las ganas de esquiar y experimentar esta nueva aventura los invitaba a seguir. Las subidas eran duras y las bajadas insumían sólo unos momentos. Pero mochilas y esquíes al hombro, algo de abrigo y mucha actitud hacían que estos primeros esquiadores de la zona siguieran subiendo y haciendo historia. “Salíamos el sábado después de almorzar, cargábamos las mochilas con comida y unas mantas para dormir en el refugio. Nos subíamos a un jeep medio camión cortito que le llamábamos “La Chancha”. Llegábamos hasta la base y emprendíamos la caminata.
Habíamos construído un refugio, el actual refugio Gref, así que subíamos todo el sábado, dormíamos en el refugio y después de desayunar comenzábamos a pisar la pista, subiendo en escalerita para arriba en el Palito. Esa era la pista.
Y había que hacerla nuevamente cada vez que íbamos. Después del medio día teníamos la pista linda y nos poníamos a esquiar. Igualmente la pista era chic: tenía 100 metros como mucho”, cuenta don Astete, queriendo recordar cada detalle de esas jornadas. Y agrega: “Don Federico nos daba algunas indicaciones para tratar de aprender y nosotros nos mandábamos. Éramos todos jóvenes de 15 a 25 años. Era un grupo lindo, muy unido. Salíamos el sábado y a veces llegábamos al refugio de noche. Sacrificado, con nieve onda, con los esquíes al hombro, los zapatos se te llenaban de nieve. La ropa no era la de hoy. Cada vez que íbamos decíamos “esta es la última vez que venimos, no vuelvo ni mamado”. ¿Pero qué pasaba? El lunes nos encontrábamos en la calle con algunos de los que habíamos ido y acordábamos ir nuevamente. Ya nos habíamos olvidado de todas las penurias”, afirma este esquiador de pura cepa.
Así, con nieve hasta la rodilla, ropa de aquel entonces y mucho esfuerzo, subían cada fin de semana. “Una de las cosas que nos hacía subir a pesar de todo era que en el grupo también se sumaban chicas”, dice Américo con una picara sonrisa que nos recuerda su eterna juventud.
Las ascensiones se hicieron cada vez más asiduas y el grupo se fue consolidando. Según Américo y otros viejos pobladores de la zona, el cerro Chapelco es el resultado del sueño y la visión clara de un hombre: Federico Gref.
“Te cuento algo como para poder recordar lo que era don Federico. Como ya te conté, él venía de una zona muy parecida a ésta, donde las comunicaciones con la gente de los alrededores las tenían que hacer usando los esquíes. Él siempre decía: “Acá hace falta que la gente sepa lo que es el esquí y que tenga un equipo por alguna urgencia”. Así formamos una comisión de auxilio. La primera vez que salimos fue porque en el Arroyo Culebra, donde había una casilla de vialidad, se enfermaron dos personas de fiebre tifus. Dos hombres jóvenes. La única manera de sacarlos de ahí era esquiando. Recurrieron al club, nos juntamos los que sabíamos esquiar y se formó un grupo. Conseguimos un trineo en el regimiento y nos fuimos. Nos llevó un jeep de Parques Nacionales hasta el portezuelo. Y ahí empezamos a tirar del trineo hasta Las Taguas, donde dormimos: fue el día en que Delfo Cabrera ganó la maratón en los Juegos Olímpicos de Londres, el 7 de agosto de 1948, y la escuchamos esa noche por la radio”, dice Américo. “Al día siguiente, después de una gran helada, fuimos temprano a buscar los enfermos, los cargamos y los arrastramos. Éramos como 10. Me acuerdo mucho de un gringo que trabajaba en Quechuquina y que era profesor de esquí. Era un león, tiraba más que una yunta de bueyes. Llegamos y se salvaron los dos. Después hicimos otros rescates. Por eso era importante saber esquiar: no sólo porque era divertido, podíamos prestar auxilio cuando fuera necesario”, recuerda Américo con convicción de pionero.
“El Club fue un motor para el desarrollo del esquí en Chapelco”
Luego de contar con el refugio (hoy monumento histórico llamado Gref) el grupo comenzó a organizarse y gracias a las gestiones de don Federico se logró generar un club que respondiera a la necesidad de prestar instrucción a las nuevas generaciones de esquiadores andinos. “Primero se armó un club, en realidad dos clubes. Uno que se llamaba el Club Andino Lanín y por otro lado estaba el Club Independiente (actualmente Club Lácar), que era de fútbol pero que también estaba con el asunto del esquí. Don Federico dijo: “Acá no se justifica que existan dos clubes”. Con sabiduría nos juntó a todos en la Asociación Deportiva Cultural Lácar. Y ahí sí se encaró todo más en serio, cumpliendo todos los requisitos, asociándonos a la Federación, llevando chicos a esquiar a Bariloche o trayendo profesores de Bariloche para aquí”, relata Américo, dando cuenta de su pasión y compromiso por este deporte.
“A las primeras pistas las limpiábamos haciendo un canje. Buscábamos gente que tuviera un aserradero que quisiera la madera: ellos cortaban y limpiaban y se llevaban la madera que sacaban. Más adelante, luego de contar con el Rancho Grande, se construyó el primer refugio del Lácar en la base, con mucho compromiso y trabajo de los socios. Quienes éramos parte del club nos juntábamos los domingos y trabajábamos todo el día. Trabajábamos en nuestro tiempo libre para todos. Había más sentido de comunidad, estaban todos más involucrados. Yo llevaba a mis hijos desde chiquitos pero entendía que no sólo trabajaba para ellos, sino para todos los que éramos parte del Lácar. Cuando pertenecés a una institución, vos podés pedir pero también tenés que dar”, concluye Astete.
El ahora en sus palabras
“Para mí Chapelco es un lujo. He tenido la suerte de conocer varios centros de esquí y Chapelco es impagable. Tiene muchas cosas que otros centros no tienen. Tiene calidez, es chico y eso permite que la gente se encuentre y comparta. Hay una cordialidad especial que otros cerros no tienen. Chapelco dio oportunidades a mucha gente. Muchos de los que vivían aquí conocieron e hicieron otra vida gracias al centro de esquí. Todo lo que ha cambiado en estos años es impresionante. Cuando empezamos, no lo imaginábamos. El único que sí tenía una visión de centro de esquí era don Federico: él tenía una aspiración y veía un futuro para este lugar. Venía de lugares dónde había visto otros centros de esquí. Para nosotros era todo nuevo y cada cosa nos sorprendía. Por suerte he llegado a ver todos estos cambios y los he disfrutado. Parece ayer cuando subíamos pisando nuestra propia pista. Hoy hay un lugar hermoso con muchas cosas para disfrutar. El compromiso sigue siendo el mismo: cuidarlo”. Palabra de Américo Astete.