EL VINO MÁGICO E IMPERFECTO :: Vinos

VINOS

POR NICOLAS NOCETI

La industria vitivinícola nacional sigue en pleno crecimiento, conquistando y consolidando cada vez más mercados en el exterior. Hace ya varios años que la tendencia de las bodegas es destinar un alto porcentaje de su producción al extranjero. En algunos casos (o en la mayoría) podría decirse que este porcentaje está muy cerca de la totalidad que una bodega produce. El boom del Malbec sigue dando sus frutos aquí y allá. ¿La fórmula?: vinos ricos, redondos, muy fáciles de beber y, por sobre todo, de calidad considerable y precio muy accesible. Esto, como todo, tiene sus pros y sus contras. Por un lado, esta tendencia sigue abriendo puertas a otros bouquets tal vez no tan insignia como el que ofrece nuestra variedad adoptada más querida. Tal es el caso del Torrontés o de blends tintos de rango de precio superior, en el que otras variedades también juegan un papel fundamental. Pero esto todavía es muy pequeño en relación a los volúmenes que mueve el Malbec “modelo exportación”, y más aún si pensamos que somos apenas un estrellita destellante en esta gran Vía Láctea: sólo basta con considerar que las exportaciones totales de vinos argentinos representan un 5% del total de vinos exportados mundialmente.
La imagen Malbec (con todo lo que acarrea) en el exterior, y sobre todo en mercados como Estados Unidos, muy de moda, es muy positiva para seguir asentando las bases para el desarrollo de nuestra industria. Somos un país que produce y exporta vinos, pero esto no sería posible sin tener la tradición de ser también un país consumidor. Es sabido que nuestro Malbec es único y es el arma perfecta para lograr conquistas en el exterior, pero no debemos olvidar la diversidad de variedades y estilos que nos puede dar nuestra vitivinicultura, que cada vez se expande más por territorios antes impensados para plantar la vid. Este también debe ser un pilar fundamental y consistente para lograr estar más allá de las modas.
Estamos apenas en el comienzo de un largo camino, en el que el conocimiento de cada terruño en particular es necesario para poder expresarlo en cada botella de vino. Si en una etiqueta está la indicación geográfica o el origen del viñedo, entonces que realmente esté impreso en el carácter del vino, y no el perfil que responda más a el puntaje que se otorgó en una publicación especializada, que está más cerca un gusto particular y de una moda que nada tiene que ver con nuestra realidad como consumidores. Quizá éste sea un pensamiento un poco romántico y utópico. Es verdad. Pero prefiero soñar con un vino mágico e imperfecto -en contraposición a vinos todos iguales-, que lleva implícito el lugar, su gente y sus recursos, antes que adecuar mi paladar a un producto que tranquilamente podría ser una cerveza o una gaseosa, en lo que a procesos productivos se refiere. No importa si se hace en Singapur, en Alaska o en la Patagonia. Para el caso daría lo mismo.
Alguien dijo alguna vez: “La moda cambia, pero no el estilo” . Entonces, si nuestro vino llegó para quedarse en el paladar de los de aquí y de los de “afuera”, debe logar una identidad bien definida, donde puedan convivir las elecciones de todos nosotros de una manera sincera. –

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