POR MARTÍN ZUBIETA
Breve recorrido por los márgenes de la post-política.
Buenos Aires, año 2117. En medio del apocalipsis, Orificio, el cazador, avanza entre los escombros con su ametralladora al hombro. Asesinará todo lo que se mueva. Tiene el cometido de proteger el barrio de su familia, de preservar su historia.Afuera, entre la nada y las ruinas, la ciudad está en guerra. Orificio es también el líder de una pequeña multitud desesperada.
Nicolás Casullo (1944-2008) nació y murió en Buenos Aires. Ensayista, novelista, periodista, intelectual variante self made man, rápidamente se acercó al peronismo. Participó de los tumultuosos años setenta y padeció el exilio que generó su militancia. Allí lejos, en México, nacieron sus hijas, Mariana y Liza. Antes, había escrito su primera novela, Para hacer el amor en los parques, texto meticulosamente prohibido por el gobierno militar de Juan Carlos Ongania. El fin de la última dictadura posibilitó su regreso a la Argentina. Publicó su segunda novela, El frutero de los ojos radiantes, una saga familiar, la suya, que se remonta a Génova y que tiene como escenario a la vieja Buenos Aires y sus millones de inmigrantes. El personaje, el gran protagonista de ese texto hoy prácticamente inhallable, aún después de su muerte, fue su abuelo, del que heredaría el nombre: Nicolás Casullo. Su última novela había sido Laa Cátedra, en el año 2000, una especie de policial negro, un trabajo intelectual, fantástico y con reminiscencias góticas que recupera, en parte, el antiguo mito: un profesor de la Universidad de Buenos Aires regresa por cuestiones legales a la vieja casona familiar, la del abuelo paterno (esa casa existe en Lavalle y Salguero, en el barrio de Almagro) y misteriosamente encuentra cartas dirigidas a él (el alter ego de Nicolás Casullo nieto, el protagonista de la ficción) y que jamás había recibido. Las cartas son el eje del misterio.
En forma paralela a su tarea académica, periodística y ensayística (publicaba sus textos en Perfil o en Página 12, de acuerdo a las épocas; antes, incluso, lo había hecho en La Opinión y Primera Plana y jamás dejó de dirigir la revista Confines) Casullo, además de padecer con Racing y de adherir al kirchnerismo (fue fundador de “Carta Abierta”, grupo conformado por intelectuales oficialistas), imaginó y escribió lentamente la que sería su novela póstuma, Orificio, olvidada e inédita hasta ahora.
El escenario por el que transita Orificio es apocalíptico. Buenos Aires, en el 2117, está en ruinas. Argentina no existe. Solo queda lo que queda de la ciudad. Orificio es un asesino en tiempos en los que la vida no vale nada, un tipo que transita los despojos, siempre con su ametralladora al hombro (“la perra”, le dice), un sobreviviente al que se le teme y que no duda en matar. Entre los escombros y los mutantes de una civilización que cobijó valores y sueños de alguna clase de justicia, Orificio es como un mercenario de sí mismo que escapa (o huye o busca) el nombre y el lugar de una mujer mítica, casi una diosa perdida entre el derrumbe final. La novela, violenta y en permanente tránsito, recupera escenarios –varios- literarios y cinematográficos. En la contratapa del libro, Ricardo Piglia sostiene que “la novela anticipa y explora el imaginario apocalíptico de la crisis social. Narrada con un estilo ágil y áspero el Orificio recuerda al mismo tiempo las conspiraciones de Roberto Arlt y las utopías sin esperanza de Walter Benjamin”. De alguna manera, se trata de la misma ciudad del Astrólogo, de Remo Erdosain, del Rufián Melancólico. Pero ya no hay revolución que hacer. No hay conjuras. Solo queda el atroz presente. Hay un dejo de locura en Orificio y en Erdosain. Pero también mucho desasosiego, miedo y hasta cierta resignación como en Soy leyenda de Richard Matheson. El texto de Casullo, que tiene vida y ritmos propios, incluso recuerda por momentos (y hasta puede tratarse de un homenaje) a El Eternauta, de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López: en alguna esquina de esa desolada Buenos Aires está la imagen y el espíritu de Juan Salvo. Es también, acaso, una versión fragmentaria, una reminiscencia parcial (más oscura y más desesperada) de Blade Runner, de Ridley Scott. Orificio, el libro, es afortunadamente incandescente. La ciudad y las tribus que ocupan el relato constituyen otra entidad urbana sin identidad. Pero su decadencia tiene que ver con lo que fue política y socialmente Buenos Aires: Orificio personaje es un cazador implacable que, más allá de sus batallas íntimas y particulares, tiene la utópica misión, la extraordinaria tarea de proteger el barrio y las calles de sus antepasados. Se autoimpuso la tarea de cuidar su propia historia, cada vez más lejana. Afuera, entre llamas y agonías que a nadie le importan, hay quienes lo asumen como el líder de una especie de revolución que tomará el poder de algo. Pero no se sabe bien qué es ese poder. Ni a quien se lo intentan arrebatar. Orificio es un fighter.
Esa “ciudad futura” cambió. Casullo, dentro de los límites de lo imposible, resignificó la impronta de los barrios. Él mismo dibujó el mapa: los herederos de la nada viven en otros ambientes que, paradójicamente, ocupan los mismos distritos. Entre Mataderos, Floresta y Villa el Parque, en 2117, hay una zona que se llama Desierto. Villa Lugano es Tierra de Gigantes. Almagro y Balvanera son la Zona Vacía. San Telmo es el territorio de las Hembras. Recoleta es la zona de los Talleres de Obreros. Palermo, alguna vez mítico y fundacional en Jorge Luis Borges, es el lugar de los Guerrilleros. Los Alquimistas viven en Parque Patricios, los Salvajes del Sur en Barracas. Belgrano es la Tierra de los Espíritus. Núñez aún es de los Poderosos. En Chacarita mandan los Soldados Anarcos, mientras que en Flores los Mercenarios hacen lo que quieren. Orificio los atraviesa a todos: su nombre es conocido en todas partes. Le temen. Lo mitifican. Lo exageran. Algunos los quieren matar. Orificio es el líder. Orificio es un asesino impiadoso. Pero ya nadie discute de ética o de justicia. Tampoco de política o de fútbol. A su alrededor, la vieja capital está en guerra.
– No tengo nada, soy cazador. El axioma de Orificio. ■