Fragmentos de otra gran pasión argentina :: Aarón de Anchorena y la Isla Victoria
FOTOS HISTÓRICAS ARCHIVO VISUAL PATAGÓNICO
TEXTO Y FOTOS FRANCISCO BEDESCHI
Aarón de Anchorena fue un bacán que literalmente “tenía la vaca atada”. Hijo de una familia patricia y miembro de la más selecta oligarquía rioplatense, sin embargo fue distinto e hizo mucho más de lo que, por características de clase y de pertenencia podía suponerse. Fue un aventurero y un pionero no sólo de la aviación nacional sino del lago Nahuel Huapi y la Isla Victoria, a la que llegó en 1902 para no irse, metafóricamente, nunca más: se transformó en su primer turista y en su primer enamorado. Hasta la casa que construyó ha sido restaurada y resistió el paso del tiempo. Breve relato de una notable coincidencia.
Pocas veces las circunstancias son tan precisas, tan particulares, máxime en la biografía de un hombre que lo tuvo todo. Fortuna, simpatía, acceso a los sitios más selectos y sofisticados de Buenos Aires y París, además de conexiones envidiables. Era un bon vivant pero, al mismo tiempo, mucho más que eso. Durante las primeras décadas del siglo pasado, su familia, los Anchorena, se daba el lujo de viajar a Europa y llevar con ellos “la vaca atada”. No se trata de mito: una vaca seleccionada de una de sus estancias era también pasajera en el mismo barco para que nunca faltase la leche fresca a bordo. Su inmensa riqueza los llevó a construir muchos de los palacios más suntuosos de la capital argentina y la coqueta Plaza San Martín era, casi, su “barrio cerrado”, ya que el palacio de la Cancillería, el Palacio Paz (sede del Circulo Militar de la Ciudad de Buenos Aires) además de otros ya derrumbados por los atropellos de la modernidad, eran “las casas de los Anchorena”. Todo el mundo sabía que la señora María Clara de Anchorena, por ejemplo, era una de las mujeres que más dinero gastaba en las peluquerías de París: era una de las clientas predilectas junto a las damas de las distintas casas reales de la vieja Europa. Todos lo admitían con naturalidad. No se trataba de una sorpresa.
Aarón de Anchorena formaba parte de todos estos vericuetos familiares (el apellido, incluso, se transformó en el paradigma de la oligarquía ganadera del país, circunstancia que tampoco dejaba de ser cierta) pero no era sólo eso, no era sólo un dandy: fue también un aventurero extraordinario, fue el primer turista del lago Nahuel Huapi, el primer campamentista, el primer mochilero, el primero en llegar a lugares desconocidos por completo para sus contemporáneos. Poco se sabe de esta faceta de Aarón, personaje sobre el que no abunda la información y sobre el que poco se ha escrito. A la historia de los Anchorena generalmente se la vincula con los fracasos que sufrió nuestro país que, acaso destinado a la gloria según numerosos puntos de vista, se paralizó y todavía lucha en medio de distintos lodazales para poder abandonar el estado de estancamientos que muchos le atribuyen solamente a la oligarquía de una época pasada. La idea, no obstante, es rescatar el enorme espíritu aventurero de Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos (1877-1965), notable personaje que, a pesar de disfrutar de una fortuna incalculable, se animó a atravesar la Patagonia en 1902, acompañado por Esteban Lavallol y Carlos Lamarca. Escoltados por cuatro soldados llegaron hasta el río Chubut y, luego, hasta la Colonia Nahuel Huapi, donde abordaron el único barco que existía en ese entonces y desembarcaron en la “isla” (la Isla Victoria) para acampar en un sitio que ahora se conoce -y no casualmente- como Puerto Anchorena. Aarón, quien tenía 25 años, se enamoró definitivamente del lugar (no es para menos) y de la Patagonia. Durante el camino de regreso, en Chinchinales, provincia de Neuquén, se encontró con Francisco Pascasio Moreno, que viajaba a Bariloche a lomo de mula. Ambos conversaron respecto a la posibilidad de que el Gobierno Nacional la adjudicase la isla. No la pudo comprar ya que las leyes establecían claramente que se trataba de “propiedad inalienable de la Nación” pero logró su usufructo de por vida en 1907 (el presidente era José Figueroa Alcorta, aunque a la decisión la tomó el Congreso Nacional).
Anchorena con su empuje le dio vida al Nahuel Huapi y a la isla. En pocos años trajo animales exóticos como faisanes o ciervos, creó un vivero y forestó con más de dos mil especies de árboles de todo el mundo. Además instaló en la isla a Otto Mí¼hlenpfort, un alemán que construyó los primeros barcos en el astillero que se levantó en Puerto Anchorena y que también se encargó de construir la casa que en la actualidad (y afortunadamente) se puede ver y apreciar, completamente restaurada. El germano, ingeniero civil, fabricó entre otros navíos el famoso Nahuel Huapi (encargado por Primo Capraro) o el Patagonia, para el mismísimo Anchorena.
