La pista de arena.
ANDREA CAMILLERI
Editorial Salamandra, Barcelona, España, 2010.
Muchos autores y muchos personajes se transforman en clásicos con el tiempo, una categoría que no siempre es eterna. Tal es el caso del siciliano Andrea Camilleri (1925), veterano escriba en sus múltiples variantes -periodista, dramaturgo, guionista, director de teatro y de televisión- quien se transformó en novelista cuando se imaginó situaciones detectivescas en un pueblo onírico, Vigatí , en la provincia de Montelusa, ambos ubicados únicamente en la Sicilia literaria y que jamás podrán ser señaladas en mapa alguno (sí, en cambio, Porto Empedocle y Agrigento). Salvo Montalbano es el comisario de la localidad, un sibarita exquisito a la hora de cenar o almorzar, siempre en silencio, ya que lo irrita la sola idea de hablar mientras come. Es incapaz de violar taxativamente la ley, pero la interpreta muchas veces a su manera (laxa) para resolver sus casos, lo que implica estar siempre al límite. Los títulos que constituyen la saga (La forma del agua, La voz del violín o El olor de la noche, entre otros) permiten disfrutar de argumentos en el que los enigmas se mezclan con el buen humor, la ironía, las broncas típicamente insulares y las familias mafiosas locales. En La pista de arena el comisario debe resolver un dilema que comienza, casi, como una torpeza: un caballo es espantosamente mutilado y asesinado frente a la puerta de su casa. Terco, Montalbano insiste en saber qué paso, que implica adentrarse en un universo verdaderamente peligroso. El texto jamás cae en el desliz de la obviedad. Como siempre, Montalbano y Camilleri (extraordinario y voraz lector, además) están a la altura de su propio pasado y de su particular calidad.
Alfaguara, Buenos Aires, ARGENTINA, 2011.
Claudia Piñeiro vuelve a recorrer un territorio literario conocido. El country “La Maravillosa” se sacude a partir del hallazgo del cadáver de Pedro Chazarreta, degollado en su sillón favorito, en el medio de living de su casa, y cuya muerte recuerda la de su mujer, a la que habían asesinado unos años antes en el mismo lugar: Chazarreta, ahora exánime, había sido uno de los sospechosos de la muerte de su esposa. En medio de un clima de “sociología de clase” y atravesando los comportamientos “fashion” que suceden en los barrios cerrados argentinos, el crimen pasa a ser tapa de todos los periódicos y de todos los canales de noticias. Se trata de un caso de alto impacto en la opinión pública (cualquier déjí vu con el crimen de María Martha García Belsunce no es mera coincidencia). La escritora y periodista Nurit Iscar es enviada por el director de El Tribuno, uno de los diarios de mayor tirada del país, para que se encargue del tema con estrategias más cercanas al relato literario o del new journalism, para lo cual le consigue una casa en el country. Junto a ella trabajaran el veterano Jaime Brena, un sabio de las redacciones y de la Sección Policiales, quien por esas circunstancias de la vida ahora se ocupa de notas absurdas e inconcebibles en Información General o Sociedad, mientras que a su lugar lo ocupa un pibe, “el pibe de Policiales”, que ni siquiera saber porqué estudió Comunicación (otro signo de las últimas épocas, estudiar Comunicación Social…), cuya única fuente parece ser Internet y que, sin embargo, demostrará tener “uñas de guitarrero”. La estrella, más allá de todo, es Nurit Iscar, o Betibú, como le dicen, en alusión a la sensual Betty Boop. Betibú, el pibe de policiales y Jaime Brena van hacia la verdad. Y saber la verdad, muchas veces, no alcanza. Muy buena nouvelle noire.
El gran reloj.
Kenneth Fearing
RBA libros, Barcelona, España, 2011.
Kenneth Fearing es prácticamente un desconocido. Pero un desconocido al que vale la pena leer. Nació en Illinois en 1902 y murió en Nueva York en 1961. A pesar de escribir novelas notables, principalmente se lo conoció como un gran poeta y un muy buen periodista-ensayista (de hecho publicaba asiduamente sus trabajos en The New Yorker). Su vida periodística, que no le impidió ser uno de los fundadores de la revista The Partisan Review, se combinó de manera natural con su tarea narrativa, con su “profesión” de escritor, la que le permitió publicar ocho novelas, cinco de ellas pertenecientes al “género negro”. En El gran reloj un importante editor, George Stroud, es aficionado a las mujeres (está casado, naturalmente) y no se le ocurre mejor idea que la de involucrarse en un romance fugaz con la amante de su jefe, Pauline Delos, bellísima. Pero ella muere asesinada: las culpas deben recaer, necesariamente, en Stroud, quien debe luchar “contra reloj” en su doble condición de cazador y presa. El texto, notable, no sólo implica un misterio, sino que además está extraordinariamente escrito: el nombre del asesino surge casi de inmediato y lo importante pasa a ser la notable eficacia narrativa de Fearing, que escribe como los dioses. Muchos lo han ponderado, entre ellos el gran Raymond Chandler, poco habituado a los elogios. Dijo de Fearing: “Todavía estoy un tanto asombrado de cómo es que no haya aparecido nadie que me haya dejado en evidencia. Pero excepto algún tour de forcé ocasional como El gran reloj, no ha salido nadie”.