Texto de Gonzalo Pérez (doctor en biología)
La cantidad de microplástico en los mares puede llegar a ser mucho mayor a la que se supone. Cada minuto se compran en el mundo 1 millón de botellas plásticas o 20.000 por segundo. Actualmente 13 millones de toneladas se filtran en el océano cada año.
No fue hasta hace relativamente poco tiempo que se introdujo el término “microplástico” en el ambiente científico. La sociedad comenzó a tener una idea del problema de contaminación a escalas globales que constituyen estas partículas. El profesor Richard Thomson, de la Universidad de Plymouth, alentó a sus estudiantes para que comenzaran a recolectar las piezas más pequeñas de plástico de las playas y costas oceánicas y no las más grandes. Desde hace quince años, aproximadamente, el problema se comenzó a estudiar con profundidad.
Ciertamente, una de las características claves del problema de la contaminación por estas pequeñas y casi invisibles partículas plásticas, es su característica intrínseca de no ser detectadas fácilmente. En general, para nosotros, los seres humanos ( y esto se puede advertir ver en innumerables ejemplos de la vida cotidiana), lo que no vemos, no nos afecta, importa ni interesa. No puedo dejar pasar una analogía. Seguramente muchos vieron la serie Chernóbyl: ¿hubieran ido al puente las familias, amigos y abuelos a presenciar el incendio del reactor esa noche fatídica si hubieran visto la radiación mortal (invisible) que el viento llevaba hacia ellos?
¿Pero que son realmente los microplásticos? Actualmente la definición utilizada proviene de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), que utiliza el parámetro de menos de 5 milímetros de diámetro para clasificarlos. Los mismos provienen de una gran variedad de fuentes, incluidos cosméticos, ropa, artículos de pesca, deshechos plásticos de uso cotidiano y procesos industriales. Su composición se basa principalmente en tres compuestos: el poliestireno presente en productos de limpieza, polipropileno en forma de material fibroso presente en prendas de ropa o en tapas de botellas y de poliestileno presentes en las botellas, bolsas de plástico y cosméticos. Pueden ser clasificados primariamente en dos categorías: primarios, que son aquellos que van directo al mar, estuarios o lagos en la forma que fueron creados; los secundarios, en cambio, son los que provienen de la degradación de macroplásticos en el ambiente acuático o de la liberación de microfibras sintéticas.
Recientes trabajos demuestran que la cantidad de microplástico en los océanos puede llegar a ser mucho mayor que la de los números pesimistas que teníamos hasta ahora. No nos debería asombrar si consideramos que cada minuto se compran en el mundo 1 millón de botellas plásticas o 20.000 por segundo. Actualmente 13 millones de toneladas se filtran en el océano cada año. Para el 2050 se estima que habrá mas plástico que peces en los mares. Los números son desalentadores pero, en mi opinión, es mejor saber que algo está mal a estar ciegos y darnos cuenta tarde.
La ciencia nos dio la herramienta para contabilizar los microplásticos, modificando técnicas de microscopia de epifluorescencia, antes conocidas, y ahora adecuadas para este problema en particular. Ahora numerosos grupos de investigación estudian diferentes temáticas relacionadas con la contaminación por microplásticos. Por ejemplo: ¿Dónde van estas micropartículas en el océano? ¿Podemos de alguna forma juntarlas? ¿Qué sucede cuando son ingeridas por los organismos? Es poco lo que sabemos, pero las primeras conclusiones son alarmantes. Los microplásticos pueden ingresar en las cadenas tróficas desde la base e ir acumulándose en los eslabones sucesivos (al proceso se lo denomina “bioacumulación”). Es decir, los organismos filtradores marinos los ingieren y acumulan y estos, al ser consumidos por otros organismos, trasladan su contenido plástico hasta llegar a los organismos de eslabones superiores como ballenas, tiburones y seres humanos.
Todavía tenemos mucho que saber y aprender respecto al plástico. Y en esto se encuentran trabajando también grupos de investigadores del CONICET, como un grupo del CADIC, que monitorea la presencia de microplásticos en Tierra del Fuego, y el Grupo de Investigación y Divulgación de los efectos de la contaminación por plástico de INIBIOMA, Bariloche.
Hidden contaminators
The amount of microplastics in our oceans might be much larger than we assume. Every minute, 1 million plastic bottles are bought all over the world—that’s 20,000 bottles per second. Each year, 13 million tons of plastic end up in our oceans.
By Gonzalo Pérez, Doctor in Biology.
“Microplastics” is a relatively new term: the scientific community introduced it quite recently, and, in the broader community, it resonated as a way of framing the issue of the pollution these microparticles cause to the environment on a global scale. It all started with Professor Richard Thompson, from the University of Plymouth, who encouraged his students to collect the smallest pieces of plastic they could find at the beach and by the coast, leaving bigger pieces behind.
During the last fifteen years, approximately, this issue has been analyzed in more depth.
When it comes to microplastic contamination, one of the key issues is that, by their very nature, these tiny, almost invisible particles are not easily detected by the human eye. As can be seen in countless examples from our daily life, society has a very interesting way of dealing with things: if we can’t see it, then it doesn’t affect us; we are neither bothered nor interested by it. To illustrate this better, let’s take an example from the show Chernobyl, which has been watched by millions all over the world. Would all of those people—families and friends, young and old—have gone to the bridge on that fateful night to watch the nuclear reactor burn had they seen the (invisible) cloud of deadly radiation approaching?
But what are microplastics really? According to the widely accepted definition by the National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), microplastics are small pieces of plastic less than five millimeters long. They can come from a great variety of sources, including beauty products, clothing, fishing equipment and plastic waste from everyday use and industrial processes. This group of pollutants includes polystyrene, which is present in cleaning products; polypropylene, used in clothing and bottle caps; and polyethylene, used in the production of bottles, plastic bags and make-up. Microplastics can be mainly divided into primary microplastics, which are the ones that go straight into our oceans, estuaries and lakes without degradation, and secondary microplastics, which are derived from the breakdown of larger plastic items at sea or through the release of synthetic microfibers.
According to recent research, the amount of microplastics currently in our oceans could be much larger than the already pessimistic numbers estimated previously. But this shouldn’t come as a surprise: every minute, 1 million plastic bottles are bought all over the world—that’s 20,000 bottles per second. Each year, 13 million tons of plastic end up in our oceans. And it is estimated that, by 2050, there will be more plastic waste than fish in our seas. Yes, these numbers are discouraging, but I believe knowing the ugly truth is better than turning a blind eye only to later realize that it is too late to act.
Science has provided the tools to count microplastics, using already known epifluorescence microscopy techniques that have been adapted to help us size up this particular issue. Now, many research groups are focusing on several areas related to microplastic contamination: Where in the ocean do these microparticles go? Can they be retrieved in any way? What happens when they are ingested? As little as we know, the first conclusions are undeniably alarming. Microplastics can enter the food chain at the first link and build up in the following stages, a process known as “bioaccumulation”. In this scenario, marine filter feeders ingest and accumulate microplastics and, when later ingested by other organisms, they subsequently transfer all the plastic content to later links in the chain, such as whales, sharks and humans.
There’s still so much for us to learn about plastic. That is why there are several research groups from CONICET working on this, such as a group from the Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC), which monitors microplastics in Tierra del Fuego, and the Grupo de Investigación y Divulgación de los efectos de la contaminación por plástico at INIBIOMA in Bariloche.