TXT AIRE | FOTOS: AIRE.LIFE / Isaías Miciu Nicolaevici
El hotel Villa Beluno luce estéticamente impecable, con un toque arquitectónico moderno e italiano. El paisaje es el típico de la Península San Pedro. Son 14 habitaciones que ofrecerán un servicio exclusivo, especial para aquellos que sean capaces de comprender y disfrutar la calma. Se trata de un proyecto familiar que cambió y se modificó hasta transformarse en algo que sólo se explica cuando la realidad es capaz de avanzar mucho más allá de cualquier sueño.
Bariloche se aleja a medida que la Avenida Bustillo serpentea paralela al Nahuel Huapi. Sepias, efímeros y, sobre todo, falsos, los sueños de gloria que prometiera alguna vez la Isla Huemul se pierden por la ventanilla derecha. La ciudad, sin embargo, se ha extendido mucho más allá de las calles del centro y de su propia previsión. A medida que se suceden los kilómetros, el oeste permite comprobar con toda certeza cómo Bariloche, de distintas modos arquitectónicos y urbanos, fue apropiándose del espacio vacío, que prácticamente ya no es tal. El Club de Regatas es el preludio inmediato de la Península San Pedro, que se extiende, en este caso y con una mirada que viaja desde el Centro Cívico, hacia la derecha. De un coqueto centro comercial ingresan y salen autos de manera casi constante. La Avenida del Campanario se extiende, prolija, lenta y asfaltada, con destino a “tierra adentro”. Las casas se suceden, el ritmo de marcha es suave y acompasado. La tarde otoñal es magnífica y le agrega belleza a lo que por definición asoma como perfecto.
Cuando el asfalto termina y el camino se bifurca (el verbo es tan de Jorge Luis Borges que asombra), sobre la “vereda” que mira al lago, aparece una construcción inmensamente bella. Es el hotel Villa Beluno, de color arena, con techos de tejas apropiados, dos “alas” bien separadas y una torre que le aporta un aspecto notable y literario a la cuestión: podría tratarse de Castillo de If y del Mediterráneo. Pero no. Es la Península San Pedro y el “Gran Lago”, tal el nombre (apropiadísimo) que le diera el perito Francisco Pascasio Moreno al Nahuel Huapi. Más allá, más acá y en todas partes, la Cordillera de los Andes.
Lo primero que llama la atención es la ecuación exacta entre espacio, tamaño, diseño y buen gusto. Tanto, que se percibe el olor a madera (todos los muebles, pisos, bibliotecas y marcos se construyeron con lenga) y por los inmensos ventanales no solo asoman las aguas del lago: se ve la Isla Victoria en todo su esplendor. Cristina López, alma mater del proyecto, explica que su hija, Sabrina, se ha retrasado por una llamada que se extendió demasiado. Y cuenta que la idea primigenia fue construir una casa familiar y que cada una de las siete habitaciones estaba pensada para alojar a los miembros de la familia. Sin embargo, cuando el emprendimiento inicial comenzaba a transformarse en otra cosa, nadie pareció sorprenderse. Y nadie lo objetó. Al contrario.
Sueños en concreto
Sucede que ese proyecto original que la familia de Néstor López había pensado para sí misma sufrió una extraordinaria metamorfosis: se transformó en un hotel exclusivo que ni siquiera se detuvo en la “casa de té”: la incluyó. Esas siete habitaciones se transformaron en catorce y todas cuentan con un delicado balcón y una terraza. Todas, además, ofrecen una incomparable vista al lago y a un único bosque de arrayanes. La naturaleza y el hotel han logrado formar un todo armónico que logra destacarse. Cuesta, además, separar ideas: ¿la naturaleza imita al arte o el arte a la naturaleza? El edificio, que tiene cinco plantas, parece haber estado allí desde casi siempre. Sin embargo ambos conceptos han logrado formar parte del mismo paisaje sin molestarse.
Las habitaciones, además, son inmensas (la más “pequeña” cuenta con 88 metros cuadrados de superficie; la más grande con 160) y están diseñadas y decoradas con dedicación y muy buen gusto. Las camas, gigantescas y cómodas, están ubicadas en el medio, separadas del escritorio por una biblioteca. Aquí están, estas son: Victoria (Royal Suite), Nahuel Huapi (Master Suite, Arrayanes (Junior Suite) y Lago (Cuádruple Suite). Todas poseen baños amplísimos y luminosos, con duchas separadas y, además, bañaderas enlozadas. La cuestión estética y el mobiliario se apoyan en la más moderna tecnología (Internet, calefacción por losa radiante, televisores HD, entre otros detalles).
