POR MARTíN ZUBIETA
Pequeña apología sobre el escepticismo, la literatura y el fútbol.
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias. » Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.” Así lacónica, trágicamente, comienza El extranjero, la primera novela de Albert Camus, que se publicara en 1942. El protagonista de la historia, Mersault, comete un crimen estúpido y desatinado, producto de las épocas que atraviesa, tiempos sin sentido, días absurdamente complejos. Mata de un disparo a un árabe en una playa de Argel: “El árabe no se movió (…) El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de transpiración amontonárseme en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá (…) Tenía los ojos ciegos detrás de esta cortina de lágrimas y de sal (…) Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré aún cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara…”. Las reflexiones y los soliloquios de Mersault durante el juicio son sencillamente estremecedores, además de extraordinarios.
Camus, notable escritor francés, nació en la Argelia colonial en 1913 y murió en Francia en enero de 1960, tras un accidente automovilístico. Es autor de obras memorables como El extranjero, La peste, El exilio y el reino o El mito de Sísifo. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957 y fue miembro del Partido Comunista Francés, luego anarquista y también amigo de Jean Paul Sartre, con quien se distanció en tantísimas oportunidades. Un intelectual que en plena Segunda Guerra Mundial, en París, se vinculó con la Resistencia Francesa. A Camus, escéptico y dueño de una atroz y angustiante inteligencia reflexiva, le encantaba el fútbol, tanto que estuvo enamorado del juego y, como casi todos los hombres de esta galaxia -también de otras-, quiso ser jugador profesional. Aunque tuberculoso, fue arquero del Racing Universitario de Argel (RUA): “Tras muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos, lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, afirmó Camus. Y no es poco.
Una vieja edición de la revista La Maga (octubre de 1996) reprodujo un texto clásico en el que el propio Camus repasa su relación con el fútbol que, pese al transcurso de todas las eternidades, es imposible de olvidar. Algunos fragmentos: “Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi “ Ouzou (…) Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin (…) Y ya que estoy confesando mis secretes, debo admitir que en París por ejemplo, voy a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito sólo porque usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega “científicamente”, pierde partidos que debería ganar”, anotó Camus.
Camus, que creció en un ambiente cosmopolita, probablemente jugó a la pelota con todos los pibes, con los que hablaban francés y con los que sólo podían entenderse a partir del lenguaje universal del fútbol. Un pelotazo que se posa suavemente, cuarenta metros más allá, en el pecho de un compañero, no requiere de traducción alguna. Se aplaude y se disfruta, nada más. Allí, en medio de esas pequeñas multitudes, seguramente comenzó a forjar su pensamiento filosófico y sus historias y argumentos literarios y ensayísticos. Pero cuando muchos años después su íntimo amigo Charles Poncet le preguntó cuál hubiese sido su opción si su salud se lo hubiese permitido, Camus no lo dudó: el fútbol, dijo. –
CAMUS, TEXTOS CLAVES
– El extranjero – 1942
– El mito de Sísifo – 1942
– El malentendido – 1944
– La peste – 1947
– Estado de sitio – 1948
– Cartas a un amigo alemán – 1948
– El exilio y el reino – 1956
– Reflexiones sobre la guillotina – 1957