POR MOIRA TAYLOR
Un lugar clásico logra a través de las épocas transformarse en imperceptible. Está, siempre estuvo allí. El hábito de su “presencia” sólo se hace evidente cuando el murmullo, los ruidos y los aromas, desaparecen. Por eso volvió a abrir sus puertas, porque nadie, ni los propios ni los peregrinos, ni los de allí ni los de cualquier parte, pudieron resistir que Junín de los Andes prescindiera del Ruca Hueney por más tiempo. Fueron sólo cinco meses en 2006, los suficientes para que todo volviese a ser como era entonces, un sitio de tránsito casi obligado, donde todo es rico y abundante y en el que es prácticamente imposible no probar platos regionales como ciervo, pastas caseras, truchas, carnes y la mejor comida árabe de la Patagonia. La historia del Nuevo Ruca Hueney es el relato de una familia que jamás dejó de estar a pesar del interregno.
La decoración es diversa, las fotos, los cuadros y las arañas de astas de ciervo ocupan rincones estratégicos en el salón. Abrir las puertas es como entrar a los restaurantes de antes, de esos en los que el dueño se dedicaba a saludar a vecinos y amigos. Lo recorre un aire de familia. Ruca Hueney se ha transformado en el lugar de encuentro obligado de los fines de semana para el sanmartinense, de todos los días para los locales de Junín de los Andes y la cita imperdible para cualquier visitante. Arturo, siempre servicial, pregunta qué voy a tomar en esta mañana tempranera en la que el salón está vacío y uno de los mozos más viejos “trapea” los pisos. “Mis padres comenzaron en la hostería Chimehuin, de mis abuelos, y desde entonces Pepa, mi mamá, no paró de cocinar”.
Me contás la historia
Nicolás y Pepa Buamscha abrieron las puertas de este tradicional restaurant en 1967. En esa época Junín de los Andes no tenía lugares para frecuentar y Nicolás convirtió a este nuevo emprendimiento en una casa de amigos. Era el paso seguro de colectivos del interior a tomar los desayunos a la madrugada, se vendían pasajes de las empresas que tenían servicios de larga distancia, se juntaban los amigos a tomar café en las mañanas, los pensionistas almorzaban y cenaban, anotando en el “cuaderno de cuenta corriente”. También era heladería y confitería por la tarde; los amigos hablaban de fútbol zonal, de la pesca, de los asados o bien esperaban el nuevo desayuno jugando a la generala o al truco hasta la madrugada. Un verdadero “lugar de encuentro”.
Para todo esto sólo disponían de un salón de 35 metros cuadrados, 5 mesas y 20 sillas. Atrás la cocina a leña, liderada como hasta hoy por Pepa, preparaba los platos aprendidos de su mamá. El tiempo y los clientes los premiaron y muy pronto tuvieron que ampliar, destinando todos sus esfuerzos únicamente a la gastronomía. Así comienza a perfilarse el actual Ruca. Nicolás, como buen profesional gastronómico, se preguntó: ” ¿A qué viene un tipo de Buenos Aires acá? Y si viene, ¿qué le gustaría comer?”. La respuesta fue simple, rápida, natural y hasta espontánea: truchas, ciervo, con el valor agregado de la elaboración propia, la pasión por el trabajo, la calidez de la atención, la generosidad de sus dueños y, por sobre todas esas cosas, la calidad y abundancia en sus platos.
Una pareja inseparable
Los dos nombres, Buamscha y el Ruca, se hicieron inseparables. Mencionarlos es nombrar a un lugar emblemático en Junín de los Andes, un lugar que logró traspasar las fronteras de la ciudad, un ámbito que empaca para llevar recuerdos imborrables, una experiencia maravillosa de hospitalidad y trato de amigos. “Mis padres se dedicaron más de 40 años a trabajar sin parar, se ocuparon de mejorar su servicio, de crecer, generaron fuentes de trabajo, recibieron a personalidades de todo el mundo, quienes dejaron en sus dedicatorias, en el libro del oro del Ruca, muestras de cariño y agradecimientos por la buena atención de sus dueños”, cuenta Arturo. Hoy Nicolás no está, pero como dice el dicho “los hijos son lo que maman” y en este caso Arturo, su señora Mariana y su familia dan crédito de esto. Suman a lo heredado entusiasmo, una nueva visión, otras tecnologías y todas las ganas de seguir mejorando.
Combinando lo nuevo con la gran carga afectiva que el Ruca brindo siempre, se han consolidado, después de más de 40 años transitados en el mundo de la gastronomía, como “el lugar” emblemático de Junín y la región. Un sitio que ofrece no sólo la mejor comida regional, árabe, pastas o carnes, sino también amigos.
Hoy el nuevo Ruca Hueney no hace ni más ni menos que honor a su nombre, “Casa del amigo” , y como buen amigo siempre tiene las puertas y el corazón abiertos para brindar la mejor atención y una experiencia inolvidable. “En honor a su dueño, en honor a papá, trabajamos para que sientan que en Junín de los Andes siempre lo espera un amigo”, dice Arturo con un dejo de nostalgia.
Una tradición de familia
Nicolás se encargaba del salón. Era un verdadero “relaciones públicas” de aquella época. Mientras que Pepa hacia sus platos en la cocina a leña, Buamsha se dedicaba a charlar con la gente, a preguntar por las familias y a contar historias “Papá no pescaba pero siempre tenía alguna historia de truchas para los fanáticos”, se ríe Arturo, recordando seguramente alguno de los cuentos de grandes piques inventados por su padre. En las paredes aún se exhiben fotos de Nicolás con truchas de distintos tamaños y colores.
