Crónica de viaje por la Patagonia Sur :: PUNTA ARENAS

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TEXTO Y FOTOS FRANCISCO BEDESCHI

Punta Arenas, además de un destino en sí misma, es el punto de partida de un recorrido de casi 130 kilómetros que alcanza el Cabo Froward y más allá, La cruz de los mares. En el medio, Fuerte Bulnes y la memoria de Puerto Hambre. Varios íconos de la historia patagónica pasan por aquí. Y por el Estrecho, que siempre será mítico y que se llamó originalmente Estrecho de Todos los Santos: sus costas y poblaciones cobijan, desde aquel 1º de noviembre de 1520, la memoria de varios siglos.

En la chilena Punta Arenas, bien al sur, allí donde todo parece terminar, existe aún un viaje posible, un recorrido por hacer. Fue la primera ciudad importante de la Patagonia Sur, fundada en 1848, en la zona de Sandy Point, unos años después de la construcción del Fuerte Bulnes, mucho antes que Ushuaia (1884). En esa época, en la Patagonia argentina, apenas había un puñado de pobladores en Carmen de Patagones, al sur de la provincia de Buenos Aires. A partir de allí, o sea al sur del río Colorado, todo era tierra de “indios”: las caravanas tehuelches atravesaban la enorme tierra indómita de sur a norte, recorriendo sus praderas y montañas, mientras que los mapuches dominaban el tráfico de ganado en el norte de la Patagonia.

Punta Arenas (su pasado y su porvenir) jamás se separará del Estrecho. El vínculo es indestructible. El Estrecho de Magallanes supo ser un paso clave para el comercio mundial, sobre todo en el trafico de oro de América a Europa, por los que los chilenos deciden, en primera instancia, fundar el Fuerte Bulnes en 1843, “ganándole de mano” a los franceses, que pretendían, también, asentarse en la zona. Punta Arenas es en la actualidad una bellísima ciudad y la capital de la Región de Magallanes. En medio de un escenario en el que no faltan los contrastes, ofrece aún un estilo típicamente europeo: sus calles son pulcras, sus plazas son amplias y su cielo es inmenso. Los palacios de las viejas familias “aristocráticas” (Braun, Noriega, Menéndez Behety), construidos a comienzos del Siglo XX, se resisten al paso del tiempo, están muy bien conservados y se mezclan con todas las modernidades posibles. En la plaza central una estatua, erigida en 1920, recuerda constantemente a Fernando de Magallanes. Por algo se llaman como se llaman y están donde están. Punta Arenas, además, cuenta con el Museo Salesiano más importante de la Patagonia

Disfrutar de la ciudad es fundamental en la agenda patagónica, pero más aún si se extiende el recorrido hacia el sur, el sur profundo. Una vez en el camino, lo primero que nos sorprenderá será el lugar en el que se fundó la ciudad Rey Felipe por Pedro Sarmiento de Gamboa en marzo de 1584, en la costa norte del Estrecho, no demasiado lejos de la actual Punta Arenas. También se la llamó Puerto Hambre: el marino inglés Thomas Cavendish la denominó así ya que en el lugar murieron (de hambre, precisamente) los pobladores originales de Sarmiento de Gamboa, quienes tenían la misión de poblar el Estrecho. Sólo uno logró sobrevivir. Puerto Hambre se ubica unos metros antes de Fuerte Bulnes, el lugar en el que se construyó el primer asentamiento trasandino en la zona. El tándem Fuerte Bulnes/Punta Arenas marca la presencia chilena en el Estrecho de Magallanes, que hasta la creación del Canal de Panamá (que comenzó a operar en agosto de 1914) era una ruta muy utilizada por el comercio marítimo ya que era paso obligado para los buques que realizaban la travesía interoceánica.

Ya en Fuerte Bulnes, desde sus zonas altas, si tenemos la increíble suerte de estar allí un día despejado, es posible divisar, hacia el sur, la imponente silueta del monte Sarmiento de Gamboa, 2204 metros que “arrancan” al pie del mar austral (de acuerdo al relato de Charles Darwin, “el más sublime espectáculo de la Tierra del Fuego”). Esta montaña siempre fue muy codiciada por la elite mundial de los escaladores. El padre Alberto María de Agostini, en 1913, intentó coronar su cumbre. Falló, pero abrió el camino para los italianos que,  liderados por  el reconocido andinista Carlo Mauri, llegaron a su cima en 1955. A partir de las complicaciones del terreno, el acceso justamente se hace por mar. La base se asienta en la Cordillera de Darwin, en Tierra del Fuego, y tiene muy pocos ascensos. Está lejos. Se adivina lejos. Y verla en todo su esplendor es muy difícil. Es por eso que si las condiciones climáticas son propicias, sugerimos muy especialmente, aún a la distancia, disfrutar del privilegio que supone observar toda la belleza del monte Sarmiento.

