Desde hace siete años, David Varano está al frente de Herreros de la Luz, un proyecto que trasciende a un taller de oficios donde chicos y chicas de barrios vulnerables de Bariloche aprenden a soldar y a hacer esculturas. Es un espacio de contención y diálogo, donde el arte y el vínculo entre pares se convierten en herramientas para transformar su realidad.
Texto: María Eugenia De Cicco
PH: Martín Crosta/Aire.life
Cuando los chicos y las chicas comienzan a soldar en el taller, pareciera que el sol sale detrás de las mesas de trabajo. Es un amanecer rabioso, donde la luz invade súbitamente todos los rincones. Las sombras desaparecen. Las de afuera, pero también las que llevan dentro. Los destellos y chispas que emiten las soldadoras rápidamente se disipan en el aire como estrellas fugaces. Las amoladoras rugen mientras los pedazos de metal caen al piso. Luz. Ruido. Calor. Movimiento. Es el momento de la creación. Hierros oxidados, chapas viejas y desechos se transforman en esculturas en manos de los Herreros de la Luz.
David Varano tiene 53 años. Aunque él prefiere decir que tiene “20 y 33 de experiencia”. Nació en San Martín, provincia de Buenos Aires. Desde muy chico, entendió qué son la marginalidad y la pobreza. Todas las mañanas en el viaje hasta la escuela en Villa Ballester, veía por la ventanilla del auto a otros chicos de su edad revolviendo la basura, buscando algo para comer.
Fue a una escuela técnica donde aprendió a soldar y a hacer muebles. Trabajó en IBM Argentina, es diseñador autodidacta, artista y músico. Es padre de tres hijas. Y es, sobre todo, alguien que cree que nadie se salva solo y que el mundo necesita, más que un cambio, una transformación.
El 14 de octubre de 2014 comenzó a gestarse Herreros de la Luz. Pero David no lo supo hasta que estuvo parado frente a un galpón en el Barrio San Francisco IV donde una semana más tarde funcionaría el taller. Llegó hasta ahí caminando no por casualidad, sino guiado por su amiga, la que siempre le habla al oído, la intuición. “En una esquina había cinco pibes fumando porro y tomando cerveza y en la otra había un obrador abandonado de la empresa que había hecho el barrio. Y yo en el medio. Pensé: chicos sin contención, un lugar vacío sin chicos y yo un puente”, recuerda. Ese día, diseñó su última pieza, el flyer en el que anunciaba el inicio del taller de herrería. Aquella jornada, decidió que no cambiaría de actividad, pero sí de “área”, se iba a dedicar a diseñar otra realidad para los chicos y las chicas de los barrios vulnerables de Bariloche.
Llegó el momento de presentar el taller y no sabía cómo. “Estaba re nervioso”, dice. Entonces, se le ocurrió hacer una comparación. Miró a los chicos a los ojos y les dijo: “a veces uno va caminando por la calle y ve un pedacito de fierro tirado, oxidado, pisoteado. No le das importancia y seguís caminando. Y por ahí más adelante encontrás otro en las mismas condiciones y seguís tu camino. Pero depende de quién los levante, con qué otros los junte y qué haga con ellos, se pueden llegar a convertir en algo tan bello como una escultura”. Y siguió: “no sé si a ustedes les pasa, pero a mí sí. A veces me siento como ese pedacito de fierro, tirado por el piso, solo y que la gente pasa por al lado mío y no me ve”. Ahí, mágicamente o no, al sentir esa confianza, uno de los pibes levantó cabeza, lo miró y le dijo “yo me siento así ahora” .Les conté que de eso se trataba mi taller y quien quisiera venir la semana que viene, estaba invitado. Y me fui. Estaba re emocionado. Ese día empezó mi verdadero trabajo en la vida”, cuenta David.
-¿Cómo fue el primer encuentro del taller?
-Pasó una semana desde la presentación y en ese lugar, con una mesa hecha de fenólico, una amoladora, una soldadora y el hipervínculo que es el mate, doce pibes entraron por la puerta. Capucha, gorrita, mochila, se pusieron expectantes alrededor de la mesa. Vi a uno con cara de simpático, le di el mate y le dije que lo pase. En esa mesada había llevado en una bolsa de arpillera un montón de fierritos y recortes, basura. Desparramé todo sobre la mesa. Con mucha conciencia y con plena convicción, sabiendo lo que hacía, pregunté qué ven. Y cinco chicos dijeron “una tumbera”, que es un arma casera. No me extrañó que vieran eso porque es lo que vieron toda su vida en sus barrios. Esa era su realidad. Di vuelta los fierros en la mesa y Ezequiel abre los ojos y dice “veo un pájaro”. Muevo de vuelta los fierros y Damián dice “es un oso”. Y por último, manoteo todo lo que estaba en la mesa y los miro a todos y les pregunto “qué ven”. Todos los que hablaron dijeron “vemos un árbol”. Me emociona un cambio de visión o de perspectiva y la vida de alguien puede cambiar. En un barrio del alto de Bariloche o en el Alto Palermo, en cualquier lado.