Pepa y Arturo se intercambian fechas, intentan ponerle una cronología a la historia de este lugar y por tanto de sus vidas. “Yo nací acá, siempre estuvimos aquí adentro. Algún empleado me enseñó a caminar. A los 7 años me pusieron un delantal blanco y rápidamente me otorgaron el título de mozo. Toda la familia es parte de esta historia. Nosotros somos tres hermanos y aunque ellos no viven en Junín todo el año, cuando vienen están en el restaurant. Los nietos también participan y cocinan. Junto al personal que día a día hace este lugar con nosotros. Formamos una gran familia”, agrega Arturo.
Una historia que crece
“El restaurante comenzó a funcionar en el año 1969. Parece que fue ayer- dice Pepa-. Teníamos una dependencia de cuatro metros por cuatro, con una cocina a leña y después le sumamos un anafe. Con eso nos arreglábamos. Y en ese lugar lavábamos, hacíamos las pastas, cocinábamos. Teníamos más o menos unas 40 sillas, porque al salón se le sumaba un reservado”, añade entre risas. “Ahí hacíamos los cumpleaños y las fiestitas familiares. Cuando empezamos no había carta, era lo que había en el día: milanesas, guiso, pastel de papas o pastas. Un menú fijo que buscamos sea económico algo así como 3,99 para estar más baratos que el resto”, explica Pepa tratando de recordar si eran pesos, australes o patacones. “Me pierdo con tanto cambio”, sostiene a modo de revisión histórica de una larga data de crisis y conversiones cambiarias. “Siempre se hacia una entradita de fiambres o sopa en invierno y después el plato del día. De a poco fuimos incorporando propuestas, animándonos a un poquito más. Empezamos a tener más variedad y sumamos la comida árabe. Esto se dio a partir de que la gente venía los domingos y nos veía comiendo nuestros platos típicos y los querían probar. Además, las numerosas familias con nuestros mismos orígenes que hay por la zona buscaban también comer los platos de la cocina tradicional. Así fuimos sumando también todo una sección de platos, entradas y postres árabes”, rememora Pepa.
“En el salón fuimos agregando cosas año a año: primero un baño y después ampliamos hacia el patio de atrás. Fuimos creciendo porque veíamos que siempre llegaban más amigos de la casa, como les decía a los clientes Nicolás. En el año 1977 ampliamos un sector, dejando una capacidad para 100 a 110 personas. Me acuerdo que fue esa fecha porque el Mundial `78 lo vimos todos acá en el salón grande”, apunta Arturo. En el 2006, para la reapertura, se hizo el resto de la ampliación y construcción del salón, la cocina y la distribución general tal y como se disfruta hoy. Paralelamente se conservó el estilo y los detalles que hacen a su ambiente tan propio.
El Nuevo Ruca Hueney
Cuando muere Nicolás en el 2003, las cosas fueron cambiando. Para el 2006 la familia decidió cerrar el restaurante. Esa decisión duró tan sólo cinco meses, ya que el mismo personal y la gente comenzaron a decir que debían reabrir. “Y así encaramos otra vez el proyecto. Con nuevas ideas y con el nombre de Nuevo Ruca Hueney. “Hoy nos acompañan varios de los mozos y el personal de antes, seguimos teniendo ese mismo espíritu de atención y dedicación que ya no se encuentra en muchos lugares”, afirma Arturo. Cuando cualquiera se sienta en cualquiera de sus mesas: la sensación es de encontrarnos en un viejo bodegón, uno de esos restaurantes sin tiempo en el que no importa cuánto tiempo dejemos pasar: al volver nos encontraremos con el mismo sabor, la misma sensación familiar. En un mundo donde todo cambia tan rápidamente, donde nada permanece, donde como dijo Marshall Berman “todo lo sólido se desvanece en el aire”, el encuentro con lo “siempre conocido” es un descanso imperdible y una cita obligada para cualquiera que guste de la buena y abundante gastronomía, la historia de un pueblo siempre pueblo, el encuentro con estancieros de la zona y el ambiente que se crea en este típico restaurante patagónico. –
Platos árabes
Los platos son variados, con interminables opciones. Se destacan los regionales como la trucha, el ciervo, el jabalí y además clásicos como la parrilla (que cuenta con un sector aparte del salón para venta al público) o el bife de chorizo “especial Ruca Hueney”. Y por último pero no menos importante: toda una selección de comida árabe tradicional. La recomendación de la casa es no perderse el ritual del Mezze libanés, una sucesión de diferentes platos que se presentan en una mesa interminable acompañados por pan árabe. Para tomar: anís o mejor dicho arak seco. Es una bebida digestiva y se toma siempre diluida en agua. “Una parte de anís y tres de agua”, cuenta Pepa, con ganas de prepararnos uno.
Algunas propuestas de sus dueños que se animaron a elegir
Para los que gustan de algo bien regional que combine con sus waders. De entrada un surtido de fiambres regionales para disfrutar y entrar en contexto. El plato, una trucha a la manteca negra. Simple y con la combinación de sabores justa. Y para quien cierre con un postre, copa de frutos rojos con helado. El vino: Sauvignon Blanc de Humberto Canale. La anécdota: “Este año la Bodega Canale nos ha hecho las camisas de los mozos y por las mesas cada dos por tres se escucha a algún comensal llamando al mozo “Humberto”…”, refiere Arturo.
Ruca Hueney
Padre Milanesio esq. Cnel. Suarez
Junin de los Andes – Neuquén
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