Más hacia el sur, rumbo a los mismísimos confines australes del continente americano, a un par de kilómetros surge (incluso desde el fondo de la historia) el emotivo monumento al comandante Phillip Parker King, quien estaba al mando de las naves Adventure y Beagle en una expedición del gobierno británico que buscaba confeccionar cartas confiables de navegación de las costas patagónicas. A esta empresa se le debe el epopéyico viaje del HMS Beagle, que en 1830 navegara por las costas patagónicas y el mundo entero, comandado por Robert Fitz Roy, a quien acompañaba por el joven naturalista Charles Darwin, que en esos días ya pensaba mucho más que seriamente en su teoría de la evolución de las especies, con su consecuente aporte a la ciencia moderna (la primera edición del libro El origen de las especies se publicó en Londres el 24 de noviembre de 1859). Una curva más adelante, siguiendo por el mismo camino, encontramos un improvisado cementerio en el que descansan los restos del comandante Pringles Stokes, quien era el capitán del Beagle y se suicidó en 1828. La fatídica circunstancia determino que Parker King, comandante de la escuadra, le entregase el mando del navío a Fitz Roy. El histórico barco, sus particulares y memorables viajes y las tensas relaciones entre el capitán y el joven naturalista serán parte de un futuro artículo.

El periplo continúa con rumbo sur. Las tumbas enrejadas con sus cruces de madera quedan atrás. El final del camino aparece. Con él, hacia la izquierda, toda la inmensidad del Estrecho.

Caminamos unos 14 kilómetros y llegamos al Faro San Isidro, obviamente, como todo aquí, el faro más austral del continente americano. Esta hermosa construcción de 1904, con la imponente Cordillera de Darwin de fondo y rodeada del bosque nativo magallánico, está hoy lamentablemente abandonada por las autoridades chilenas.

Se ubica en una península muy pintoresca, desde donde se aprecian aún más el enorme Monte Sarmiento y el comienzo de los mares del sur, con sus fiordos y glaciares.

Desde Punta Arenas hasta aquí se puede realizar una caminata (24 kilómetros) si la idea es comenzar bien temprano. Se trata de un recorrido geográfico-histórico riquísimo, con muchos matices, lleno de datos y puntos de interés, además de una caminata alucinante por las playas del Estrecho, visitando todos estos íconos de la historia patagónica, algunos en directo y cercanos, como los casos del Fuerte Bulnes, Puerto Hambre o las tumbas de los marineros del Beagle; otros, como el Monte Sarmiento, se disfrutan a la distancia. Para los mas aventureros y amantes del trekking quedan todavía los dos días de caminata extra que supone llegar a Cabo Froward, el punto sur más extremo de América toda , ubicado a 90 kilómetros de Punta Arenas  y a sólo 30 de Fuerte Bulnes. Este cabo (su nombre en inglés significa “bravo, hostil, incontrolable”) se denomina así justamente por sus extremas condiciones de navegabilidad. Fue el corsario inglés Cavendish quien lo bautizó durante sus viajes por la zona a mediados del Siglo XVI. En 1987 el gobierno chileno construyó una enorme cruz, “La cruz de los mares”, de 24 metros de altura, en honor a la primera visita del papa Juan Pablo II a Chile. La enorme cruz, situada en lo más extremo de la Patagonia, también merece una visita.

Apuntes de un viaje Extraordinario
Las cinco naves zarpan de Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, España, el 20 de septiembre 1519. Al mando va el marino portugués Fernando de Magallanes. Con ellos viaja Antonio Pigafetta, el escriba italiano, uno de los 18 hombres que sobreviven a la expedición. Dejan atrás las Canarias y las islas de Cabo Verde, atraviesan el Atlántico, ingresan tímidamente al Río de la Plata (descubierto por Juan Díaz de Solís en 1516) y en marzo de 1520 arriban a las costas de San Julián, en la actual provincia de Santa Cruz, Argentina. Allí, por primera vez, Pigafetta anota en su diario de viajes la palabra “Patagonia”. Allí, por primera vez, los hombres blancos ven un tehuelche. Les parece enorme. Así lo consigna Pigafetta. El invierno transcurre lento y duro. Magallanes sofoca un motín. Con la primavera, la flota avanza hacia el sur. El 1º de noviembre de 1520 “doblan” por lo que llaman el Estrecho de todos los santos. Buscan la ruta. Se pierden. Vuelven a buscar. No logran encontrar la salida del laberinto. Lo hacen. Se enfrentan con el Mar del Sur, al que Magallanes bautiza Océano Pacífico. Frente a ellos sólo hay mar abierto: a los tres meses llegan a las islas Molucas. El escorbuto, el hambre y la sed diezman a la tripulación. Pigafetta anota todo. En las Filipinas, el 21 de abril de 1521, Magallanes muere en un combate con habitantes de Mactán. Juan Sebastián Elcano queda al mando de la Victoria, que navega siempre hacia el oeste. “Rodea” el África y atraca en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522, casi tres años después de haber zarpado. Se concreta una hazaña memorable: la primera circunnavegación de la Tierra. Pero antes habían encontrado el paso entre los dos océanos. El libro de Pigafetta se llama Primer viaje alrededor del mundo.

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