PROTEGER LOS PASTIZALES :: Cuarta entrega

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TEXTOS REVISTA AIRE
FOTOS FRANCISCO BEDESCHI

En las tres últimas entregas de AIRE nos internamos en los pastizales templados de la Argentina, poniendo especial atención en los pastizales patagónicos, casi 900 mil kilómetros cuadrados de estepas y montes arbustivos que tapizan el paisaje árido de las planicies y mesetas del sur de nuestro país. Poseedores de una sobria pero a la vez impactante belleza natural, los pastizales patagónicos son un mosaico de ambientes diversos atravesados por extensos ríos que nacen en la Cordillera y festoneados de lagunas y mallines, en los que se congregan miríadas de organismos vivos. The Nature Conservancy trabaja con otras organizaciones en pos de mantener en buena condición a la mayor superficie posible de los pastizales en la Patagonia, y para ello, una estrategia clave es fomentar la participación del sector privado en actividades de conservación voluntaria de tierras en la región.

Los pastizales patagónicos son un claro ejemplo de cómo la vida se adapta a las condiciones más extremas: para ello, basta observar las tropas de guanacos prosperando entre las matas que amarillean en el corto verano austral, las avispas parásitas al acecho de presas en los arenales o el majestuoso cóndor sobrevolando sin esfuerzo kilómetros y kilómetros a la búsqueda de la carroña que constituye su principal fuente de alimento. Al mismo tiempo, son escenario de actividades productivas de enorme importancia para la economía regional y nacional: la ganadería, la extracción de gas y petróleo, el turismo, son ejemplos de emprendimientos que generan gran cantidad de puestos de trabajo e ingresos en el orden de los miles de millones de pesos. Los pastizales patagónicos son, además, un ensamble complejo de ambientes que ocurren sólo en la Argentina y en los que encuentra albergue una notable biodiversidad. Los extensos coironales, las grandes bandadas de patos y otras aves acuáticas que habitan los humedales de la región, los matuastos asoleándose sobre las piedras, los zorrinos y los pichiciegos ocultándose entre las matas, son sólo una muestra de las miles de formas de vida diferentes que se amoldan a la rusticidad del ambiente y el clima, y generan al asombro de cualquier observador desprevenido que recorre, ojo atento y libreta en mano, los solitarios caminos de nuestra Patagonia. Esta interminable vastedad se suponía inmune a cualquiera de los cambios introducidos por el accionar del hombre. En efecto, y por muchos años, pareció que este supuesto se cumplía a cabalidad. Sin embargo, de a poco y sin descanso, los pastizales patagónicos fueron perdiendo una parte sustantiva de la condición que los caracterizaba, al extremo en que hoy se ha vuelto urgente intervenir para detener y, donde sea posible, revertir el deterioro ambiental que se evidencia en varios puntos de la región.

La principal amenaza que afecta a los pastizales patagónicos es la pérdida y fragmentación de hábitat por el sobrepastoreo seguido de desertificación. A causa de este proceso, muchos campos en la Patagonia han perdido la capacidad forrajera y ya no pueden sostener una carga animal que viabilice el negocio ganadero. Para muestra basta el notable retroceso del stock ovejero ocurrido en los últimos cien años, de las 20-30 millones de cabezas que se contaban cuando la lana era considerada el “oro blanco”, a los 6-8 millones que hay en la actualidad. En algunas zonas, como en la provincia de Santa Cruz donde este fenómeno coincidió con eventos tales como la erupción del volcán Hudson en 1991, la caída en la rentabilidad condujo al abandono de campos con pérdida de puestos de trabajo, emigración rural y empobrecimiento generalizado.

Similar retroceso se percibe en las poblaciones de los grandes herbívoros que tienen a los pastizales patagónicos como su morada. Por ejemplo, se calcula que en la actualidad hay 500 mil guanacos esparcidos heterogéneamente en la región, y esa cantidad representaría 100 veces menos animales que los que se cree que había previo al arribo de los primeros colonos a la Patagonia. Lo mismo sucede con especies como la mara y el choique, ambas con necesidades de espacios grandes e interconectados para vivir.

Además del sobrepastoreo y la desertificación, otros factores que afectan a los pastizales patagónicos son la contaminación con petróleo, la proliferación de herbívoros exóticos (el ciervo colorado, el jabalí y la liebre europea) y el reemplazo por plantaciones de pino y otras plantas introducidas. En ciertas áreas, varios de estos factores ocurren en simultáneo potenciando el impacto negativo que generan en los pastizales, en el marco del calentamiento global por el cambio climático que también está dejando su huella en la Patagonia.

Lo positivo es que todavía quedan pastizales en buena condición repartidos a lo largo de la región. Son superficies extensas que mantienen la estructura y la composición por especies y, por lo tanto, siguen estando en condiciones de brindar hábitat a la vida silvestre y de regular el régimen hídrico, capturar carbono atmosférico y proveer otros servicios esenciales para mantener la calidad del ambiente y vitales para sostener los sistemas productivos. Alrededor de 200 de estas áreas que, en conjunto, cubren 120 mil kilómetros cuadrados, tienen características que las hace únicas e irrepetibles y, por eso, pasarán a conformar el catálogo de sitios de interés prioritario para la conservación de los pastizales patagónicos que está siendo elaborado conjuntamente por TNC, la Administración de Parques Nacionales (APN) y Wildlife Conservation Society (WCS).

