POR MOIRA TAYLOR
FOTOS SANTIAGO GAUDIO
Valeria Conte habla de su trabajo como artista, del objeto de su obra, de la filosofía de su creación y del porqué de su arte. Valeria Conte crea como en una metáfora. Una construcción que se vive y se establece en la premisa de lo efímero. Un resultado que anuncia un vínculo inescindible con su creadora y con su manera de pensar el mundo. La obra es ecléctica, fugaz y el reflejo del ciclo constante de la vida.
La morada nos recibe envuelta de tormenta. La lluvia arrecia contra la casa familiar, que al mismo tiempo es hogar y obra de arte. En medio de una planicie de coirones a unos pocos kilómetros del lago Lolog y del río Quilquihue, la casa y taller de esta familia creativa se nos presenta solitaria y en armonía con el entorno. La Patagonia se respira en la leña que lentamente se quema en el tacho y calienta el espacio que nos abrigara durante la charla. En esta oportunidad la hospitalidad se sirve en el taller de trabajo y creación.
La conversación comienza como es su arte, aparentemente desordenado, de un tema al otro, sin mucho esquema aparente, pero todo cobra sentido en el devenir de nuestro encuentro. “Mi camino siempre estuvo ligado al arte. De alguna manera siempre supe que quería ser artista. En mi casa había un vínculo muy cercano con la expresividad. Mi tío es arquitecto y artista audiovisual y mi madre hace proyectos de iluminación, explica. Porteña y del barrio de San Telmo, Valeria nos deja entrever un cierto carácter bohemio, puede que fruto de su vinculación con ese entorno, con su familia y con su trayecto educativo. “Hice la carrera de bellas artes en la Pridiliano Pueyrredon. Fui una de las últimas camadas de la escuela de bellas artes (transformada actualmente en el Instituto Universitario Nacional de Arte, IUNA). Busqué y rebusqué, encontrando los profesores y la línea que quería. Tuve una gran suerte de estar dentro de un grupo de compañeros artistas muy copados y poderosos que me aportaron mucho en ese camino formativo. Egresé en el 2001”, dice tratando de ordenar el recuerdo y el trayecto.
El mundo del arte comenzó a trabajar en aquel grupo de artistas, algunos más alineados con la nueva fogosidad de la promoción y producción del mercado (becas, subsidios, premios) y otros como Valeria, algo incómodos con esos “casilleros”: “Me dio la sensación de que no cabía en el mundo del arte porteño. Las luces opacaban de alguna manera mis ganas de hacer. Durante el camino cambió de geografía. Y esta artista despegó a buscar inspiración en otros pagos. “Me fui de viaje, deambulé por Brasil, volví a Buenos Aires y lo conocí a Tomás, mi actual pareja, con quien me vine para San Martín de los Andes a probar suerte, sin nada. Nos animamos al sur más por él que por mí. Él había venido mucho a la zona, principalmente a Junín. Le gustaba pescar y el mundo agreste patagónico. Lo cierto es que me trajo un tanto engañada. Estaba claro que Buenos Aires no era el lugar, pero no sabía cómo era todo esto. A partir de mudarnos, hago el quiebre: allí comienza mi de obra”, especifica Conte.
Cuando llegaron al sur pararon en el campo de un amigo, sobre las lomas que bordean el lago Lolog, lugar en el que hoy, a tan sólo unos kilómetros, decidieron hacer su casa. La edificación ha sido pensada casi como una obra de arte en sí misma. Ese primer año de radicación en las afueras de San Martín de los Andes le sugirió la inspiración para su primera obra Ciudad de Líquenes: “Se trata de un trabajo que fue mi tesis y mi primer paso dentro del mundo de la producción artística. Surgió de una experiencia que tuve con chicos de la escuela rural en Mamá Margarita, Junín de los Andes. Ellos se tenían que imaginar lo que era una ciudad y dibujarla. El resultado de sus producciones fue increíble e inspiraron en mí un trabajo muy profundo. ”, explica.
El resultado fue una serie de esculturas de líquenes que las ubicó dentro del bosque donde vivían. Al recorrer la puesta, se iban encontrando las esculturas sobre o dentro de los árboles. Un primer trabajo que expresaba una vivencia muy personal relacionada a vivir en la montaña. Una de esas esculturas fue presentada en la Fundación OSDE, donde ganó un primer premio. Y la circunstancia generó un cambió definitivo en su manera de hacer:
Su trabajo cimentó base firme en el manejo y la comunicación de conceptos fuertes y definidos como lo efímero y lo invisible.
“A partir de Ciudad de Líquenes volví al dibujo. Me dedique a entender desde dónde quería expresarme. El dibujo es fundamental en mi obra. Nos movimos bastante, siempre en San Martín de los Andes, pero con una vida un tanto nómade dentro de este territorio, agrega. Los proyectos familiares muchas veces tomaron más relieve que los personales, pero siempre había algo de arte, algo de “manos a la obra” en cada nueva aventura. Su familia, cuenta, se conformó en equilibrio con su obra. Así la vida se fue moldeando con la obra. Y la obra tomo forma en lo cotidiano.
