POR MOIRA TAYLOR
FOTOS ERIC SCHROEDER
El hotel es una conjugación de matices, casi como aromas que se mezclan en una infusión. Una provocación a los sentidos. Una experiencia memorable. Lilia y Fernando cuentan su historia y la de sus tres hijos, biografías que al mismo tiempo son la historia de la Casona del Alto, un sitio predilecto para cualquier amante exigente de la Patagonia.
La charla comienza rápido, casi sin acomodarnos en la silla. Fernando Giménez un apasionado por compartir, se muestra cómodo e inspira confianza. Como si la amistad fuese un acto reflejo, la conversación nos va mostrando una persona decidida y feliz, contenta con su presente y satisfecha de sus decisiones. Algunas anécdotas más tarde se agregará Lilia Giménez a la mesa, permitiendo entender el porqué de este lugar y cada uno de sus detalles. Ambos son la sal y el azúcar de este destino en las puertas de San Martín de los Andes.
Ubicada a diez minutos del centro de San Martín de los Andes, sobre el mítico callejón de Gingins frente al cordón Chapelco, Casona del Alto nace como un espacio para recibir amigos. Así ha sido soñada por sus dueños, quienes además atienden, cocinan, sirven y saludan a primera y última hora del día. Con tan solo 9 habitaciones, sin horarios ni formalismos, la propuesta es vacacionar, preparándonos etimológicamente para estar vacantes, libres, de alguna manera listos para llenarnos de todo. Un “todo” que es un estilo de vida, una conexión con el entorno, la fantasía que, aunque más no sea por algunos días, viviremos el sueño de otros sintiéndonos como en casa.
El hotel llevó 4 años para su construcción. “Empezamos en febrero de 2006 y terminamos en diciembre de 2011”, nos dice Fernando haciendo memoria, expresión de que eso fue hace mucho tiempo. Fue mucho esfuerzo y muchas ganas. Mucha decisión compartida, empuje de una familia que sabía lo que quería. “Sabíamos dónde queríamos llegar. Lograrlo llevó un esfuerzo grandísimo y sostenerlo se transformó en un estilo de vida”. Dos años llevó la búsqueda del terreno y el equilibrio no se encuentra ni todos los días ni tan fácilmente. Lo que querían era poder brindar una experiencia con mayor contacto con la naturaleza, que sea privada, sin estar tan lejos del centro de San Martín de los Andes. En la conjugación de todas esas necesidades encontraron este terreno, desde el cual hoy estamos teniendo esta charla. “La vista se impuso, no tuvimos que pensarlo demasiado, entendimos que éste era el lugar, nuestro lugar” nos dice Lilia con auténtica sonrisa. “Primero fue donde queríamos vivir. Todo tiene que ver con una decisión de vida. Yo vivía en Buenos Aires, trabajaba para una empresa privada. Tenía un estilo de vida que ya me había cansado profundamente y nosotros con Lilia queríamos cambiar. Es como un cuento de hadas. A mí me encanta conocer gente, charlar, socializar, conocer historias, compartir, contar y que me cuenten y, principalmente, hacer que los otros se sientan bien, ser anfitrión”, afirma Fernando. Así la idea de tener un pequeño hotel con un concepto personalizado y muy propio fue decantando sola.
EN PRIMERA PERSONA
“Hace 20 años vinimos a Patagonia y nos enamoramos de los ríos y sus arroyos, de esas imágenes increíbles que tiene esta zona. Y terminó por ser San Martín nuestro equilibrio justo por la escala y su belleza. Esto se concibió como un estilo de vida, no como un negocio, y necesitábamos que funcionase para vivir. Lo pensamos como una elección vital, compartiendo nuestras ideas con los demás. Mi esposa Lilia se formó como chef en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) en Buenos Aires, lo que nos permite atender todo nosotros: cocinamos, servimos y buscamos estar en los detalles importantes. Por ello es que tenemos un restaurante dentro del hotel. La comida es una oportunidad de intimidad, una puerta abierta a nuestra vida y también a la de los huéspedes. Creo que hasta el momento no hemos puesto tiempo en racionalizar de dónde ha salido todo esto, cuál es el hilo conductor que te permite hacer un montón de cosas que no sabías. Uno puede entender cómo funciona el negocio conceptualmente pero a la hora de que el huésped esté aquí con nosotros, teníamos que ver si podíamos. Y pudimos. Nunca hicimos nada de lo que hacemos acá, pero igualmente nos salió natural, como si fuera parte de nosotros”, relata Fernando.
