TEXTO Y FOTOS FRANCISCO BEDESCHI
El Campo de Hielo Sur es una extensa masa de hielos continentales ubicada en los Andes patagónicos entre Argentina y Chile (el 85 por ciento de su superficie está en territorio trasandino). De esos amplios distritos helados se desprenden glaciares como el Upsala, el Perito Moreno o el Viedma. Crónica de uno de los lugares más apartados y menos conocidos del planeta.
El Hielo Continental Sur es el gran glaciar que ocupa buena parte de la punta meridional de América Latina y que se extiende al Oeste de la Cordillera Patagónica Austral y, en consecuencia, se encuentra prácticamente casi todo en territorio chileno. La inmensa extensión helada tiene una longitud que roza los 400 kilómetros y una anchura que varía entre 50 y 80 kilómetros.
Si bien tales coordenadas se corresponden con las de Basilea (alrededor de 48 °) y Berlín (alrededor de 52 °) en el Hemisferio Norte, el clima es decididamente diverso: entre otros detalles, los vientos del Oeste, fuertísimos, se desencadenan casi cotidianamente y durante buena parte del año, con velocidades que a menudo superan los 150 kilómetros por hora.
Esta primera y lacónica descripción sirve como introducción a una de las áreas menos conocidas de la Tierra, todavía hoy meta de exploradores y soñadores que avanzan (como Fernando de Magallanes y su cronista, Antonio Pigafetta, quienes en 1520, cuando navegaban por el Atlántico sur, buscando el estrecho que finalmente hallarían, miraban por primera vez lo que ningún europeo había observado jamás, la Terra Australis Incógnita), en busca de nuevas y fuertes sensaciones y de un contacto real y directo con la naturaleza salvaje.
Mi enorme suerte hizo que participara de algunas excursiones por el aire en el Campo de Hielo. La última, en diciembre de 2009, fue quizá la que más y mejor aproveché. Un amigo me solicitó que organizara un viaje en helicóptero desde Bariloche a los Hielos Continentales y gracias a la buena predisposición del doctor Francisco Minieri Saint-Béat, pudimos disponer de un helicóptero con el que nos lanzamos a recorrer la Patagonia por el aire. Invitamos a Ramon Chiocconi y en ese vuelo comenzó a gestarse la posibilidad de financiar la expedición que llevaría a un grupo de barilochenses al Everest, empresa que con todo éxito se cumplió meses después cuando el equipo hizo cumbre el 23 de mayo de 2010.
Luego de una parada de reabastecimiento en Esquel y otra en Perito Moreno, nos dirigimos hacia el cerro San Lorenzo (ver AIRE 30) y, desde allí, continuamos rumbo al Lago San Martín (ver AIRE 29) hasta llegar a El Chalten. Creo que nos tocaron los tres mejores días del año para volar y la circunstancia nos permitió realizar una serie de vuelos sobre el Campo de Hielo o el Glaciar Upsala, y poder observar con excelente luz, en una jornada calma, ese fascinante fragmento de la última Terra Incógnita, que recién fue relevada completamente a mediados de los años `40 del siglo pasado por el Estado chileno.
Antes la recorrían destacados y románticos exploradores, como Federico Reichert o el padre Alberto María de Agostini, quien fue el primero en lograr con éxito un recorrido fotográfico de la zona en abril de 1937. Nada mejor que la pluma del inevitable y extraordinario sacerdote salesiano para expresar en palabras lo que se siente al participar de una experiencia de esta naturaleza: “Por todas partes hielo y nieves eternas, cadenas de montañas de las cuales los mapas no dan noticia alguna, dejando solamente un espacio en blanco con la inscripción ˜inexploradas . Ahora nuestros ojos son irresistiblemente atraídos por una inmensa avenida de hielo que la Cordillera, horrendamente revuelta, regurgita (…) Más a septentrión se extiende la inmensa avenida de hielo del Glaciar Upsala, bordeada por ambos costados por montañas que blanquean por la nieve, entre las cuales se destaca, altísima y dominadora, la imponente torre del Fitz Roy. Hemos entrado en el reino misterioso de las blancas soledades, donde el viento y las tempestades imperan como soberanos, pero hoy todo es luz y silencio profundo, herido tan solo por el rugir del motor. Permanezco absorto ante el fascinante espectáculo y saboreo anticipadamente la alegría de develar los últimos secretos de estos hielos eternos”. Estas son algunas de las magníficas descripciones del misionero, andinista, fotógrafo y explorador De Agostini. Será difícil mejorarlas, sobre todo porque permiten imaginar como sucedieron aquellos instantes en lo que era indispensable comenzar a narrar y adjetivar lo prácticamente desconocido.
El vuelo fue un éxito. Aquí, acaso a modo de mínimo homenaje a tanta majestuosidad (la de la naturaleza y la de De Agostini, sin ir más lejos) quedan algunas de las fotos que se pudieron sacar gracias a una extraña y bella pausa climática que nos concedió la Patagonia.