Vencer y morir

POR MARTÍN ZUBIETA

Trágico recorrido por los distritos de la banalidad del mal.

La Segunda Guerra Mundial transcurría, letal. Sus miserias parecían no tener límite. Las del nazismo tampoco. La Operación Barbarroja había roto la alianza que Hitler y Stalin tenían desde la firma del pacto Molotov-Ribbentrop en 1939: ahora los ejércitos de la Wehrmacht avanzaban a paso redoblado por un frente de 1.600 kilómetros entre el Báltico y el Mar Negro por el territorio de la Unión Soviética rumbo a Moscú, a la que cercaron pero no pudieron tomar. Después, la retirada. De acuerdo a los datos que ofrece Jonathan Littel en su monumental novela Las benévolas, la particular batalla entre el nazismo y el stalinismo ocurrió desde el 22 de junio de 1941 a las tres de la mañana hasta el 8 de mayo de 1945 a las 23.01, día de la absoluta rendición incondicional alemana. El Ejército Rojo hacía días que había hecho pie en la destruida Berlín. Littel, además, aporta números escalofriantes. Según sus cálculos, en ese lapso -tres años, diez meses, dieciséis días, veinte horas y un minuto- y en ese frente en particular, murieron 88 alemanes por hora (1,47 por minuto) y 588 soviéticos por hora (9,8 por minuto).
En ese contexto atroz, se produjo un hecho criminal –otro más- de singulares características: los nazis asesinaron a un grupo de futbolistas ucranianos por el simple delito de haber vencido a un equipo compuesto por miembros de la Luftwaffe. Los soldados de la Wehrmacht, en su tránsito rumbo al Este, llegaron hasta Kiev, la capital de Ucrania, entonces una de las repúblicas socialistas soviéticas, ciudad a la que ocuparon el 19 de septiembre de 1941. Los jugadores que antes de la guerra militaban en el incluso hoy famoso, reconocido y respetado Dynamo de Kiev, habían armado un equipo para despuntar el vicio entre tanto dolor, el Football Club Start. En Ucrania hoy existe un monumento que los recuerda.
En el medio de las peores condiciones posibles, los tipos se reunían en una panadería de la ciudad (su propietario era un tal Josef Kordik, de origen alemán) sitio en el que nació la idea de volver a jugar: a Kordik lo único que lo apasionaba era el fútbol y un buen día se encontró en la calle con uno de sus ídolos, el ex arquero del Dynamo Nikolai Trusevich, a quien le dio trabajo. Luego se sumaron viejos compañeros de su mismo equipo y tres del LokoMotiv. Muchos eran ex soldados, otros habían sido  prisioneros de los alemanes, otros eran desertores en un país vencido, todos eran futbolistas.  La idea era jugar. Jugaban bien. Y vencían, además: seis jugados y seis ganados en 1942. Las crónicas aseguran que se paraban con un esquema de 3-4-3. Estaban pésimamente entrenados y comían lo que podían. No tenían rival, por lo menos entre los equipos formados por militares de aquí y de allá. En todos lados se hablaba del FC Start, el equipo que no paraba de ganar y que jugaba con una camiseta roja (como no podía ser de otra manera). Era, además, un símbolo de resistencia en una Europa que parecía estar a merced de Hitler.  Pero cometieron un “error”: le embocaron cinco goles al Flakelf, el equipo de la Luftwaffe, la Fuerza Aérea Alemana. La revancha era imperiosa. Casi los obligaron a jugarla. No era un partido más, claro. Lo hicieron. Aceptaron formar parte del “partido de la muerte”, tal como se lo conoció. A estadio lleno. El árbitro era alemán. De la SS, más precisamente. Ganaron otra vez y fue el principio del fin. Cuando terminó el primer tiempo, los ucranianos del FC Start estaban arriba en el marcador. Se les dijo claramente: no podían ganar, no debían hacerlo. Las consecuencias eran más que obvias. El precio del honor y de la dignidad era la muerte. Sin medias tintas. Pero los ucranianos regresaron a la cancha y convirtieron tres goles más. Triunfaron 5 a 3. Los dejaron festejar. Y hasta permitieron que disputaran un partido más, que también ganaron. Después la venganza de los cobardes, de los miserables, de los peores criminales. Sicarios de la Gestapo fueron a la panadería, acusaron a varios jugadores de ser espías del servicio secreto de Stalin, los detuvieron, los torturaron y los mandaron a distintos campos de concentración. Muchos murieron. Incluso la mitología cuenta que Trusevich, cuando lo fusilaron, tenía puesto el buzo de arquero. La Gestapo los asesinó a casi todos. Por ucranianos. Por soviéticos. Por comunistas. Por jugar bien al fútbol. Por cometer la insensatez de ganar el partido que debían perder. Por el honor de ser íntegros. Nadie se ha olvidado de ellos, los jugadores de fútbol ucranianos que le pegaron un baile monumental a los alemanes de la Luftwaffe  en plena Segunda Guerra Mundial.  Ellos son Mikail Svyidovsky, Fedir Tyutchev, Makar Goncharenko, Georgy Timofeyev, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Oleksiy Klimenko, Mykola Korotkykh, Nikolai Trusevich, Vasil Sukharev, Mikhail Melnik y Vladimir Balakin.
Debían haber muerto todos, tal los hábitos de los nazis. Pero tres integrantes de aquel equipo sobrevivieron. Tyuchev, Goncharenko y Sviridovsky permanecieron ocultos hasta la liberación de Kiev por el Ejército Rojo, en noviembre de 1943, y  fueron quienes contaron la historia. En el estadio en el que se jugó el partido hay una placa que recuerda el momento: “A los jugadores que murieron con la frente en alto ante el invasor nazi”, dice.■
ESCAPE A LA VICTORIA
Escape a la victoria es una película de 1981 dirigida por John Huston. Se basa en “el partido de la muerte” que jugaron los ucranianos del FC Start y el equipo de la Luftwaffe. Está protagonizada por Michael Caine, Max Von Sidow y Silvester Stallone. Participan, además, muchos futbolistas de elite como Pelé, Bobby Moore, Osvaldo Ardiles o Kazimierz Deyna,  entre otros. Pero sin duda se trata de una versión libre: el partido se juega en París y no en Kiev. Y no muere ningún jugador: escapan todos. Sin embargo, las escenas de fútbol son extraordinarias, “bicicleta” del “Pitón” Ardiles incluida.

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