En el número anterior de AIRE analizamos el papel del sector público nacional y provincial en cuanto a la declaración de nuevos parques y reservas que protejan estos sitios prioritarios y cubran al menos una parte del vacío de conservación que resta hasta alcanzar el mínimo del 10 % de la superficie total de los pastizales recomendado por organismos como la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN) (en la Argentina, hoy se protege menos del 3 % de los pastizales patagónicos).

También el sector privado está en condiciones de aportar hectáreas que contribuyan a cerrar esta brecha. Pero para ello es fundamental que se cumplan las siguientes tres condiciones: que haya una buena cantidad de propietarios interesados y dispuestos a participar en acciones de conservación; que se disponga de mecanismos e incentivos que los motiven a conservar sus tierras y a utilizar los recursos de una manera sostenible; y que exista un sector público informado y dispuesto a apoyarlos y a alentarlos para que así lo hagan.

En cuanto a la primera de estas condiciones, los resultados de una reciente encuesta de opinión solicitada por TNC permiten inferir que son numerosos los propietarios abiertos a incorporar una perspectiva de conservación de la naturaleza en sus propiedades. En particular, esta premisa también parece cierta en la Patagonia donde, dependiendo de la provincia de que se trate, del 70 al 90 % de la tierra se encuentra en manos privadas. Si sólo un 20-25 % de esta superficie bajo tenencia privada potencialmente disponible siguiera siendo manejada con fines productivos pero en un marco de conservación de la biodiversidad “ y este es un supuesto conservador, la Argentina se encontraría más cerca de cumplir los compromisos internacionales asumidos por el país en relación con los pastizales patagónicos.

La misma encuesta reveló también que la predisposición de los propietarios se vería favorecida de haber herramientas que incentiven la conservación voluntaria, tales como un posible acceso a recursos que compensen la eventual pérdida de rentabilidad que resulta de restringir ciertos desarrollos en áreas de interés prioritario para la conservación, o una participación facilitada en iniciativas de asistencia técnica u otros mecanismos orientados a integrar una perspectiva distinta, de biodiversidad, en los enfoques tradicionales (agro-ganaderos, turísticos, etc.) de planeamiento rural. Los mecanismos e incentivos a la conservación, como cualquier otro estímulo a la producción, resultan esenciales para introducir previsibilidad a quienes toman decisiones de negocio en el ámbito rural.
En Estados Unidos y en algunos países de América Latina (como Costa Rica y México), la cartera de instrumentos que promueven la conservación voluntaria de tierras incluye deducciones de varios impuestos (inmobiliario, a las ganancias y a la herencia), lo que ha tenido un profundo efecto en la generación de interés del sector privado en participar en acciones de conservación de la naturaleza. Por ejemplo, en Estados Unidos hay 7-10 millones de hectáreas bajo la figura de servidumbre de conservación (ver recuadro), un tipo de derecho real que grava a la tierra a perpetuidad y permite que los propietarios deduzcan un porcentaje de la carga impositiva asociada a la tierra o la producción. En la Argentina todavía no existen este tipo de estímulos, pero TNC se encuentra trabajando para desarrollarlos, mientras propone alternativas, como un cambio en la planificación predial que incorpore gradualmente a la biodiversidad en el planeamiento tradicional.
Finalmente, para que haya cada vez más propietarios movilizados a conservar los pastizales, y para que la sociedad en su conjunto se beneficie de esta decisión, resulta fundamental que el sector público apoye la consolidación de un movimiento de conservación privada. Conversaciones iniciales con miembros de algunas legislaturas provinciales han dejado una puerta abierta para avanzar en la conformación de un menú de incentivos fiscales a la conservación en tierra privada. Tomará su tiempo, pero las expectativas son inmejorables. –

LA SERVIDUMBRE COMO MEDIO PARA LA CONSERVACIÓN VOLUNTARIA DE TIERRAS PRIVADAS
Una servidumbre de conservación es una restricción que se impone sobre una propiedad para proteger recursos de especial interés para la conservación. Se trata de un desmembramiento de determinadas facultades inherentes al derecho real de propiedad o de domino, y se establecen mediante acuerdos legalmente vinculantes y a perpetuidad que limitan ciertos usos o evitan el desarrollo del suelo. Pueden ser donadas de modo voluntario (por ejemplo, a una organización de conservación) o negociadas a título oneroso por el propietario. Las servidumbres protegen la tierra en manos privadas para las generaciones futuras, al tiempo que permiten que los propietarios mantengan los derechos de propiedad y continúen viviendo y utilizando la tierra.

En la Argentina ya existe una servidumbre de conservación establecida en 2000 en las Lagunas de Epu Lauquen por la Fundación Neuquén para la Conservación de la Naturaleza, organización con la que TNC colabora intensamente. El Proyecto de Conservación Pastizales Patagónicos espera replicar esta figura en la Patagonia vinculándola con beneficios tangibles para los propietarios interesados en implementarla en sus propiedades.

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