Aarón no sólo transformó a la Isla Victoria en un lugar exclusivo sino que adquirió tierras para sus sobrinos Ortiz Basualdo en Península Huemul y para Jorge Newbery, con quien realizó el primer vuelo en globo aerostático (el mítico Pampero) sobre el Río de la Plata el 25 de diciembre de 1907, vuelo que no sólo resultó fundacional para la historia de la aviación, sino que se transformó, una vez aterrizado en la República Oriental y a partir del entusiasmo de Aarón, en el Parque Nacional Anchorena, en la Barra de San Juan, Uruguay, el “paisito”, otro de sus grandes e infinitos amores.
Aaron fue un personaje especial. Cierto es que pudo hacer lo que se le antojó, pero también cultivó como pocos ese espíritu de sportsman y aventurero, un espíritu común a muchos de los hombres que la Patagonia atrajo para sí a lo largo de los tiempos. Quizá como nadie (y antes que nadie, evidentemente) advirtió las posibilidades que ofrecían lugares tan escandalosamente bellos como la Isla Victoria y el lago Nahuel Huapi. Todos, de muchas maneras, somos herederos de un tipo que fue mucho más que un bacán con mucha guita. Aarón de Anchorena se animó a imaginar un futuro del que no sabía si alguna vez sería testigo. Aarón, tal vez sin saberlo, colocó la primera piedra. –
EL GRAN VUELO
El 25 de diciembre de 1907, a bordo del Pampero, Aarón de Anchorena y Jorge Newbery cruzan por primera vez el Río de la Plata en globo. Pero no todo fue tan sencillo. La escena transcurre en la Sociedad Sportiva, ubicada en lo que hoy es el Campo de Polo de Buenos Aires, en Palermo. El aparato, que Anchorena había traído de París, tarda en inflarse. Mientras, Aarón discute con el experto francés que había viajado especialmente para la ocasión. Cruzan palabras fuertes: pese a que el Pampero luce ahora perfecto, el francés no tiene la menor intención en participar de un intento al que no duda en calificar de “suicidio”. Y Aarón no quiere suspender el vuelo. Está por las suyas, únicamente. Lo rodea una pequeña multitud de curiosos. Aarón, acaso sólo por delicadeza, pregunta si alguien lo quiere acompañar. El enorme Jorge Newbery acepta el convite. Después de la foto y del abrazo, ambos suben a la barquilla. Aarón ordena cortar los cables. El Pampero está en el aire. Son las 12:45. El viento ayuda. Con el inmenso y encantador Río de la Plata por debajo, el Pampero alcanza una altura máxima de 3.000 metros. Hace frío. Sienten frío. Hay problemas. El globo cae, con ellos simplemente enganchados de redes y sogas. Ya se han desprendido de todo lastre, incluso de la barquilla, a la que han soltado. Pero los dioses del río y un par de ráfagas salvadoras evitan una catástrofe. El Pampero aterriza, torpemente, como puede, casi de milagro, con ambos tripulantes colgados del último suspiro. Pero todo se detiene después de varios tumbos y rodadas. Están en la República Oriental del Uruguay. Han atravesado el Río de la Plata, una proeza inimaginable. El vuelo es paradigmático. Aarón no volaría nunca más por expreso pedido de su madre, quien temía por su vida y además le había prometido una estancia si dejaba de hacerlo. Para Jorge Newbery, en cambio, se trató de un hecho trascendental en el camino que lo llevaría a transformarse en pionero y mártir de la aviación argentina. Murió a los 38 años el 1 º de marzo de 1914 cuando su avión Morane-Saunier cayó a tierra en Mendoza, cerca de la actual zona de El Plumerillo. Había sido protagonista y hacedor de hazañas extraordinarias.
LOS PALACIOS DE LOS ANCHORENA
Viejo edificio de la Cancilleria argentina en Buenos Aires.
Con reminiscencias neobarrocas y con notables detalles de construcción y decoración, fue uno de los hogares que habitó la familia Anchorena. El Ministerio de Relaciones Exteriores de la Nación lo compró en 1936, en plena “Decada Infame”, durante la presidencia de Agustín P. Justo.
Residencia presidencial uruguaya (Parque Anchorena, Barra de San Juan, Colonia del Sacramento, Uruguay).
Aarón descendió cerca de allí con el Pampero en 1907. Construyó una de las estancias más extraordinarias del Plata: tenía 60 dormitorios y 30 baños. La legó al gobierno oriental para no dejársela a sus herederos, según rumores y comentarios de la época.
Palacio Paz, actual sede del Círculo Militar de la Ciudad de Buenos Aires. Comenzó a construirse en 1906, frente a Plaza San Martín, cuando Aarón de Anchorena se casó con Zelmira Paz. El edificio, al que se conocía como “el palacio Paz-Anchorena”, se terminó en 1908.