Y se embarcaron juntos, plenamente juntos a este proyecto, sueño compartido que hoy es una realidad: es la vida, es el cotidiano y el día a día. “En el momento en el que se transforma en algo en común, ahí es donde se pone peligroso”, dice Fernando entre risas “Un día Lilia aparece y me dice: – Si vamos a hacer el hotel, vendamos la casa. Y yo fui y vendí la casa”. Y Lilia tranquila pero convencida remarca: “Había que tener un pie acá. Había que jugar las cartas. Y así se fue convirtiendo en una realidad”.
LA EXPERIENCIA
El proyecto fue surgiendo a la distancia. Con tiempo, como quien alimenta un sueño con los suspiros de cada mañana. “Comenzamos a investigar, no sólo en el plano económico, en el estudio de mercado, sino en el perfil, la forma que tendría nuestro hotel. Ahí es donde empezamos a encontrarnos con formatos llamados “hoteles con encanto, hoteles boutique, hoteles con personalidad”. Ahora lo que queríamos tenía un nombre”, nos cuenta Lilia. Y ese encanto y personalidad en un lugar como este no es otro que el de sus anfitriones.
Para el huésped también es un desafío, un reto que los expone a conocer a los dueños de casa pero también dejarse conocer. Todo se acomoda rápido y pronto. La sobremesa se encuentra con el desayuno y la media tarde busca alguna historia más que termina por definir lo que se transformen en buenos amigos. “Te quedás amigo”. Así lo define Fernando, sorprendido, y agrega: “Siempre al comenzar un negocio uno tiene sus miedos, sus ratos de ansiedad, pero en el vínculo con los huéspedes (esos nuevos amigos) se disipan las dudas y sabemos que estamos por el buen camino”. La gratificación de sentir que todo se conjuga para que quienes visitan Casona del Alto encuentren mucho más de lo que fueron a buscar.
“Por mi trabajo viajaba mucho, casi te diría demasiado. Busqué siempre un destino que tuviera más que ver con esto, un ambiente más personalizado, donde lo humano y lo acogedor se combinasen a la perfección con la calidad y el servicio. Esa experiencia de viajero me hizo un huésped estudioso y un anfitrión muy exigente”, cuenta Fernando.
RUMBO A LA PATAGONIA
El comienzo del proyecto fue casi sin fecha, como por inercia, por una necesidad de cambio, de búsqueda de una nueva realidad. “En la medida que vas progresando en un trabajo y vas generando mayores responsabilidades y logros, llega un punto en el que no hay más. Ese es el momento de inflexión”, nos dice Fernando.
Y continua: “Ahí surge la propuesta de preguntarnos seriamente qué queríamos hacer, qué nos gustaría hacer. Así, en Brasil, en el medio del frenesí de San Pablo, empezó a rondar la idea de vivir en la Patagonia”. Lilia, ahora una chef egresada del IAG, nos dice entre risas que casi ya no recuerda cómo surgió este atrevimiento, esta idea de hacerse cargo de la cocina del lugar. Simplemente las piezas se acomodaban en la medida en la que había que avanzar. Y eso, de alguna manera, es lo que evoca las ganas de compartir la historia. La valentía que implica zambullirse a lo desconocido es la misma que inspira la empatía y las ganas de saber más de estos emprendedores, de su hotel y de un sueño hecho realidad. Esa valentía de cambiarlo todo no viene de un poder de decisión grandioso, según explica Fernando, sino de saber, en lo profundo de uno mismo, que estás haciendo lo que querés hacer.
SABORES Y DETALLES
“A la comida la planteamos de sabores simples, de cariño en cada bocado. Cocinamos como si lo hiciéramos para la familia, para los amigos que vienen de visita. Nos gusta sentir que a cada mesa que servimos le dedicamos el mismo detalle que cuando uno tiene invitados en casa. Poner la mejor de las vajillas, los platos que se proponen, la música que acompaña, la charla: todo hace al gusto de ese momento. La propuesta de la cena se define cada mañana. Es comida hecha con cariño, prolija pero no sofisticada. La vuelta a la cocina casera, entendiendo que la comida es una oportunidad de conocernos, encontrarnos y disfrutar”, dice Fernando.
Un lugar sin horarios, un conjunto de mimos. Pocas habitaciones con un servicio personalizado, donde el desayuno se sirve a la hora que el huésped necesita, repleto de delicias preparadas al momento y a la vista del curioso.
