TEXTO Y FOTOS FRANCISCO BEDESCHI
Hay un rey, el Gran Lago, y es indiscutible. Pero todo monarca necesita príncipes y el Huechulafquen, espléndido, es un justo depositario del cetro ya que forma parte de una de las más encantadoras trilogías de la Patagonia junto al volcán Lanín y el río Chimehuin. Es casi imposible no pensar en esos tres nombres al mismo tiempo.
Hay un rey y es indiscutible. El Nahuel Huapi es el monarca supremo de los lagos patagónicos. Su cetro está fuera de toda polémica. Pero todo rey necesita príncipes y el Huechulafquen, o el “Huechu”, afectuosa y simplemente, es un cómodo y justo depositario del cetro. Si la eternidad es como lo cuentan, jamás accederá al trono. En la inmortalidad nada cambia. La asombrosa belleza del Huechulafquen tampoco.
El Huechulafquen se encuentra cerca de Junín y San Martín de los Andes, es el lago más grande del Parque Nacional Lanín y cuenta con dos “aliados” más chicos como el Paimun y el Epulafquen: precisamente se ubica hacia el sudoeste de la provincia del Neuquén, a poco más de 20 kilómetros de Junín y a 61 de San Martín. Tiene, además, el privilegio de custodiar la ladera sur del volcán Lanín y de aportar sus aguas al mítico río Chimehuin. “El Huechu”, el Lanín y el “Chime”, toda una magnifica trilogía patagónica. En 1892, una avanzada del ejercito de Julio A. Roca comienza a gestar el fortín que con el tiempo se transformó en la ciudad de Junín de los Andes, una de las más antiguas de la Patagonia argentina. Es aquí donde el cacique Sayhueque se entrega junto a sus últimos seguidores. Con la rendición de Sayhueque se termina la resistencia indígena en el continente Americano y el Huechu deja de ser el santuario de la Ciudad de los Césares, la inexistente ciudad oculta en las diversas y extraordinarias mitologías de las culturas originarias de América (la tehuelche y la mapuche incluidas) y comienza a convertirse en el amigable -y posible- lago que cualquiera puede visitar, conocer y admirar.
Desde Junín de los Andes se accede a la ruta provincial 61, siempre con el Chimehuin a la derecha. Veinte kilómetros más adelante, aproximadamente, se llega al extremo Este del Huechulafquen. El camino por el que se arriba es de ripio y bordea la margen sur del Chimehuin. Al llegar a la naciente del río, comienzan a advertirse las primeras araucarias gigantes que enmarcan el Lanín con insolente elegancia. La boca del Chimehuin, es además bien conocida por los pescadores deportivos debido a los enormes trofeos de trucha marrón que allí se han capturado. La entrada al Parque Nacional Lanín no está demasiado lejos. El paisaje, mientras tanto, cambia y se alejan las imágenes de la estepa. El camino por la margen norte muestra las mostrando diferentes facetas del volcán Lanín, mole imponente de casi 3.800 metros que atrae todas las miradas, volcán afortunadamente inactivo. El sitio no puede ser más encantador. Admite tantas interpretaciones como visitantes, tantas caminaras como peregrinos. Sin embargo, el Huechulafquen ha generado, casi de inmediato, una especie de unanimidad fatal: todos están de acuerdo en que es decididamente bello. Los que van, regresan. Y los que todavía no lo conocen aún no saben que durante todo este tiempo se han perdido la posibilidad de retornar. –