En esta nota, Ricardo Kleine Samson, relata su recorrido por las verdes, extensas y fértiles praderas de Lumabia, en el norte neuquino.
Texto y fotos Ricardo Kleine Samson
Los burros están allí desde hace millones y millones de cosas. Muchísimo, tiempo antes de que Chile y Argentina sean una nación, los tatarabuelos de esos burros ya estaban rebuznando de alegría cuando esto era solamente un lugar. Es decir, antes de que pusieran ese hito que delimita la frontera de ambas naciones, en esta hermosa zona, llamada Lumabia, ya había pastores trashumantes con burros, chivos, ovejas, caballos, perros y vacas. Hay quienes aseguran que estas tierras fueron el bastión de los Pincheira, una familia que, hasta 1832, aún respondía a la corona española. No eran tontos, el lugar es maravilloso.
Hasta donde me da el corazón, le puedo asegurar que Lumabia debe de ser una de las zonas más y más bonitas que hay en todo este bonito norte neuquino. La inmensidad, los colores, las coloridas florcitas, las piedras, la pradera, la cordillera llena de arroyitos, sus paisanos, sus ranchos y sus animales…todo, en definitiva, toda esta indescriptible belleza desborda cualquier emoción. Y, a mí, al menos a mí, me devuelve la imagen de aquellos prados en los que, 10 mil años atrás, comenzamos a desarrollar la agricultura y el pastoreo organizados familiarmente y vivíamos en entornos parecidos, en casas tan sencillas como las de Lumabia, al pie de los montes Zagros, en los actuales Irán e Irak en el mediterráneo del Eufrates y Tigris. Este escenario es el mismo que Usted y yo imaginamos y recreamos cada vez que escuchamos esas pintorescas historias de nuestra civilización.
Esas manchitas blancas que están por ahí… ¿las ve…? son ovejas y chivos pastando. Que llegaron con los burros. Las de allá, son vacas y aquellos caballos y burros y esas que vuelan son bandurrias y los chillones, son teros. Y aquello. ¡Todo aquello…! la indescriptible inmensidad que cobija a esta belleza…¡Pero que lindo estar aquí…!
Espero no equivocarme si le garantizo que no debe haber en todo este norte neuquino praderas tan extensas, amplias y fértiles como las de Lumabia, que, además, tiene un nombre de cuento, que no se parece en nada a ninguno de los otros nombres de los múltiples pueblos y parajes que hay por aquí. Casi 9 km de extensión por 1 km o más de ancho, atravesado por el río homónimo que recoge el agua de los cientos de cascadas y arroyitos del cajón que forman ambas cordilleras. Esta imagen que intento describir, no es ajena a la realidad y, como dice mi hijo: “Papá, es un lugar de cuentos”.
Y si presta atención a los detalles, verá que hay algunos cerros que están siendo colonizados por especies vegetales, porque aquí todo está vivo y se mueve. La avanzada la llevan los pardos coirones como si fueran una especie exploradora y, por detrás, en la retaguardia diría un soldado, los hermosos ñires que se cubren de rojo en el otoño y van ocupando y tomando posesión del lugar, porque, como dice otra de mis hijas: “Papá, la montaña mueve a la fe de los coirones y ñires”.
Y, encima, llegar es una pavada. Inmediatamente después del puesto de gendarmería que marca el ingreso a las lagunas de Epulauquen, hay, a la derecha, un cartel de madera muy lindo que le da la bienvenida a esas lagunas, unos 15 mts. detrás del cartel sale una huella a la derecha que se interna en un insinuante bosque de pinos. Ese es el camino, no hay otro, ni desvíos que lo puedan confundir.
Siempre hay que ir por la huella de arriba, porque los 5 o 6 desvíos que hay a la derecha de la huella principal, llevan a los ranchos de los pastores que viven allí. El camino está muy bueno, aunque no es recomendable para un vehículo bajo, tampoco se necesita doble tracción. Desde Andacollo, por ejemplo, son 90 km. 36 km por asfalto, por la ruta pcial. 43, hasta el desvío a las lagunas de Epulauquen, 32 km, de tierra en muy buen estado, hasta el puesto de gendarmería y, desde allí, otros 10 km de huella en relativo buen estado hasta el hito con la república de Chile donde están los burros y termina el camino.