Miguel Brascó: el gran deschavador

Texto María Eugenia De Cicco
Fotos Eliana Moscovich

Todos hablan del vino, pero nadie lo hacía como Miguel Brascó: franco, preciso, accesible, “sin rebusques ni lirismo porque para eso están las contraetiquetas”. A continuación, compartimos una entrevista inédita realizada en Bariloche en 2010* para homenajearlo a cinco años de su “partida”. El mundo del vino lo extraña y mucho.

 

Ocurrente, espontáneo y también un poco cascarrabias, este gran desmitificador de la bebida nacional nos invita a reflexionar acerca del vino como cultura y no como negocio. Palabras mayores…

Hoy el vino está en boca de todos, ¿cómo ve este fenómeno?

Hay un lenguaje que es inventado que refiere los sabores y las percepciones más sutiles del vino a sensaciones organolépticas: “Aroma a montura de caballo sudada” es una metáfora habitual en este tipo de lenguaje que yo llamo “macaneo glorioso”. El vino no está para ser descrito sino para ser tomado. Ahora, si uno tiene que escribir sobre un vino, tiene que hacerlo con la suficiente pasión, vocabulario y precisión como para detonar interés en probarlo.

¿Por qué se recurre al “macaneo”?

Porque se adopta un vocabulario de artificio. Por ejemplo, decir que un vino tiene aroma a flores blancas es lo mismo que decir nada. Es un macaneo total porque hay miles de flores blancas y todas tienen distintos aromas. Hablar del vino exige pensar en una descripción literaria. Primero hay que tener lenguaje y después saberlo usar,  juntar dos palabras de modo que detonen sensaciones que te sorprendan, que atraigan. La música, la poesía y los vinos se parecen mucho. En términos más precisos, comparten el mismo encanto.

¿Cómo utilizan el lenguaje los sommelier para hablar del vino?

Los sommelier no le hacen bien a la industria del vino. “Las cosas que son por fuora y las cosas que son por dentro”, decía Vinicius de Morais. Yo te puedo decir una cosa por fuora, vos me vas a escuchar y voy a llegar hasta ahí. Pero si yo te digo algo por dentro voy a poder avanzar más. Cuando vos realmente sentís algo, lo decís con emoción, entonces te comunicás. Eso es lo que puede cualquier alma sensible que no recurre al artificio de un vocabulario. Los sommelier tienen que manejar el lenguaje como lo hace un escritor o un poeta, si no, no sirve. Yo he conseguido convencer a la gente que tome un vino y aplico la misma fuerza expresiva y devoción que cuando estoy escribiendo las líneas de un poema.

Eso es un problema porque el sommelier es un comunicador, el nexo entre el vino y el consumidor.

Eso en teoría, porque en realidad el sommelier es el encargado de negociar entre el restaurant y la bodega, “te doy tres botellas por dos, si me comprás tanto te descuento…”, entonces cuando un sommelier te recomienda un vino lo que está haciendo es ganar plata.

¿Y los bodegueros pueden hablar del vino mejor que los sommelier?

Los bodegueros conocen muy bien el negocio del vino pero no todos conocen el producto íntimamente, es decir por dentro, lo conocen por fuora. Sin embargo, hay bodegueros que tienen el viento del vino en la popa y hay otros, muchos, que tienen el viento en la proa, que son los que no aman lo que hacen, lo hacen porque es un negocio.

¿El vino puede ser sólo un negocio?

Te lo puedo contestar con una charla que tuve una vez con Michel Rolland. “Nosotros hemos desarrollado un marketing para aumentar el consumo de vino en los países que no son tomadores naturales de vino, no te olvides que el vino es un negocio”, me dijo él. Y yo le contesté: “Es un negocio pero también es una cultura, porque si no hubiera cultura enológica no habría negocio posible”. Entonces él volvió a decirme “es un negocio” y le contesté nuevamente “es una cultura”. Repetimos este diálogo cinco veces. Y en la sutileza de ese intercambio está el núcleo de qué es el negocio de los vinos y qué lo hace tan atractivo. El vino es un negocio en la medida que  además se base en una cultura.

¿Cómo han evolucionado los vinos argentinos?

Argentina es un país en el cual se puede crear en materia de vinos, porque no hay una burocracia que canibalice la creatividad. Si uno analiza la oferta de las bodegas, todo su porfolio, hay una visible coherencia en el gusto de los vinos. Las etiquetas hasta treinta pesos están pensadas para satisfacer un mercado mayorista bien preciso. Con Fabricio Portelli hacíamos el “Anuario de los Vinos Argentinos”, todos los años probábamos los vinos de las  bodegas líderes y notábamos perfectamente cómo evolucionaban, si iban para acá o iban para allá.

¿Cómo es el paladar argentino con respecto al vino?

El paladar argentino es notablemente sofisticado,  es el quinto productor y consumidor de vinos en el mundo. En la Argentina hay dos mil quinientas bodegas y cada una tiene un promedio de cinco vinos. En esa selva oscura e indescifrada uno tiene que comprar una botella. El consumidor tiene una gran ansiedad por saber de vinos para poder sacarle la mayor ventaja posible al hecho de tomar un vino.

¿Cuál es el rol crítico de vinos en este panorama?

Hay una gran diferencia entre escribir para el consumidor y escribir para las bodegas. Porque cuando uno escribe para las bodegas pone que tal es la mejor del mundo. Pero cuando uno lo hace pensando en el consumidor es diferente, yo he llegado a decir: “este vino no merece estar en la mesa de un argentino”. Cuando uno escribe así está dando un servicio y la gente se da cuenta.

¿Cuál es el estilo Brascó?

Una vez Jorge Lanata me invitó a su programa, me dio una copa del vino de Menem, que en ese momento era presidente, y me preguntó: “¿qué te parece?”. Lo respiré, lo miré y tiré el vino al suelo. Era intomable. Esas cosas están bien si las hacés honestamente, te dan muchísima fuerza y fama. Lo que he hecho es ganarme la imagen de un tipo que dice lo que nadie más dice. Salgo de mi casa y la gente me saluda. Pergolini me lo dijo una vez: “Yo no entiendo por qué mi equipo que son todos péndex no aceptan a un tipo viejo ni por asomo salvo a vos, porque nunca se sabe qué vas a decir”. Esa “inesperabilidad” te hace confiable.

¿Cómo es entonces Miguel Brascó en el uso del lenguaje?

Soy indebidamente audaz. El lenguaje es muy peligroso, hay que usarlo con cuidado. Uno puede modificar cosas inverosímiles. A veces pienso “esto no debo decirlo” y ya lo estoy diciendo.

* Entrevista realizada en Bariloche en Octubre de 2010 en el marco de una gira realizada por Miguel Brascó junto a Bodega Del Fin del Mundo.

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