Valdivia, con aires europeos pero más cerca

POR LEO MORSELLA (chef)

Las sensaciones son muy difíciles de transmitir, de contar, de relatarlas con la pasión necesaria para que el otro (el lector, el que escucha) pueda transportarse al lugar de quien las describe. Como en un viaje a través de la historia, no sólo por estar inmersos durante el trayecto final del cruce cordillerano en esa imponente y magnífica Selva Valdiviana para luego cruzar unos valles de cuento y terminar en esa aldea de fuerte impronta alemana. Hay que dejarse llevar y creer en que cruzamos el océano hasta la lejana Europa.

Después de ingresar en esa magnífica Autopista 5 que une de norte a sur el angosto territorio chileno, salimos al oeste a una hora de Osorno y viajamos un rato más hacia donde rompen las olas acariciando el continente. Chile siempre nos recibe con la limpieza y orden de sus banquinas, sus volcanes vigías y sus alfombras verdes terciopelo salpicadas por los colores de sus flores o su ganado prolijo a orillas de las rutas.

Perteneciente a la Región de los Ríos es menester disfrutarla con buen tiempo, más aún si queremos acercarnos al océano, es zona de abundantes lluvias y días nublados. La industria cervecera ha logrado imponerse como la capital de esa bebida y además de la clásica e histórica Kunstman, numerosos productores se han instalado entre plantaciones de lúpulo y cebada. Los elementos que revalorizan la industria y su asentamiento son la calidad del agua y la cultura alemana que ha colonizado la zona desde siglos pasados.

Pero no solo de cerveza vive el hombre valdiviano y sus visitantes. Los germanos trajeron costumbres y cultura que no solo se notan en la arquitectura y forma de vida, sino que forman parte del patrimonio cultural y turístico-gastronómico. La Feria de Valdivia, emplazada todos los días desde muy temprano, vuelca al público la variedad de tesoros que la región regala en sus campos y en sus costas. Verduras, frutas, flores, pescados y mariscos conviven muy prolijamente bajo un toldo colorido que estimula los sentidos por sus colores y aromas. El rugido de los lobos marinos y chillido de las gaviotas generan la música ambiente junto a las ofertas diarias donde sobresalen el inmenso pez sierra, que se vende entero y a buen precio, ideal para el horno o la parrilla. Los filetes de salmón son, para nuestros ojos, una sensación de abundancia tan placentera como injusta al no poder cargar nuestras valijas de estas joyas naranjas fluo.

Frente a la feria están los “comederos” para degustar ya los platos típicos, de servicio muy despojado: el único objetivo debe ser comer rápido y seguir camino. Nunca un análisis ni de servicio ni de higiene. Solo saborear lo que hay: pescados a la plancha para probar nuevas especies y sino Chupe (lleva pan) o Pastel (lleva crema) de algún marisco.

Caminando un poco mas podemos recorrer el circuito histórico y recalar en el Café Haussmann, lugares que no pueden faltar para contar que pasamos por Valdivia, y obvio probar un “crudo alemán a la chilena”. ¿Qué es eso? No pensemos en un jamón sino en una típica preparación germana a base de carne vacuna picada, cebolla, cilantro, limón, pimiento y algún picante, todo esto macerada durante varias horas y servido como copetín sobre pan tostado o galletitas, como un tartare no tan refinado, naturalmente acompañado por una fresca cerveza regional.

Salimos por la carretera rumbo al mar y entramos en el ícono cervecero que es el referente gastronómico de la región. Cervecería Kunstman te recibe con la visita a su museo e historia que acompaña el crecimiento de la ciudad y sus cervezas; se trata de un lugar encantado y muy bien atendido para degustar platos muy típicos como las chuletas de cerdo ahumadas kassler, el arrollado de lomo de cerdo, “leberwurst” y cecinas (salchichas), el pastel de carne al horno con acompañamiento de papas asadas, chucrut y puré de manzanas y algo de repostería.

Sigamos antes que anochezca hacia el paraíso perdido. Niebla. Este lugar no sólo merece un día con sus acantilados para hacer trekking o solamente contemplar el océano. La visita a la Feria de las Costumbres es, al mismo tiempo, impostergable para probar los cebiches, licores y dulces artesanales. Allí también están desde el herrero que vino de Santiago a ofrecer sus artesanías y cosas de antaño hasta algún local con tejidos.

Entre las rocas y rompientes heladas surge un cazador de bivalvos y cangrejos que está juntando su jornal. Su mujer lo espera con la bolsa de red. Es todo calma, es todo paz, inmensa naturaleza en el fin del mundo.

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