-¿Cómo lográs ese cambio de perspectiva?
-En el taller yo hablé mucho, pero escuché mucho más a los chicos y las chicas, que empezaron a tener voz propia. Acompañándolos desde el principio para generar un vínculo de confianza. Yo les doy el primer envión. El que viene el primer día se va con una escultura hecha. Eso los motiva para volver. Mientras aprenden a soldar, yo les pido permiso y les agarro la mano para guiarlos. Les digo que aflojen la mano porque es como tocar el piano. Una vez que entendieron, les suelto la mano y es como si pedalearan solos. Cuando se empiezan a abrir, cuando esa luz de afuera les saca las sombras y los ilumina por dentro, saben que no están solos, se desenchufan de su realidad y están tranquilos, pueden soltarse y ser ellos mismos. Por eso al taller le dicen casa, templo, casita, aula, es lo que siente cada uno.
¿Cuántos chicos y chicas han pasado por Herreros de la Luz?
-Ya pasaron 452 en total, se cumplen 8 años en octubre. ¿Cuál fue el éxito en la convocatoria? Los mejores operadores sociales son los pibes y pibas que transmiten a sus pares y así vinieron chicos de otros barrios. Quién mejor que un pibe que la padeció o que estuvo del otro lado y ahora está de este lado, para decirle a otro: “vení, se puede”. A todos les sirvió, todos aprendieron a soldar. Cuando algún chico nuevo llega al taller, le doy una hoja en blanco y le pido que le ponga su nombre y cuáles son sus sueños. Tengo más de 400 hojas con los sueños de los pibes. Muchos adoptaron la herrería como oficio y otros, a partir del taller, pudieron cumplir sus sueños. Pudieron hacerlo porque hablaron y se los escuchó, porque los quisieron.
-¿Cómo te conectás vos con los chicos?
Cuando trabajaba en IBM en Buenos Aires, vino un gerente de Estados Unidos y me dijo que yo era un “baqueano comercial”, alguien que conoce el lugar y llega a destino por caminos o atajos no tradicionales. En el taller, hago lo mismo, llego a los resultados. Para ser distinto primero tenés que ser igual. Los chicos te escuchan porque sos como ellos. Una vez vino una asistente social y me preguntó si yo le ponía objetivos a los chicos. Yo le contesté esto: si a vos alguien te pone un objetivo y no lo cumplís, te frustrás. Todos esos chicos que ves en el taller tienen una vida de frustración y esto es lo distinto para ellos. Son pequeñas cosas. Si yo a un pibe le digo que haga algo y no puede, le hago peor.
-¿Cuál es la esencia de Herreros de la Luz?
Martín, un chico del taller, perdió a toda su familia cuando tenía 14 años. Una persona le dio un arma y lo llevaba por un mal camino. Un día, se quedó después de hora y me dio el arma, me dijo “tomá Deivid, quiero que la destruyas”. Entonces le dije “yo no vine a destruir nada y vos menos, así que vamos a transformarla”. Con el tambor de ese revólver calibre 38 hizo una escultura que lo representa a él caminando, saliendo adelante. Él me regaló esa escultura. El arte y el poder acompañar, transforman.
-¿Cuál es tu sueño para el proyecto?
-Quiero hacer un taller itinerante, en un tráiler o bondi. Y así el mundo se hace más grande. También que se transforme en un multiespacio donde haya otras actividades culturales. Que el taller se replique donde más se necesite con esta metodología concebida desde el amor al prójimo.
-¿Quién es David Varano?
-David Varano es un pibe del conurbano de Buenos Aires que tuvo la suerte de tener unos padres que le dieron mucho amor y contención. Que pudo vivir una infancia y adolescencia feliz, con la conciencia de que todos merecen lo mismo. Mi sueño es ayudar a la mayor cantidad posible de personas. Yo sé que se puede, con coraje, haciéndole caso a la voz del corazón, porque detrás del miedo y la duda está la verdad.
David Varano es ese niño que todos llevamos dentro, el que invita a todos a que abramos la puerta para salir a jugar a cambiar el mundo. Ese es David. Ese soy yo.
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