Cristina López es diseñadora de parques y jardines, decoradora y cocinera (de las mejores, agrega Sabrina) y admite que, de muchas maneras, Villa Beluno les posibilitó poner al servicio de los pasajeros toda su enorme y variada experiencia como viajeros: “Ofreceremos un servicio exclusivo y personalizado, pero la idea es no sobreactuar para que nadie se sienta sobreatendido”, dice. Sabrina López, una de sus hijas, quien está también al mando del timón y se liberó por un rato del “despotismo del celular”, añade que el proyecto, que comenzó en agosto de 2013, está a punto de ponerse en marcha, por lo que ya hay casi 50 personas trabajando en el hotel. “Se trata de un edificio que tiene un estilo italiano moderno y que me recuerda constantemente a la Toscana”, añade Cristina. Y la imagen logra que el espíritu de la ciudad de Florencia aparezca y se quede allí, al menos por una sucesión de instantes.
Villa Beluno es una idea que se concretó de la mano de la arquitecta Paula Alustiza y del carpintero Diego Zubarán, entre otros. La propuesta gastronómica del hotel es creación de Cristina, con recetas de su familia, quien estará acompañada por Martín Erkekdjian para ejecutar las cartas que se ofrecerán en sus dos restaurantes. “Avellana” será el lugar abierto por las noches, mientras que “Casa Agustina” será el sitio de los desayunos, almuerzos y los encuentros de todo el día. Ambos estarán abiertos a todo el público y no sólo a los huéspedes del hotel. Villa Beluno también dispone de una cava provista de las mejores etiquetas nacionales y extranjeras.
La combinación exacta es una de las principales características de Villa Beluno. Todo parece pensado para agradar, para generar bienestar, placer y comodidad. La madera, la piedra y los enormes ventanales ofrecen una sensación estética muy difícil de explicar y de transmitir. Sucede. Y la experiencia es lo que transforma a la suma de las partes en un todo único.
Cada una de “esas partes” se transforma en culminante si se la asocia con un proceso o con una idea más compleja. Los sillones son de estilo inglés, las cortinas, francesas, y la vajilla fue diseñada especialmente en Italia y Portugal. La luz que ingresa por los sobrios ventanales es inmensamente patagónica. Como no podía ser de otra manera hay pileta de natación in-out, jacuzzi, gimnasio de última generación y el lugar cuenta con un sauna seco y un sauna finlandés. Cada cuarto, además, ofrece la calidez de una chimenea y una salamandra. Dentro, un bar. Afuera, bien cerca del lago, una glorieta y una pérgola serán los sitios en los que, clima mediante, se celebren conciertos, bodas o fiestas. Pero además Villa Beluno ofrece algo tan sofisticado como normal y razonable: un microcine especialmente diseñado y capaz de admitir hasta 25 personas, aproximadamente. Como está completa y absolutamente alfombrado, existe una “exigencia adicional”: será indispensable dejar los zapatos antes de ingresar a la sala y calzar unas chinelas especialmente diseñadas para la ocasión
Cristina, por ejemplo, se siente de los más cómoda en la cocina del hotel, sitio en el que, además, logra amasar pan o pastas caseras como nadie (de hecho, hay chicos que estudian en El Obrador, la escuela de “arte culinario” que desde hace años dirige el chef Emiliano Schobert, que trabajan junto a ella). Aprendió -más, en todo caso- en Buenos Aires con la célebre Beatriz Chomnalez y decidió seguir una máxima de su amiga, la cocinera Dolli Irigoyen, otra mujer al que el adjetivo “célebre” también le cuadra a la perfección: “La cocina siempre será el alma del hotel“. Y tanto es así que el concepto se transformó en un axioma: fue la mismísima Dolli la que se encargó de diseñar la cocina, que luce espaciosa, ordenada, muy funcional. La idea es que los comensales puedan ver la cocina desde el restaurante. Incluso, cuenta Cristina que la propuesta es invitarlos a cocinar y armar una mesa para ellos en la cocina misma.
El hotel Villa Beluno, de casi todas las formas posibles, es como un castillo italiano de la Toscana. Pero está en Bariloche, en la Península San Pedro. Y se trata de un lugar al que quizá convenga conocer. Es la única manera de poder regresar.
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Hotel Villa Beluno
Av. Del Campanario 1144, Bariloche, Río Negro, Patagonia Argentina
Tel. +54 11 5031 1850