Es uno de los violinistas más virtuosos de la escena musical. Javier Casalla, reconocido en el mundo por integrar Bajofondo forjó, mucho antes, una carrera profesional de excelencia además de una relación íntima y muy fuerte con la Patagonia donde residió varios años y adonde regresa cada vez que su apretada agenda se lo permite.
Texto: Roxana Ramospé
PH: FB Javier Casalla Oficial
De formación clásica, a los 14 años ingresó a la Orquesta Juvenil de Radio Nacional, a los 18 ya era Sexto primer violín de la Orquesta Sinfónica Nacional. Pero un día dejó todo lo que para otros podría significar el ideal de estabilidad y prestigio, abrazado a su única convicción: lo que no quería ser.
La charla fluye tranquila en un espacio que nos regala entre ensayos. En sólo una semana viajó a Bariloche a tocar con Joaquín Casalla, su hijo; retornó a Buenos Aires para presentarse con su Cuarteto Divergente; avanzó con la composición de la música incidental para dos documentales; junto a su pareja, Barbarita Palacios, cerraron la presentación del disco Criolla (nominado al Mejor Álbum de Folklore Alternativo Premios Gardel); se sumó a Benito Cerati para conmemorar 45 años de Abuelas de Plaza de Mayo, mientras prepara con Bajofondo un nuevo disco y el show del 28 de noviembre en el Teatro Coliseo. “Todo muy distinto entre sí y muy hermoso; cubro todos los géneros desde la música clásica, hasta el rock, pasando por el folclore, realmente de todo un poco”, cuenta Javier.
-¿Qué significa la Patagonia y puntualmente Bariloche para vos?
-Es un lugar muy especial y querido por mí. La primera relación que tenemos con la Patagonia en la familia fue a través de mi tío, el enorme Carlos “Chingolo” Casalla, que fue muy fuerte. Yo nací en Buenos Aires y crecí siempre con un ojo puesto en la Patagonia, un poco por el vínculo que tenía con mi tío: ¡cada vez que lo veía era una fiesta para mí! Y otro poco por mi primo Carlos (NdR: el músico, instrumentista y compositor Carlos “Carlitos” Casalla), porque yo arranqué con la música muy chico, estudiaba violín, estaba haciendo una formación clásica y mi primo ya estaba tocando, por ejemplo, con Pedro y Pablo. Veía su foto en la contratapa de los discos de vinilo de esa época y era mi ídolo. Entonces, antes de conocer el lugar, ya tenía una expectativa enorme por Chingolo y por Carlos. Mucho tiempo después viví unos cuantos años en Bariloche. Y qué decirte de la naturaleza…más aún en esas épocas. Sí, es muy fuerte la relación que tengo con el lugar; subí montañas, anduve mucho por los bosques, por los lagos…cualquiera que haya tenido un vínculo con eso sabe a qué me refiero. Hoy en día voy con los días contados, no puedo ni pensar en subir a algo, pero los miro de abajo y me acuerdo mucho de todo lo que pasé ahí arriba.
-¿Hay para vos un pulso, un sonido propio de la Patagonia que se haya impregnado en tu música?
-Puede ser; seguro que mi sonido, lo que sale de mí está fuertemente influenciado por ese lugar, estoy seguro de eso. No sabría bien en qué forma pero, por ejemplo, mi hijo Joaquín sigue viviendo allá. Yo me volví y él se quedó y no tiene ni ganas de irse, es su elección día a día seguir estando en Bariloche y ama ese lugar, así que imaginate si será fuerte para mi familia. No solo hacia “arriba” sino también para “abajo”.
– Se te ve cómodo siempre, experimentando diversos géneros musicales, sesionando con grandes artistas y viajando por lugares muy distintos entre sí. ¿Esta fue una elección en tu vida profesional?
-Siempre supe que quería vivir de la música y tengo muy claro que las decisiones que fui tomando sobre lo que no quería hacer. Por ejemplo; tuve la enorme fortuna de entrar a la Orquesta Sinfónica Nacional cuando era muy joven (18 años), tenía un puesto muy importante, era el sexto primer violín. Son esos trabajos en los que te jubilás ahí, privilegiado a todo nivel: desde la música que hacíamos hasta la comodidad económica y de tener un puesto fijo, estatal, de por vida. Y me empezó a ir mal. Estuve seis años en la Orquesta y cada vez rendía menos, cada vez me costaba más. De repente, empecé a tocar en una banda punk-rock, nos llamábamos Los Choclos, en la que cantaba Daniel Aráoz (el actor cordobés) y después tuve un grupo de folclore, El combo del santiamén, donde improvisábamos un montón. Y a través de ese grupo conocí a Gustavo Santaolalla, porque llegó a sus oídos, le gustó y nos quiso producir.
A lo que voy es que, en algún momento, me empecé a sentir muy conflictuado por estar en un organismo tan importante y no tener la cabeza puesta ahí y no querer estar atado a eso. Esa sí fue una decisión que me costó muchísimo porque yo era muy joven, esa estabilidad era irreemplazable dentro de la vida que yo quería hacer, ya tenía un hijo, etc. Pero lo tuve muy claro: tenía que renunciar a la Orquesta y buscarme otro camino que todavía no sabía cuál era. Así que, la decisión tal vez no fue explícitamente tocar todo tipo de géneros, o viajar por el mundo pero sí fue no quedarme sólo en un tipo de música; eso fue clarísimo.
-Y con tantos viajes, ¿tenés identificado un lugar en el mundo para vos?
-Me gusta pensar que mi casa es mi pareja, mi relación con Barbarita Palacios. Si estamos juntos es “casa”, sea donde sea. De hecho, cada vez estamos más juntos, cada vez tocamos más, hacemos más cosas. En su último disco participé desde los primeros acordes que le iban saliendo, en la producción, en la instrumentación; junto con su banda pasamos a formar parte de la banda solista de Gustavo Santaolalla (yo ya tenía Bajofondo con él) y entonces empezamos también a viajar juntos. Yo creo que mi lugar en el mundo está ahí, en ese lugar donde estemos juntos y, obviamente, nuestra casa también es un lugar de amor, y es mi lugar en el mundo en este momento.
-¿Cuándo se presenta Bajofondo en Argentina?
-Vamos a tocar en el Teatro Coliseo de Buenos Aires el 28 de noviembre y después viajamos a Bogotá y Quito. Para alegría de todos, tenemos una nueva vuelta “bajofondera” que para nosotros mismos siempre es una celebración.
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