La obra que catapultó la carrera profesional de Valeria Conte fue la casa de hielo, que llevó el título de Conquista de lo Inútil. A partir de entonces no sólo cobro relevancia para el mundo de la producción artística sino que ella misma encontró (o reconoció) un sentido político, un marco referencial para entender y leer su obra. “La Conquista de lo Inútil fue un proyecto que se extendió a lo largo de varios años y que aún hoy se resignifica y cobra nuevos sentidos y caminos. Estábamos comenzando los cimientos de nuestra casa en el medio de lo inhóspito: teníamos la platea y los hierros puestos. Viendo eso y lo que sucedía cuando dejabas un regador prendido en invierno, se me ocurrió que poniendo algún hilo que le permitiese al agua circular podía, con el hielo, estructurar una forma. Y como no teníamos un peso, pensé en “tejer” nuestra casa siguiendo los planos arquitectónicos”, afirma mirando la casa que finalmente construyeron desde la ventana del taller.
Así surgió la casa de hielo, como popularmente la conocen en la zona. Fueron tres meses de intenso trabajo. Perseverantes, Valeria y su familia continuaron con el desafío. “Era un plan muy familiar. Cuando la casa estuvo montada, nos dedicamos a sacarle fotos con Santiago Gaudio y documentar el proceso en video con Paola Sferco. Es una obra muy disparadora de mi carrera profesional. Gane varios premios y reconocimientos. El concepto de la obra se centra en la idea de que para que la casa “apareciera”, había que regarla. Ese era el eje”, apunta.
A partir de la casa de hielo, fueron surgiendo muchas ideas pero cobró forma sólo una: Palomo, un caballo de alambre de 7 metros de largo por 4 de alto que se suspende en el aire en medio de la estepa. “Surgió a partir de un fábula que le cuento a mi hija Luna, de 5 años, sobre un caballo que se llama Palomo. Un caballo que de noche despliega sus alas para llevarla a volar. El Palomo fue dedicado a todos los caballos vivos y muertos del mundo. Llevo un trabajo de 6 meses. Fui probando distintas texturas y materiales y finalmente la estructura de alambre fue la que se adaptaba al medio y a las necesidades de la obra”, cuenta con afán de comunicar el “proceso filosófico” de la obra.
Algo más actual fue su participación en una intervención urbana junto a otros 10 artistas solicitada por la Secretaría de Cultura de Cultura de Nación. En esa experiencia pudo contemplar y compartir el trabajo con otros y, al mismo tiempo, adaptarse a los tiempos de producción de un programa que tenía una fecha de comienzo y de final. “Suelo ser muy lenta. Respeto mucho los tiempos de la obra pero esta vez se trataba de otra dinámica. Así recurrí al alambre y al dibujo en el espacio. Me estaba tirando a la pileta, me estaba decidiendo a “ser” artista, jugándomela. Y así fue cómo surgió la idea de hacer a una mujer tirándose de cabeza al Nahuel Huapi. Las críticas fueron muy divertidas porque fueron al punto neural de mi obra (“es un mamarracho, no se entiende”) y justamente mi obra busca ser un poco un mamarracho que te sorprende”, reafirma Valeria.
Valeria Conte es una artista que se entiende en lo cotidiano de su obra. En el devenir de su itinerante intervención todo cobra sentido. El relato de sus obras es el relato de su vida y de esa manera es posible visualizar su esencia. Su obra se presenta permeable y amigable. Es un camino de muchos caminos, una excusa para repreguntarnos sobre nuestras vidas, nuestras relaciones, la manera en que vemos el mundo y nos vinculamos con él. La familia, la libertad, la expresión del amor, la naturaleza, lo fugaz y el momento presente. Todo encuentra un lugar en la obra incierta de esta artista.
DESDE LA LÍNEA
“Hoy por hoy las artes visuales son tan amplias que es absurdo intentar encasillarnos en una sola disciplina. Pero si tuviese que marcar un punto de partida desde el cual produzco mi obra, es como dibujante. Si bien todo lo que estoy haciendo ahora es trabajar con el volumen, lo cierto es que siempre trabajé y trabajo a partir de la línea. Ese es el punto donde me paro y donde está el potencial. No puedo pensar desde la escultura, soy realmente inútil para hacer un cálculo o una relación de peso. Puedo intentarlo como una excusa para arrancar más que para prestarle atención. Como la Conquista de lo inútil. Mi técnica es el dibujo y a eso le doy volumen atravesando la línea en el espacio.”
Una artista de obras que se crean con el paso del tiempo que marca el reloj de arena. Como dijo alguna vez Pablo Picasso, “una obra nunca se termina, tan sólo le pongo la palabra fin”. Sostiene Valeria: “Hace poco miré nuevamente mi obra y mi manera de trabajar. Me di cuenta que construyo y reconstruyo una utopía a medida que se desvanece. Entonces entendí, que el hecho de vivir donde elegimos vivir, hacer nuestra casa de barro con el esfuerzo que esto implica: las manos y el cuerpo en trabajo. Esa de- cisión también tenía en sí misma un planteo político”.
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