Y en las habitaciones nos sorprenden con té y galletas de lavanda para despedir el día sin pendientes. Detalles, detalles, detalles.
LA ARQUITECTURA EN FUNCIÓN DE UN CONCEPTO
El dibujo y la posterior construcción del edificio surge de todo ese cuadernito que venían haciendo con un Plan B. “Uno de los arquitectos con quienes nos reunimos entendió a la perfección lo que queríamos y a los tres días de ese encuentro nos mandó un dibujo que interpretaba lo que imaginábamos”, nos dice Fernando. Comenzaba a tomar forma real lo que sería un largo camino de detalles sobre el interior, la distribución y los materiales, pero en líneas generales Casona del Alto era esa imagen. Los detalles constructivos son muchos, los destacados para quienes buscan una buena aislación de temperatura y sonido son la incorporación de doble pared en todo el edificio, los distintos niveles que regalan vistas renovadas en cada escalón, habitaciones de sorprendentes dimensiones, algo de casa, algo de castillo, algo de tecnología, algo de rusticidad. Todo se combina en forma perfecta en esta casona que, aunque joven, ya cuenta su historia.
Todo se fue dando. Casi inexplicablemente el equipo se fue formando, sin lógica hotelera. Simplemente pasó. Primero fue el arquitecto José Maria Sosa Acevedo: ‘’Nos interpretó desde un principio y su guía fue fundamental para la concreción del proyecto y hoy somos muy buenos amigos”, cuentan Lilia y Fernando. Luego las decoradoras Verónica Blousson y Felicitas Andino Pavlovsky: “Con las chicas, que demostraron ser profesionales de primer nivel, nos entendimos perfecto. Fueron muy respetuosas de nuestras ideas que combinaron muy bien con su estilo. Todo generó un trabajo en conjunto muy armónico”, agrega Lilia. Más adelante llegó Jennifer Taylor para diseñar el jardín quien “con su sensibilidad y esfuerzo” generó un equilibrio perfecto en la búsqueda de naturalidad y regionalidad, anotan. “Las personas que fueron parte del proyecto eran las personas que lo podían hacer y que compartieron nuestras ganas. El instinto nos fue llevando a elegir la gente ideal para que Casona del Alto sea lo que es”.
EL SERVICIO
Los espacios interconectados repletos de ventanas, libros, música y arte hacen sentir el lugar aún más grande de lo que es, aunque al mismo tiempo se vive acogedor como una pequeña cabaña. El salón comedor, impecable, es la promesa para desayunos y cenas inolvidables. El living, la biblioteca, la sala, son todos rincones especiales para ser disfrutados cada uno en su justa ocasión. Y el broche de oro (oro blanco para mí) es la sala de música, perfectamente acustizada y con una selección de discos tan variada como la diversidad de temas que se puede conversar con sus dueños.
Lilia y Fernando están ahí en esos detalles aún cuando no están.
Nueve habitaciones amplias que saludan a sus huéspedes (un máximo de 20) con detalles en cada rincón. Todas y cada una con vista al imponente cordón Chapelco. Los baños completos con hidromasaje y ventanales que comparten la vista panorámica del dormitorio, el té y las galletas de lavanda al terminar el día. La ternura, la calidez, la calidad y la tecnología son el común denominador de toda estadía.
Los sectores comunes también ofrecen un espacio de relax. Ubicados en la parte inferior del edificio, el jacuzzi e hidromasaje, gimnasio, sauna seco y pileta climatizada exterior son otros atractivos para una estadía perfecta. Lo que rodea a la casa es un jardín interminable, con rincones para la lectura, un picnic, tomar sol o simplemente para caminar y contemplar la belleza paisajística que se impone a cada paso.
LA INVITACIÓN TODO EL AÑO
Un sitio que está a la vuelta de la ciudad, pero al mismo tiempo nos saluda con naturaleza en cada rincón. Un hotel que se asume pequeño pero que en su interior regala tanto que sorprende. Un lugar que es una casa, una familia, un encuentro con la excelencia y una oportunidad de disfrutar de los pequeños placeres, enmarcados en la calidad y un servicio de hotelería de primer nivel. Un destino todo el año que mantiene un equilibrio estratégico entre precio y calidad y que se posiciona entre los imperdibles de San Martín de los Andes.
CASONA DEL ALTO
Calle 5 numero 187 – Callejon Gingins
San Martin de los Andes
Tel. (02972) 413861 /62
info@casonadelalto.com.ar
www.casonadelalto.com.ar